De pronto su mundo se había transformado. La realidad era otra, sus pensamientos bailaban desorientados. Era un niño. Me gustaba cuando en algún momento soltaba una carcajada desenfrenada, o juntaba sus manos ajadas en un aplauso descompasado.
Sus pequeños ojos negros daban vueltas buscando quizás algún lugar o también aromas que refrescaran su perdida memoria.
Los jueves tocaba paseo por la avenida, los árboles de hojas caedizas dejaban una alfombra dorada; sonreía al caminar por la hojarasca, el ruido que producía llegaba a su mente buscando alguna conexión con el pasado, con su niñez.
Él me dio la mano cuando empecé a recorrer la primera vereda. Y ese olor suyo, ese calor humano se fundió en un solo latido.
Se fue con los almendros en flor, con la música de las chácaras y con mi beso en su fría frente.
Un relato triste, pero reflejo de una realidad de muchos.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Cierto es : una realidad de muchos.
ResponderEliminarSaludos igualmente,