Eran las cinco de la tarde cuando la señora que siempre usaba sombrero, ya fuera invierno, verano, o cualquier estación, esperaba con cierta impaciencia sentada en el banco de madera frente al mar.
Era la hora en que hablarían de los hechos que estaban sucediendo donde vivía ella, y una prima.
El señor Gerardo, el casero; sin embargo no tenía tanta prisa por ello, de modo que se retrasó media hora, quizás más.
Eso pensó la señora de los sombreros.
En ese mismo momento llegó la prima, se apartó para dejar espacio. Hablaron algo, pero los siguientes minutos quedaron mudas mientras sus ojos querían escapar volando se fuera necesario al mar, y después sobre el hasta alcanzar el cielo, como las aves.
El señor Gerardo llegó a las seis.
Vaya es usted un poco irresponsable, dijeron ambas.
Se quedó callado asintiendo.
El café Vienés fue el lugar de reunión, allí trataron del tema en cuestión.
Pero señoras ya les dije el mes pasado que me encargaría de las ratas, de hecho en eso estoy.
La señora de los sombreros se llevó un disgusto después de escuchar lo que había dicho el casero, y eso provocó que vomitara el té, y una pasta de almendras.
!Pero hombre de Dios¡, si tenemos las mismas ratas desde hace más de un año, es usted un mentiroso, y quiere estafarnos, porque el alquiler no es barato ni mucho menos, y ya tenemos miedo de que alguno de esos animales tan asquerosos nos coman empezando por los dedos de los pies.
-A ver, volvió a decir el casero: yo no tengo culpa de que su prima les de comer.
Cuando la señora de los sombreros se giró esperando también la respuesta de su prima, esta, ya no estaba.
ESo es saber hacer un buen cuento. Nadie esperaba ese final. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarGracias Carlos,
ResponderEliminarAbrazos,