Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Una cesta de tomates

 



Por la disposición de la cesta pensaría que los tomates estarían listos para servir. Aliñados en platos blancos, con ajo y aceite. La señora Bernarda entraba y salía de la cocina, afanada, con un paño entre las manos, un paño algo sucio, porque quizás no se limitara a dejar en el fuego una sola olla, probablemente habrían tres fuegos lanzando sus llamas al mismo tiempo. Habría un solomillo en uno de los calderos, atado con precisión, para que no escapara ninguna hebra que desmoronara el redondo aspecto, que una vez cocinado llevaría como adorno un ramillete de perejil troceado. Estaría al acecho removiendo de vez en cuando. Y los otros dos fuegos con sus calderos llevarían trozos de boniatos, y en el último: tocino, verduras, hojas verdes…

Detrás, en el patio, un tropel de sábanas pendiendo mecidas por una brisa de aire fresco.

La discreción de Bernarda a la hora de salir y entrar y de vapulear el paño era nula.

En las casas con cocinas grandes y con una gran ventana que da a un patio de naranjos y una fuente, sobran las razones por las que, y en este caso, Bernarda siquiera conocía lo que significaba ser discreta. Naturalmente que no lo era, tres guisos al fuego, y la felicidad en el rostro de ella. ¿Porqué habría de ser discreta? No renunciaría a ese máximo placer, el de entrar en aquella cocina y recrearse con los útiles: cacerolas redondas, otras algo abolladas, cucharones, y una larga y bella fila de cucharas y tenedores, y cucharillas, y cuchillos. Y su mandil, de un estampado peculiar, un mandil con figuras geométricas unidas en forma de anillos, cada uno de diferente color.




.

Soy un fracaso. (Charles Bukowski)

  


le puse el seguro a la puerta del auto

y al levantar la mirada vi a este tipo

caminando hacia mí

se parecía a Peter mi viejo amigo

pero no era Peter

era un hombre demacrado

en jeans y camisa azul de trabajo

y me dijo:

“oye, mi esposa y yo

necesitamos algo para comer,

morimos de hambre”

Miré detrás de él

y ahí estaba

su mujer

que me miró con ojos a punto

de lágrima.

Le di un billete de cinco.

“¡Te amo, hombre!”, gritó,

“No me lo gastaré en bebida”.

“¿Por qué no?”, le contesté,

“Es lo que yo haría…”

Me alejé para entrar a un edificio

arreglé unos cuantos asuntos

salí

regresé al auto

como siempre

pensando

si hice lo correcto

o si fui víctima de un engaño.


mientras conducía

recordé mis años

de miseria

hambriento más allá de cualquier arreglo

nunca pedí a nadie

un centavo.


esa noche, después de unos tragos,

le expliqué a la mujer con la que vivía

lo mucho que daba dinero a vagabundos

pero que yo

en los tiempos más obscuros

de hambre en mi vida

me negué a pedir nada a nadie.


“lo que pasa es que ni para eso

servías”, dijo ella.






Henry Charles Bukowski (nacido como Heinrich Karl Bukowski; Andernach, 16 de agosto de 1920-San Pedro, 9 de marzo de 1994) fue un escritor de relatos, novelista y poeta estadounidense nacido en Alemania. Fue un representante del realismo sucio y es considerado como un «poeta maldito», debido a su excesivo alcoholismo, pobreza y bohemia.1​





jueves, 16 de marzo de 2023

El retrato.





Cortésmente había posado, no sin su gato, que más que gato parecía una Esfinge. Las patas se aferraban a  la mano de la señora de tal forma que, esta permanecía inmovilizada  hasta que Alterio consintiera.


A ambos lados del canal las casas a esas horas reciben la luz del sol y brillan de tal forma que no sería difícil quedarse largo rato contemplando las fachadas que parecieran emerger igual que Isis; la parsimonia de la señora ante el fotógrafo en cierto modo resultaba agradable a la hora de obtener una buena instantánea, ella ofrecía todo aquello que hubiese sido necesario para recrear un buen retrato al más puro estilo clásico. Tenga en cuenta mi nariz, le dijo. Seguramente debió pensar que unos retoques podrían disimular  las facciones muy mucho, ya que no le agradaba en demasía aquel pico de águila entre sus hermosos ojos azules…

Abacanada, presuntuosa y mal educada la señora Ariel trataba de abstraerse en cada toma pensando en sus quehaceres, y en cada una de ellas un gesto diferente, una postura forzada e irreal, además de tener que soportar las vejaciones de Alterio, sobre todo cuando el felino se orinaba encima del vestido, o de sus vómitos a lo largo de la larga trenza en los momentos en que este regresaba a casa con la panza llena de ratones: babazorro le decía con un despectivo movimiento de cabeza al verle regurgitar y relamer. La segunda Venecia quizás, farfulló  el fotógrafo mientras intentaba mejorar la imagen de la señora Ariel en cada toma, en cada clic, si, realmente es de admirar las casas a un lado y al otro resistiendo el paso del tiempo y en cada una de ellas los ventanales parecen proclamas para que estas sean admiradas por visitantes y convecinos, sabía que pecaba de ñangotado, pero había que ganarse los cuartos, y ella, la señora Ariel a lo suyo, con el torso recto, con un rictus extremadamente forzado, de modo que el jornal ganado y la señora contenta de ser inmortalizada…




Ya no habrá sol.

 



Por mucho que se empeñó en querer asistir a la fiesta de cumpleaños, por mucho que se había acicalado, la magia se había roto como un frenazo en seco de un coche a punto de estallarse contra un muro. De modo que regresó a la habitación no sin antes haber llorado como una niña y haber pateado la arena negra de la playa de Duque.


Se quitó el vestido que se había arrastrado y dejado un surco en el mismo borde donde iban y venían las olas. Estrepitosas olas, encadenadas olas. Llevaba un bonito recogido, que atado con horquillas y un adorno de plumas realzaba su cabellera negra...

La luz del día entraba por el ventanal y también recorrió el pelo, ya suelto, ya libre, como si fuesen nidos de golondrinas en cada tirabuzón. Pero la lluvia de lágrimas se habían desbordado como un río caudaloso, sin medida, sin freno, hasta quedar dormida sobre la colcha de patchwork. . Aquella fiesta la había esperado unos meses antes, estaba segura de poder asistir, incluso ya tenía el regalo, un bello lienzo de Monet que ella misma habría pintado con delicadas maneras, con entusiasmo e ilusión. Acostumbraba, cuando empezaba un cuadro, cerrar persianas y puertas, solo la música habría de escucharse, como cuando se hace un silencio apacible, como si hablaran las hadas. En este caso Schubert sería su inspiración, un agradable columpiarse debajo de un sauce, melodía de dioses.


Una ducha había emborronado el maquillaje, mojado el pelo, una ducha caliente, y después dejarse caer y quedarse con la cabeza gacha, gimoteando aún.


Antes de quedarse rendida y postrada en la cama, sucedió todo eso. La marchita tarde que cubrió de gris el esplendor de ella, el vestido que habría rasgado con unas tijeras, y dos horas antes relucía en la percha cubierto de tul, de flores, de primavera...

Los mitones se quedaron por el camino, apenas se había alejado de la casa cuando supo que ya no habría sol. No germinarían los sueños, no habría agua para dar de beber a los camellos en un desierto, la tierra agonizaría, el día sería noche, tan noche como la eternidad. Y es que es tan cruel la vida a veces, las perspectivas ya no serían las mismas al contemplar uno de sus lienzos. La ceguera habría irrumpido igual que un dragón lazando llamaradas de fuego, destruyendo los sueños...

martes, 14 de marzo de 2023

El transcurrir.

 

Algunas personas cruzan la calle, otras vienen de frente.

Aquella guagua está repleta de personas, ahora gira a la derecha, desaparece al entrar en aquel túnel.



¿Me compra algo?, dice la señora.



-Una limosna por favor, dice Lucas el señor que fue a la guerra y se dejó allá la memoria y el alma.


Ahora cae al asfalto el señor con bermudas, lleva dos bolsas.

¿Le ha pasado algo?, ¿se hizo daño?, dijeron dos señoras.


Tengo el móvil en las manos y entra un Wass: entonces nos vemos a las dos de la tarde en la tasca el Pecado?-

Si, claro.


Pero qué bonitas esas gaviotas aún en la confusión por sobrevolar el centro comercial. ¿Se habrán olvidado del mar?.


-Lleve un númerito señora la suerte está de su parte, dijo Gregorio-


Hay en aquella esquina un perrito, lanudo. Espera a su dueño, o dueña. (sabe que lo premian con alguna golosina).



domingo, 12 de marzo de 2023

Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.

  Al pasar el tiempo en esta tarde tranquila que a lo lejos se divisa la gran montaña, un volcán descarado, altivo, hermoso, he querido escribirte una carta, esta carta que reposa en el buró, como cuando los besos se incendiaban para luego dormir en nuestros labios. He querido hablarte, si, hablarte de esta manera y llenar el folio de pespuntes, de esos que parecen hilos perfectamente hilvanados, he querido incluso mejorar la letra, y que ninguna palabra para ti se salga de ningún renglón. Todo perfecto, inmaculado, como cuando se ve el ave circundar el cielo, mi cielo, tu cielo.




Si supieras que cuando nos despedimos dijiste que habías perdido tu reloj de pulsera, pero que ya habías comprado otro, pues fui yo aquella mañana calurosa ,cuando ambos dejamos la habitación. Momentos antes lo había cogido, y guardado en mi bolso, ahora lo tengo justo al lado mientras te hablo con letras e imagino tu sonrisa tus manos, todo tú. Late igual que tu corazón: acompasado, delicadamente tú.




Nunca más supimos el uno del otro, pero el recuerdo se hace un jardín de magnolias, un lago cristalino, el devenir de aquellos días calurosos como el de esta tarde que perpetúa si cabe aún más lo que se quedó. Se quedó un propósito.


Quedaron aquellas noches de sosiego al dormir abrazados, exhaustos al no dejar ni un milímetro de nuestra piel sin acariciar, sin besar, sin beber. No hubo lágrimas al despedirnos, no hizo falta, solo bastaba con habernos tenido unos días que fue una vida entera: dicen que en el cielo una vida entera es un pestañeo, ay, pero que me estoy poniendo romántica, y pienso que sigo siendo aquella joven de ayer. Esta tarde soy la muchacha descalza soy un pozo de ilusiones, y al pensarte te vienes, te vienes derrochando ese perfume que me atrajo: el de tus ojos mirándome, tus zapatos tan limpios y tu pelo perfectamente peinado, ¿Qué pensabas, que yo no había reparado en ti?.






El espejo de enfrente me devuelve a la realidad, pero qué importa eso ahora. Igual estarás tú pintado de canas el cabello, pero con la misma sonrisa perturbadora de entonces. No sabes cuantas veces he dibujado tus labios al pensarte, al pasear por puente de madera que crujía de los miles de pasos de transeúntes. 


Dicen que se a apolillado, pero aún sostiene las prisas o las pausa de quienes lo transitan, a mi me sigue gustando porque debajo fluye el río que fuimos amándonos cada día.






Me pregunto qué será de tus días, probablemente seas feliz, igual que yo. Tendrás una familia que te quiere, igual que yo. 


Después de todo tenía que ser de esa manera.




Por aquel entonces el ruido éramos los dos. El viento y la lluvia éramos los dos.


Los trenes éramos solo tú y yo abrazados en el vaivén y al despertar una estación, una vía donde no había nadie, solo el rastro de nuestros pasos en el andén.




Tengo un café humeante justo al lado de tu reloj, lo dejo adrede por ver cómo se extingue el calor que desprende, el olor, el reguero de partículas aromatizando la habitación. Es tan confortable tenerte aquí, a mi lado, en mis letras, en tu reloj; en el café que tomábamos mientras reíamos, sorbo a sorbo, como cuando tumbados en el colchón al paladear la esencia de dos: arribándonos en el mismo puerto, el de dos cuerpos temblorosos con el sudor en la frente de amarnos.




Gratamente volví contigo en cada renglón y tú conmigo hasta el final del papel. Sería injusto dejar de darte la mano, que te alejes y te pierdas detrás de aquel horizonte. No lo voy a permitir. Sería una traición de verbos conjugados en el candor de la hierba, y tu nombre, porque todo fue a propósito de todo.




Con las prisas de hoy en día se me había olvidado tenerte también con aquel vino rojo: verte con los ojos brillantes de juventud. Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.




Quizás ni llegues a leer mis letras, pero fíjate que esta tarde se me antojó volverte a ver...








Ya publicado. Lo he dejado otra vez por aquí.





jueves, 9 de marzo de 2023

Las horas de la noche.

 


Y se habría despertado con el mismo sueño de siempre. Un piano en medio de aquella sala. Una habitación, ni tan grande, ni tan pequeña con las cortinas púrpura ondeando por la brisa que con sus dedos no dejarían de acariciar el terciopelo.


El incesante ruido de la fuente en el patio, como un chisporroteo de luces que se mecen, una y otra vez al fluir el agua, ese ahogo de bienestar que se propaga alrededor de la casa. El chip, chip, de un acuoso mundo dentro de una pileta, tan bellamente expuesto en el terrazo.

Un sigiloso topo rasgaría las vestiduras de la tierra donde los plantones de rosas esperaban resurgir, este hallaría el modo de atravesarla con una maestría, que sin duda alguna obraría el milagro de la naturaleza. De modo, que amén de todo eso, el ulular del viento sería grato para los que en la noche no pueden conciliar el sueño, o eso creen, por querer inspirarse al mirar por la ventana y ver los abatidos lirios, y aquel naranjo que en vaivén se inclina varias veces luchando por quedarse inmóvil, plagado de fruta olorosa. Alrededor la calle vacía. Siquiera alguien que se dignara salir. De manera que habría un silencio angustioso de pasos aquí y allá. Porque es justo la hora esa de la madrugada en que, la quietud de las personas pesan, porque dormitan como si una muerte súbita se los llevara por unos instantes para luego volver, y quizás acomodarse en alguna postura más placentera.


Como quiera que las horas de la noche tienen el color gris adornando los tejados de las casas, sobreponiéndose a los rayos del sol, hay ondas que en todo momento sobrepasan el límite que ningún humano pueda percibir, siquiera ser conscientes del estado en que se podría revelar su materia algo que de momento pueda ser tangible, pero que, como una fusión, se pueda volver intangible.

Quiso hacer un café corto para poder seguir sintiendo todas esas sensaciones, esos ruidos de la naturaleza, la quietud que sentía en el


pecho sobreponerse ante tanta belleza nocturna. Siquiera se habría dado cuenta que sus pasos sonaban como cuando algo cae al corcho, o a algo mullido.

Pero se detuvo. Un sollozo en la antesala hizo que retrocediera. Salió de la cocina y se acercó sigilosa hacia la persona que lloraba tapando su boca con un pañuelo por no gritar. Se quedó sentada a su lado para consolarla, pero siquiera advirtió su presencia, siquiera dijo nada, un desconcierto grande la hizo reflexionar el porqué. Dado que enfrente, justo enfrente se hallaba un cirio y luego, otro, y otro, y como la joven no dejaba de llorar, ni caso alguno al querer consolarla, se acercó más hacia el foco de luz de los cuatro cirios, pero sus ojos salieron de las órbitas, sus manos frías temblaron y no pudo gritar, no pudo: ella, con un sudario y un rosario, en el sarcófago, plácidamente dormida, esperando la desaparición de su cuerpo.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Hoy.

 



Hoy he dejado de existir.


Me gusta la apariencia que tengo. Me escucho. Me hablo. Me amo.


Nadie sabe las ganas que tenía de volver.


Llevé un yugo en mis hombros.


Ahora bajo este cielo imperceptible ya no sé quien pueda ser.




En la hora de la verdad

suelo ocultar-me”


Ya queda menos para ver-te


amado mio .


martes, 7 de marzo de 2023

Mi reina.

    Texto publicado en el año 2014, he querido dejarlo hoy aquí otra  vez"





Nos conocimos un día a primera hora de la mañana en la estación de tren que lleva a Baluba. Yo no estaba de muy buen humor, pero ella me sonreía y eso suavizó mi carácter. Cogimos el mismo tren y casualmente el mismo destino, o eso pensé, porque ella hizo lo posible para coincidir. Más tarde me di cuenta de ello. Sabía que se sentaría a mi lado, yo, lo deseaba.

Me pidió un pitillo y volvió a sonreír, le dije que no fumaba, pero ella no dejaba de sonreír y uno de sus dedos se introdujo por entre mi pelo: Un pelusa, dijo. Tenía el dedo humectado y dejó su rastro en mi frente. El recorrido a Baluba había comenzado, y el de nosotros también. Empezamos a mirarnos y a recorrer cada centímetro de nuestros rostros: Los labios, los ojos, la barbilla… , Había soplado delicadamente mi flequillo rizado y sin darnos cuenta, yo, había introducido mi mano por debajo de su falda y tanteaba y llegué a su sexo libre y uno de mis dedos se deslizaba por él llegando fácilmente al clítoris erguido, duro. Ella hacía lo mismo, su mano entró debajo del pantalón y separó el calzoncillo y se apoderó del pene, sí , era suyo, era el pene que había estado buscando, era su juguete. No hace falta decir que me puse como un loco apasionado, sin nada que pudiese frenar ese lujurioso encuentro. Yo sabía que ella no tardaría mucho en tener un orgásmo, al igual que yo. De modo que su mano agitaba el pene lascivamente. Se mordía los labios y gemía. Yo, debí pensar que ese clítoris era un pastel de moras, porque mi dedo frotaba mas y mas rápido aquel templo de placer, aquel río de melaza.

Tenía las piernas separadas y jadeaba mientras hacía lo posible porque yo explotara y llenara todo de mí. Así permanecimos un buen rato, hasta que ya ninguno de los dos pudimos evitar lo inevitable. !Sí, así , así, mi reina!

lunes, 6 de marzo de 2023

Señora Estévez.

 

Los cirios brillan con una incandescencia tal que parece el Sol. De modo que una se muere también en Semana Santa. Sopla un aire caliente como si el Cielo se preparase para llorar. Las calles que ando son estrechas, vestidas de esas piedras redondas y brillantes del paso del tiempo.

Ahora la señora Estévez sale de la tienda de sombreros; quizás se haya llevado el más bonito y elegante, eso es realmente lo que una piensa.

Si, es bonito. Lo lleva puesto.

Pero huele a incienso, y a jazmines. Las chimeneas humean, probablemente es hora de comer. Hay una banda de música en aquella marquesina. Es un grupo de jóvenes, menos el señor Domínguez que ya cuenta con muchos años.

La señora Eulalia camina hacia la Iglesia lleva un vestido largo, tanto que le cubre los pies. Me acerco a ella. Entramos al mismo tiempo. Una se sorprende porque admira los retablos, los cuadros, las luces de lámparas, el señor crucificado. (Es tan joven. Tiene un rostro bonito, pero está muerto).

Un gemido de dolor el de la señora Eulalia. Arrastra su cuerpo de rodillas hasta el altar.

¿Una promesa?.

Es un barbaridad eso. Es la culpabilidad, el arrepentimiento. Pedir perdón. Suplicar ayuda.

Rogar por todos los males. Estoy en una esquina y sigo observando.

Es necesario eso, me pregunto.

Para la señora Eulalia si.

Y es que cada cual puede ver la vida como sea que donde hayan nacido se les haya inculcado esto o aquello. Es una verborrea inútil. Las personas sufren por ello.

Fuera se escucha música. Es la banda de la marquesina.

De modo que salgo de la iglesia y me dirijo hacia allá.

El señor Domínguez con la batuta que alza arriba y abajo, izquierda y derecha.

Son movimientos suaves, muy cuidados. Es excelente.

Las escaleras que van a la marquesina están cubiertas de hojarascas. Aquel niño sube y baja varias veces. Y es que es mágico escuchar sus pasos en las secas hojas.

Hay un vaivén de gaviotas surcando el Cielo.

Como si por esas fechas todo el mundo se conmoviese, realmente es así, es una ceguera que en cierto modo proporciona una ignorancia sana.

Las alondras con su trino largo, musical.

La niña tararea algo mientras se columpia, fuera en el patio.

Una no puede dejar de observar, escuchar, opinar.

Todo lo que el espacio ocupa se envuelve de ese olor típico, incluso hay personas que se visten para la ocasión. A las señoras se les realza la figura: mantillas, mitones, volantes.

¡Oh!, pero realmente es agradable todo.

Y el olor se repite en ondas y ondas girando aquí y allá: incienso, jazmines.


Me dejé llevar

por la ausencia”











Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...