Había una vez una nube gandula cogía agua y siempre el galeón anclado de los sueños recibía aquella bendita lluvia del cielo. Los piratas eran señores para nada violentos y habitaban el buque anclado de los sueños, y bajaban a puerto cada vez que necesitaban comida y otros menesteres, “Menso”, le decían con cariño al muchachito hijo de Doña Práxedes, la regenta de la taberna “Ojiblanca” rotulada en letras doradas. Como quiera que el muchacho propiciara las risas de lo piratas cuando le veían atizar fuerte las cabezas de los viejos en la plaza, con la vara de cedro, se apiñaban como los turrones en los ventorrillos acicalando sus grandes bigotes como los gatos, y husmeando los efluvios de los ñames y el cherne. Los dones de los que se le había dotado a cada uno de aquellos hombres rudos provenían sin duda alguna del país cercano, porque en aquel entonces se dividía el terreno en países, y cada cual había de tener la habilidad de mantener el cercado en buenas condiciones y el país de los piratas era un caos en medio de un mar grande. dioses del Olimpo y rosas amarillas, por eso habían sido bendecidos. Mensito había tomado una decisión un día cualquiera en los que el sol alarga los dedos y toca la punta de la nariz, había pues decidido dejar a su madre y marcharse con los hombres bendecidos y subir a la nave. Cuentan que cuando la gandula cogía agua Mensito la convertía en monedas de plata. Nunca nadie tuvo que alargar la mano para pedir gofio en ese país.
Hola, muy resolutivo Mensito, quien sabe qué aventuras le esperan tras subirse a la nave.
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Gracias por tu visita.
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