domingo, 29 de agosto de 2021

Como un río que fluye.

Eres esa melodía que suena,

un páramo verde.

El color del tiempo,

tus labios, tu sonrisa.


Eres como un árbol 

que abrazo desde mis sueños.


Como un río que fluye,

tu cuerpo.

Eres  eso, algo que no fue.

Algo para recordar.

Algo que llevo dentro en lo hondo.

 

Claudina se fue para siempre.

 

Fue como un velo ondeando por la  suave brisa que entraba por una de las ventanas: la melena lacia caía sobre los hombros.

Si realmente parece un velo, dijo alguien.


Nadie supo el porqué se hallaba así. (ausente de este mundo).

Probablemente así lo quiso, o por ende se sintió obligada a ello, el caso es que allí estaba tendida sobre la cama con un rostro sosegado(libre, en total ingravidez). 

En esos momentos se escuchó la música de un piano, una melodía hermosa. 

Era primavera y los pájaros en bandadas circundan el cielo a un lado y otro. 


El palpitar de su corazón era pausado, levemente subía y bajaba al respirar. ¿Tiene carmín?. ¿Que?, no, no es carmín sus labios son del color de las cerezas.

¿Le baja una lágrima?.

No, no es una lágrima es un beso.

¿Un beso?.

Si, eso es...

Pasaron los días y todo seguía igual.


Sin despertar, sin probar alimentos.

Pero era como si andara dormida doscientos años.


Guzmán un famoso pintor preguntó si podía entrar en la habitación para inmortalizar semejante belleza.


La familia Hernández había decidido ir el sábado al museo.


Pasaron cuatro horas admirando los cuadros, que en este caso eran de diferentes artistas. 

Mamá  mira este es hermoso, dijo la hija mayor.


Quedaron por bastante rato observando. Admirando semejante belleza.

"La melena se desbordaba fuera del cuadro. El rostro inmaculado. Las manos delicadas, suaves. 

Un cuerpo mayestático. El artista le había pintado dos besos.

Y no, no eran lágrimas son besos. 





































































































)


viernes, 27 de agosto de 2021

Reflexiones, o quizás.

 Ella era única. Su risa grotesca engullía todas las penas, sus maneras nada delicadas, y una cabellera poco cuidada. Ella vivió al vaivén de un columpio. Un espléndido sarcófago conserva su cuerpo donde se puede leer:

Laugh laugh laugh.


María Gladys Estévez.



A veces un río toma una dirección incorrecta, una bifurcación inesperada, solo por el mero hecho de encontrarse con otro, después de mil años; entonces el torrente de los dos se hace lamento…


María Gladys Estévez.




A veces una quiere escribir algo interesante, algo atrayente, algo inspirador, algo atrevido, pero las letras se escapan del folio, porque ellas también tienen derecho a elegir…


María Gladys Estévez.






Mantra

Calma

Visión

Camino

Armonía

Luz

Tenue

Bondad

Abrazo

Dormir

Beso

Amanecer

Velo

Prohibir

Volar

Descuido

Adrede

Olvidar

Empezar

Deseo

Paz

Oculto



A veces pienso que son muchos los que viven en su justa medida: mitad idiotas, mitad cobardes…


María Gladys Estévez.











Abría, abría, abría de suceder.

 



Habría que, pero no.


Que si en el cine se estrena una película nueva, o dos, o tres. Que si ha granizado este fin de semana sustancialmente, que si los granizos eran enormes. Que si el cielo se ha cubierto de un manto negro esperando arrojar con fuerza el lago de agua que contienen. Por otra parte la noticia de la mujer longeva : ¡110 años!. Una buena noticia para la portada de la prensa. El puerto repleto de barcos, unos más grandes, otros más chicos, pero ahí están por unas horas.: los visitantes se reparten por toda la ciudad.

La lonja repleta de peces brilla por la gran cantidad de escamas, relucen más, porque los rayos del sol se adentran a primera hora de la mañana y son como lamparillas de papel, flotando sobre ellos…

El día a día de una ciudad los aconteceres, algunos los mismos, otros como la gran noticia, la expectante y relevante noticia : ¡Se han descubierto siete nuevos planetas!.

Pero si nos detenemos un instante el pecho se encoje al ver la cantidad de vehículos que inundan las calles, habría que empezar a prohibir una importante cantidad de ellos para que no colapsen las calles, para evitar esas grandes colas que tanto agobian. Habría que abrir más peluquerías, más gabinetes de sicología. Habría que dibujar un rio, sobre todo en nuestro interior…


Abría, abría, abría de suceder.




Gitanillo de aguas y murtas

 



Es menester aplaudir cuando a una se le recrea la vista en una hermosa avenida copada de jacarandas, la naturaleza se explaya de forma incontrolada adornando con bellos tapices lo que sencillamente sería un camino largo, un camino triste, sin adornos; esa es la fortuna, porque los dioses besan la tierra, acarician los lugares más impredecibles…


El tropel de pasos aquí y allá, los viandantes cada cual a sus cosas, y de pronto las campanadas de la iglesia, el incienso, el silencio, dentro…


Las cestas de mimbre en manos de las señoras, la fiesta de la huerta.”Bando e la Güerta “ .Una gran expectación. Las calles se glorifican: portadores de banderas a caballo, tradicionales gigantes y cabezudos; música tradicional. El Jardín de la Constitución repleto de jóvenes vitoreando. La tradición de unos hombres y mujeres que aman su tierra…


En ese lado del mercado, justo enfrente la sonrisa de un niño, un gitano moreno, un pelo negro como la pez, unos ojos con miríadas de palomas dentro.

Parece un diosito caído del Cielo. Mamá y papá le llevan de la mano. Le miran y sonríen, cómplices. Los ojitos se abren cuando un potrillo pasa justo al lado se inquieta y ríe con la impronta de los niños, el tirabuzón que mamá peinó antes ahora se ha soltado, libre, y le cae en la frente, justo en medio. !Gitanillo de mi corazón! dicen los que le ven. Con zapatitos nuevos, con pantalones de pana, con chaleco de hilos rojos. Ahora repiquetean las campanas, ahora la gente aplaude. !Viva la huerta!, dice el niño, con balbuceos. Le pica la naricilla, le dan caramelos, y una naranja, y llora, llora. La emoción de un niño es una fuente que mana pétalos de rosa, es un río desbordado. Llega la noche. El calor del hogar y el olor de la cocina, y lo vivaz de sus ojitos, y no duerme porque sueña. El futuro le espera...







Guisantes y alcachofas

 



Mientras duró la cena no hice más que mirar los colores que llenaban el cuenco, sonreí porque el tiempo volvió atrás durante esos minutos. Giró  un torbellino en mi cabeza y otra vez estaba ahí la pequeña niña con churretes y cabellos desordenados; castaños, libres de trenzas o tirabuzones. Qué bien poder oler otra vez la hierba que se extendía en todo el prado: brotes con lanzas al cielo, muy verdes. Trigales oteando igual que los soldados haciendo la guardia en los cuarteles próximos a nuestro barrio. Qué hermoso poder ver el ramo de perejil que adornaba el rincón del poyete, el potaje preparado en la mesa con mantel de flores y las pequeñas bocas eligiendo qué cucharilla coger, el gran lazo que mi madre llevaba en la parte de atrás de su mandil. A papá cuando llegaba con su chaqueta oliva con cuatro bolsillos. Llegó hasta el olor de la tierra cuando se empapaba de agua cristalina que caía del cielo arrojada por una diosa que yo imaginaba por aquel entonces. Todas las pisadas de mis hermanos recorriendo la casa. Abro los ojos y todo ha pasado, el reloj verde con pinceladas amarillas no deja descansar sus manecillas, igual que el tiempo.

jueves, 26 de agosto de 2021

La vida feliz y desbaratada de Chavela.

 



Mi nombre es Chavela y vivo en una pequeña casa al lado de la playa. Una playa de aguas cristalinas donde puedo tomar un baño todos los días del año.



Un dieciocho de abril de 1968 me trasladé a vivir a unas islas en el mar atlántico el doctor me había recomendado que lo hiciera por ser asmática. Muchas veces he tenido que quedarme en cama por días ante la dificultad al respirar, como si en verdad llevara encima una piedra aplastando mis pulmones, y bronquios. Por aquel entonces poco recursos había. Solía hacerme una cataplasma de hierbas que machacaba en un mortero, y con agua caliente lo mezclaba todo. El calor hacía que me sintiera aliviada.



Me gusta desayunar café con tostadas, mermelada de arándanos, jugo de uvas; el color de los arándanos parece una lluvia púrpura que se derrite dentro de la boca. A través de la ventana escucho el llanto de un recién nacido. Por aquí no es habitual, pero la cigüeña decidió dejarlo en una cestita. Es un niño precioso, lo he visto una vez.

Hay una iglesia, la fachada de un color ocre que simula un atardecer, alrededor diferentes clases de flores: jacintos, petunias, claveles. Rodeándola. Ver sobre el mar las aves migratorias girando aquí y allá es esplendoroso.



Nací en San Nicolás, una ciudad de Bélgica. Me gusta pintar cuadros, aunque sólo es afición. Durante mi infancia mi madre y yo solíamos ir a un museo que había a unos diez kilómetros de nuestra casa. Sentí curiosidad por la pintura, y desde entonces no faltan en casa óleos y demás enseres.

Había llamado mi atención el pintor James Ensor por su forma escatológica de expresar los sentimientos en sus lienzos. Todavía conservo uno que quise copiar después de observar meticulosamente el color, las expresiones de los rostros. El hecho de pintar rostros sin vida. Expresiones múltiples: labios muy gruesos, rostros grotescos. Lo colorido de sus cuadros.



El país se vio involucrado en la guerra. Fueron tiempos difíciles, aunque teníamos recursos para vivir sin tener que pasar calamidades. Mamá había heredado varias propiedades, y tierras.



Hoy en día mi enfermedad se ha aplacado bastante, los tratamientos son muy eficaces. Me he acostumbrado a esta nueva vida. El ver los bancales de peces brillando, todos en una misma dirección. Los delfines cerca de la costa con abrumadores ejercicios: saltan como lo niños, juegan, son muy protectores con sus congéneres.

Soy una octogenaria feliz. Las imprudencias que hubiera cometido en mis años de juventud ahora resultan simples acciones que siquiera tienen importancia.



Pues bien, cuando tenía aproximadamente unos treinta y cinco años, meses arriba, meses, abajo, mi conducta no era la que habían esperado mis antecesores; más bien mi carácter y el modo en que vivía y pensaba de la sociedad, esa que fustiga en las espaldas sin contemplación alguna, deja unas enormes cicatrices imposibles de quitar, siquiera con un quitamanchas, o un cepillado parecido al que se le da a los caballos. Nada de eso. De modo, que siguen fundidas en la piel para que jamás nadie olvide el porqué: la sociedad es un lobo salvaje.

Las rosas las dejaba secar por varios días, luego algunos de sus pétalos se quedaban entre las páginas de un libro, o en el doblez de una carta.

Ahora los días transcurren lentamente, igual que yo cuando camino.

















Al tramonto cruzan los pájaros.



Seguramente en ese Cielo

al tramonto cruzan alas

miles de pájaros buscando

el dormir.

Mientras tanto mi noche

se viene, se viene sobre

mis hombros...

No sé que pasó  que no

pude soñar, no pude.

Quise escalar por si una

escalera hubiese, y llegar

a ese espacio en perfecta

ingravidez.

Más todo se hizo pesadilla

un remolino se llevó

mi sueño, se hizo pesadilla

como cuando se desprende

el corazón.


 



 

miércoles, 25 de agosto de 2021

De encuentros y madrugadas.

 



Llegué a casa casi a media noche cuando los gatos duermen y los mirlos se acurrucan en las ramas del drago, y el algún cardón...

Un punta pies y la puerta ya estaba cerrada. Pero aunque ya me había deshecho de esos malditos y preciosos tacones aún quedaba la falda de tubo y la blusa con lazada, y las medias. Y las ganas locas de una ducha caliente, una ducha de esas que acarician cada centímetro de la piel y se hace un río que lame el rostro, y casi fustiga la cintura, la espalda, los muslos y más...

Borracha de todo me vine, me vine con las ganas de alguien que no quiere desaprovechar siquiera un instante de loca vida; de parlotear esto o aquello. Una copa, otra, una mirada, otra. 

Me senté y las medias se deslizaron como cuando las gotas del rocío recorren la hoja, verde, húmeda... acariciando, y cayendo al suelo, hasta posarse en la baldosa perlada de cuadros negros...

Recogí mi pelo con algunas horquillas, luego bajé la cremallera de la falda veinte centímetros de cremallera roja: se quedó en el diván lleno de lentejuelas, unas blancas, otras negras. Abrí las piernas y bostecé el cansancio ya me podía, igual que me podían las copas, el humo, el ruido, la música de aquel saxo; y sus labios, gruesos, y su mueca, provocativa, qué manera de hacer música, más que música diría yo.

Quise terminar de desnudarme tenía ganas de dormir, de relajarme, el corazón aún palpitaba, inquieto.

Casi me arranqué la blusa, salió volando por la habitación y graciosamente quedó en la esquina de la ventana, me pareció una bandera ondeando me hizo gracia, sonreí, pero el hipo me provocó una tos absurda, tomé agua.

Luego me tumbé en el diván, qué gusto! Qué paz!... descolgué una pierna, y la otra, en lo alto del sillón. Volví a bostezar. Un mosquito revoloteó y se pegó en uno de mis pechos, me picó, dios si me picó! Pero le di tos tortas y fue peor , porque me la pillé de lleno, y grité, tanto que la luz de la ventana de al lado se encendió la cortina estaba echada y pude verlo, al vecino, sonriente, lascivo, con una mueca en sus labios para nada despreciable.















Que no tuvimos nunca.


 

"Que no tuvimos nunca,

y sin embargo están entre tu sombra y la mía: los no encuentros, las no caricias, los no besos.

Y triste, si y triste, si...

Más queda el feliz tiempo de conocer-nos".

                            .....................



Y dejo libre el alma que habito,

ya es hora. (El instante que la vida me regaló).

Y después de tanto querer

que volvieras.

Ahí va toda una vida 

en un instante.

Agur, Adiós...














martes, 24 de agosto de 2021

De las despedidas.



Equidistantes se hallan las unas de las otras: la casona con la escalinata de piedra labrada, el establo, y en el piso alto el gallinero;  las demás casas son  más sencillas, estrictamente sencillas. Con total impunidad crecen fortalezas de maíz  a lo largo de la finca parecen arrabales, casi se puede sentir como late debajo de la tierra todo ese imperio de raíces bien ancladas. Los penachos  abatidos por la brisa inquisidora de los alisios se resisten una y otra vez, estoicamente. Variopintos y diminutos cuerpos de las espiguillas danzan al aire, son olas y un mar, la huerta,  otrora ríos de lava, quizás ahora la flota de navíos por encima del mar precipitándose vertiginosamente y abriendo camino a la vida, ¿Para cuando la ciega? Las conversaciones entre las señoras y señores habitantes de las casas comprenden, desde las compras en el mercado, las ropas de los inviernos y los veranos, los castigos a los chiquillos en la escuela, excusa incomprensible, no para los padres, y el eslabón perdido de la familia que viajó a Cuba; un fluir de notas musicales, algunas graves, otras más delicadas, pero por sobre todo lo demás los días de la siega son luminarias a este lado y al otro, cada cual se afana en lo suyo, y estrictamente necesario hablarán del conflicto  que se haya lejos, pero necesariamente desean esa verborrea tan inocua que se pasea entre las bocas agradablemente. 

Agitando pañuelos se quedó Isabel en el muelle cerca del mercado de abastos, un buque gris y desvencijado llevaba tanta juventud dentro, tanta como un prado de oleaginosos girasoles: Escribe, le dijo. El hijo dijo que si  por pronunciar esa palabra tan exquisita sabía que haría la felicidad para la madre, hacer la felicidad lleva poco tiempo basta asentir con buena voluntad, y dejar que un beso volado se escape. Metódicamente algunos de ellos tuestan el café, la señora de la casa se encierra en la cocina pintada de verde con una pequeña ventana, y hace girar el cucharón de madera hasta que se impregna todo con ese olor típico que agranda las fosas nasales, crea ambiente, diría yo. Es magnífico contemplar el páramo sobre todo en primavera, cuando se redescubren los colores y las sábanas ondean detrás de las casas, en los patios, cerca de las charcas, es una espléndida obertura en medio del caos que se haya allá, detrás del horizonte…



 

Y me cubrí de cañaverales.


En algún momento

me cubrí de cañaverales,

por sentir que se siente.

Que se siente entre ellos,

ser un puñado de ellos.


En algún momento fui

la maga de Cortázar

deseada, deseando,

por ver que se siente.









 

miércoles, 18 de agosto de 2021

Vagando y sin letras que escribir

 

Estuve por aquella vereda

con rosas en el pelo,

el caer de las hojas en otoño,

el manto se hizo ocre.

Estuve por ahí vagando sin letras,

y dormí en ese lecho.




De soberbias, estupideces y algo más.

 


A veces sucede que algunas personas se convierten en una amalgama hedionda, los olores se les escapan hasta por los ojos. Por no decir, que si una se fija un poco la piel se les ve reseca, y las manos se convierten en repugnantes patas de rata. Lo curioso es que todo eso es voluntario, es decir, la transformación tan desagradable que sufren viene propiciada por el gusto de flagelarse una y otra vez durante mucho tiempo ignorando que la sanación y la libertad no se encuentra ahí fuera, en ninguna parque por muy hermoso que este sea. No se encuentra en el océano, ni en las montañas; siquiera en las comodidades de la vida cotidiana. Aunque este o aquel viva en un castillo lujoso, o una mansión con lámparas caras, obtenidas en los mejores mercados del mundo.


Sucede pues que  una un día cualquiera se tropieza con una de estas personas, cuya acritud repugna solo por el mero hecho de hablar con ellas siquiera unos minutos.

Dicen que puede ser vanidad, falta de humildad, escasa recepción de lo que les pueda suceder a su alrededor; en la cotidianidad de los días, y las noches, de los años que hayan vivido, o les quede por vivir.

Lo cierto es que en realidad aún en esa visión tan lamentable que pueda proyectar su imagen personalmente considero que son individuos tremendamente desafortunados, que creyendo poseer la perfección en toda la amplia definición de la palabra recorren ciudades, calles y despachos.. etc.. sin saber que son esclavos de ellos mismos, que su propia voluntad ha sido subyugada hasta convertirlos en desperdicios humanos, en gente hipócrita y vana. Pero en realidad son los pobres del mundo, los que conviven con toda clase de alimañas en una jaula creada por encargo.

Esa pobre gente burda, con una verborrea hipócrita, se merece la compasión de los demás; pero amén de todo eso hay días en que una tiene que enfrentarse a todo ese montón de baba gelatinosa y repugnante, porque además de todo lo arriba indicado son capaces de devorar una persona entera, igual que las serpientes.


Por lo tanto compadecerse de ellos no es nada malo, al contrario, sería un modo de que  algún día se puedan dar cuenta de que esa jaula en la que viven carece de barrotes y de puertas...











Pensamiento

 



Por si me pierdo en algún momento en ese otro mundo cruel

de la memoria, y se vacía la cabeza de todo me dejaré llevar 

por las pasiones, las que muchas veces atemorizan mientras

comemos y dormimos en una jaula...




Al otro lado de la ventana

 



Llegué a casa casi a media noche cuando los gatos duermen y los mirlos se acurrucan en las ramas del drago, y el algún cardón...

Un punta pies y la puerta ya estaba cerrada. Pero aunque ya me había deshecho de esos malditos y preciosos tacones, aún quedaba la falda de tubo y la blusa con lazada, y las medias. Y las ganas locas de una ducha caliente, una ducha de esas que acarician cada centímetro de la piel y se hace un río que lame el rostro, y casi fustiga la cintura, la espalda, los muslos y más...

Borracha de todo me vine, me vine con las ganas de alguien que no quiere desaprovechar siquiera un instante de loca vida; de parlotear esto o aquello. Una copa, otra, una mirada, otra.

Me senté y las medias se deslizaron como cuando las gotas del rocío recorren la hoja, verde, húmeda... acariciando, y cayendo al suelo, hasta posarse en la baldosa perlada de cuadros negros...

Recogí mi pelo con algunas horquillas, luego bajé la cremallera de la falda, veinte centímetros de cremallera roja: se quedó en el diván lleno de lentejuelas, unas blancas, otras negras. Abrí las piernas y bostecé, el cansancio ya me podía, igual que me podían las copas, el humo, el ruido, la música de aquel saxo; y sus labios, gruesos, y su mueca, provocativa, qué manera de hacer música, más que música diría yo.

Quise terminar de desnudarme, tenía ganas de dormir, de relajarme, el corazón aún palpitaba, inquieto.

Casi me arranqué la blusa, salió volando por la habitación y graciosamente quedó en la esquina de la ventana, me pareció una bandera ondeando, me hizo gracia, sonreí, pero el hipo me provocó una tos absurda, tomé agua.

Luego me tumbé en el diván, qué gusto! Qué paz!... descolgué una pierna, y la otra, en lo alto del sillón. Volví a bostezar. Un mosquito revoloteó y se pegó en uno de mis pechos, me picó, dios si me picó! Pero le di tos tortas y fue peor , porque me la pillé de lleno, y grité, tanto que la luz de la ventana de al lado se encendió, la cortina estaba echada y pude verlo, al vecino, sonriente, lascivo, con una mueca en sus labios para nada despreciable...















Faltan sombreros rojos

 


Hoy crucé el puente que va al centro, a la calle del Castillo. Una mañana soleada a pesar de la lluvia del día anterior. El barranco de Santos con tantos años a cuesta queriendo llegar al mar, pero le cortaron el camino…

La torre de la Concepción inalterable. Las callejuelas, los transeúntes, el tranvía… El parque del Príncipe llenito de palomas y gente cansada, sentada en las viejas sillas de madera roídas por el tiempo. Gente sin sonrisa, gente callada… Gente triste, gente soberbia. El puerto con los grandes cruceros, descienden turistas ávidos de conocer la isla, copan la calle en poco tiempo, la calle principal, después de haber cruzado la Plaza de España.

Las persianas se recogen para que entre la luz de la mañana, los mirlos picotean esto y aquello.

Aquella dependienta sale al la calle para encender un cigarrillo, el humo hace giros y quién sabe donde terminará, si difumina en el aire, seguramente, si, seguro.

Pero ese gris de la gente no termina de convencerme. El gris de sus ojos, el gris de sus labios, el gris de sus pasos en las calles empedradas.

¡Ay!, y esas montañas que quedan atrás, qué hermoso paisaje.

Quien las hubiera visto sin barreras, sin los edificios sesgando su belleza milenaria …

Pero todo sigue igual: gris, un gris marengo para mejor definición. Los susurros de algunos transeúntes se escapan volátiles: que si tengo que comprarme un móvil nuevo, que si tengo que comprarme unas botas altas; que si la peluquería; que si tenemos que llamarnos más a menudo. Sería bueno organizar aquella excursión que teníamos pendiente, eso dijeron un grupo de amigos en la otra esquina de la calle .Habría que ver qué aparente entusiasmo había en aquellas palabras; pero todo queda relegado a otro momento, en otra ocasión, como si la vida se prolongara más allá de los años. Balbuceos aquí, allá. Felicitaciones por algún cumpleaños en lo alto de aquella tasca. El zigzagueo de un chiquillo con sus patines calle abajo, probablemente se dirige al colegio.

El policía comprueba si el mendigo se ha dormido para siempre lo mueve con el pie, por ver si respira, por ver si abre los ojos; la boca reseca, los labios partidos, la fiebre de la noche, las manos sucias.¿ Pero y los demás? Esas personas que suben y bajan la calle aún duermen, apenas si parpadean, buscan un café que les quite el bostezo… Trajeados unos, otros con sencilla vestimenta, pero el color no llega a ninguno. Sigue ese gris tan triste. Vuelvo tras mis pasos y de nuevo el puente, ahora veo los viandantes de frente, musitando algo, con prisas, sin mirar a nada, recluidos un día más en la calle, en el mundo que conocen, en el que quizás crean que están a salvo.


Y yo me pregunto ¿Dónde están los sombreros rojos? La libertad se pasea desnuda, y sólo un sombrero rojo puede cubrir la cabeza, por aquello del sol…







Sueños destruidos.

 

La luz del día entraba por el ventanal y también recorrió el pelo, ya suelto, ya libre, como si fuesen nidos de golondrinas en cada tirabuzón. Pero la lluvia de lágrimas se habían desbordado como un río caudaloso, sin medida, sin freno, hasta quedar dormida sobre la colcha de patchwork. . Aquella fiesta la había esperado unos meses antes, estaba segura de poder asistir, incluso ya tenía el regalo, un bello lienzo  que ella misma habría pintado con delicadas maneras, con entusiasmo e ilusión. Acostumbraba cuando empezaba un cuadro cerrar persianas y puertas, solo la música habría de escucharse, como cuando se hace un silencio apacible, como si hablaran las hadas. En este caso Schubert sería su inspiración, un agradable columpiarse debajo de un sauce, melodía de dioses.


Una ducha había emborronado el maquillaje, mojado el pelo, una ducha caliente, y después dejarse caer y quedarse con la cabeza gacha, gimoteando aún.


Antes de quedarse rendida y postrada en la cama, sucedió todo eso. La marchita tarde que cubrió de gris el esplendor de ella, el vestido que habría rasgado con unas tijeras, y dos horas antes relucía en la percha cubierto de tul, de flores, de primavera...

Los mitones se quedaron por el camino, apenas se había alejado de la casa, cuando supo que ya no habría sol. No germinarían los sueños, no habría agua para dar de beber a los camellos en un desierto, la tierra agonizaría, el día sería noche, tan noche como la eternidad. Y es que es tan cruel la vida a veces, las perspectivas ya no serían las mismas al contemplar uno de sus lienzos. La ceguera habría irrumpido igual que un dragón lazando llamaradas de fuego, destruyendo los sueños...

De esos momentos en que la veneración es la protagonista.

 

Discretamente quitaba el papel a los regalos, (Un momento convulso, una inmediatez sin medida alguna), aquella medallita plateada, con el signo del zodiaco, la llevaría puesta una infinidad de años, incluso, poco antes de haber cumplido los cuarenta, la habría dejado a buen recaudo, en un pequeño cofre. Igual con los libros, todos apilados. Con la veneración absoluta hacia ellos, folios y folios donde se descubría el sentido de la vida, el pensamiento puro, la transcendencia de los hechos, a quien los tuviera en sus manos, en cualquier parque, en una biblioteca. En la propia cama antes de dormir.

De modo que plegaba el papel como si se tratara de un mantel. A veces los dejaba en alguna estantería, o los guardaba en algún cajón. Por el mero hecho de saber que no se habían roto, que las flores pintadas seguirían ahí, algunos, parecían lienzos, con una belleza personal, como un cuadro de Monet.

Por lo tanto era incapaz de destruir la belleza, siquiera una mosca habría de caer en sus manos para morir…
















Ya no habrá sol


Por mucho que se empeñó en querer asistir a la fiesta de cumpleaños, por mucho que se había acicalado, la magia se había roto, como un frenazo en seco de un coche a punto de estallarse contra un muro. De modo que regresó a la habitación, no sin antes haber llorado como una niña y haber pateado la arena negra de la playa de Duque.


Se quitó el vestido, que se había arrastrado y dejado un surco en el mismo borde, donde iban y venían las olas. Estrepitosas olas, encadenadas olas. Llevaba un bonito recogido, que atado con horquillas y un adorno de plumas, realzaba su cabellera negra...

martes, 17 de agosto de 2021

Morenita con manitas de pequeñas palomas.

 


Puedo verla, en cierto modo es como si me hubiera trasladado a esa época, y en verdad así lo siento. Yo estoy al lado de la niña y la observo, es una criatura preciosa.

Lleva ropa que le queda bastante larga, el faldón hasta los tobillos, una sombrera enorme que le cubre el rostro, casi. Permanece arrodillada afanada en recoger los tomates de las ramas. Es tan chiquita. La miro con dulzura, con complacencia. Alguien se pasea alrededor de la niña, es el capataz. Con un solo gesto de él, la niña se acomoda mejor y recoge como puede más rápido los tomates, sus manitas ahora parecen pequeñas palomas revoloteando entre las matas, no tiene dediles, en casa, esta vez no hay trapos para esos menesteres, por lo tanto, a medida que pasa el día, se van enrojeciendo, su boquita se seca y bebe agua, tiene al lado un porrón que comparte con unas cinco niñas más.

Quiero abrazarla, quiero acogerla en mi pecho, qué lástima tan chiquita y trabajando.

Ahora el capataz se aleja, la niña mira los tomates con desconsuelo, tiene hambre.

Vamos coge uno, le digo susurrándole al oído, como si en verdad me hubiera escuchado así lo hizo, y debajo de la sombrera y con la cabeza gacha para que nadie la pudiera ver se comió el tomate, vamos coge otro! Volví a susurrarle, jaja es curioso, es como si en verdad me escuchara. Luego tomó agua como pudo porque el porrón pesaba demasiado, refrescó su carita los ojitos negros miraban a un lado y al otro por si volvía el aguilucho. La noche anterior su mamá le había curado unas pupas, y llevaba una venda alrededor de su tobillo. Una alimentación tan escasa provocaba en la niña esas incómodas erupciones., pero eran tiempos de pos guerra y pocos alimentos entraban en la isla y mucho costaba cosechar, y poco para los más pobres.

Ay pero que bonita es, me dije, mientras la veía con sacrificio hacer el trabajo de mayores, y pensar que en un futuro será mi madre...





Si supieras.

 



Al pasar el tiempo en esta tarde tranquila que a lo lejos se divisa la gran montaña, un volcán descarado, altivo, hermoso, he querido escribirte una carta, esta carta que reposa en el buró, como cuando los besos se incendiaban para luego dormir en nuestros labios. He querido hablarte, si, hablarte de esta manera y llenar el folio de pespuntes, de esos que parecen hilos perfectamente hilvanados, he querido incluso mejorar la letra, y que ninguna palabra para ti se salga de ningún renglón. Todo perfecto, inmaculado, como cuando se ve el ave circundar el cielo, mi cielo, tu cielo.

Si supieras que cuando nos despedimos dijiste que habías perdido tu reloj de pulsera, pero que ya habías comprado otro, pues fui yo aquella mañana calurosa, cuando ambos dejamos la habitación. Momentos antes lo había cogido, y guardado en mi bolso, ahora lo tengo justo al lado mientras te hablo con letras e imagino tu sonrisa tus manos, todo tú. Late igual que tu corazón: acompasado, delicadamente tú.


Nunca más supimos el uno del otro, pero el recuerdo se hace un jardín de magnolias, un lago cristalino, el devenir de aquellos días calurosos como el de esta tarde que perpetúa si cabe aún más lo que se quedó. Se quedó un propósito.

Quedaron aquellas noches de sosiego al dormir abrazados, exhaustos al no dejar ni un milímetro de nuestra piel sin acariciar, sin besar, si beber. No hubo lágrimas al despedirnos, no hizo falta, solo bastaba con habernos tenido unos días que fue una vida entera: dicen que en el cielo una vida entera es un pestañeo, ay, pero que me estoy poniendo romántica, y pienso que sigo siendo aquella joven de ayer, esta tarde soy la muchacha descalza soy un pozo de ilusiones, y al pensarte te vienes, te vienes derrochando ese perfume que me atrajo: el de tus ojos mirándome, tus zapatos tan limpios y tu pelo perfectamente peinado, ¿Qué pensabas, que yo no había reparado en ti?.

El espejo de enfrente me devuelve a la realidad, pero qué importa eso ahora. Igual estarás tú pintado de canas el cabello, pero con la misma sonrisa perturbadora de entonces. No sabes cuantas veces he dibujado tus labios al pensarte, al pasear por puente de madera que crujía de los miles de pasos de transeúntes. Dicen que se a apolillado, pero aún sostiene las prisas o las pausa de quienes lo transitan, a mi me sigue gustando porque debajo fluye el río que fuimos amándonos cada día.



Me pregunto qué será de tus días, probablemente seas feliz, igual que yo. Tendrás una familia que te quiere, igual que yo. Después de todo tenía que ser de esa manera.

Por aquel entonces el ruido éramos los dos. El viento y la lluvia éramos los dos.

Los trenes éramos solo tú y yo abrazados en el vaivén y al despertar una estación, una vía donde no había nadie, solo el rastro de nuestros pasos en el andén.

Tengo un café humeante justo al lado de tu reloj, lo dejo adrede por ver cómo se extingue el calor que desprende, el olor, el reguero de partícula aromatizando la habitación. Es tan confortable tenerte aquí, a mi lado, en mis letras, en tu reloj; en el café que tomábamos mientras reíamos, sorbo a sorbo, como cuando tumbados en el colchón al paladear la esencia de dos: arribándonos en el mismo puerto el de dos cuerpos temblorosos con el sudor en la frente de amarnos.


Gratamente volví contigo en cada renglón y tu conmigo hasta el final del papel. Sería injusto dejar de darte la mano, que te alejes y te pierdas detrás de aquel horizonte. No lo voy a permitir. Sería una traición de verbos conjugados en el candor de la hierba, y tu nombre, porque todo fue a propósito de todo.


Con las prisas de hoy en día se me había olvidado tenerte también con aquel vino rojo: verte con los ojos brillantes de juventud. Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.


Quizás ni llegues a leer mis letras, pero fíjate que esta tarde se me antojó volverte a ver...




Sé un lobo, sé un terremoto que deja huella.


Sé un lobo. 

La fuerza

La lucha por sobrevivir

en este mundo adverso.

Sé un guerrero

defendiendo tu casa.

Sé un río de aguas mansas,

de aguas turbulentas.


Sé ahogo por llorar lágrimas,

que se derraman hasta tus labios,

y recorren el curso de tu cuello.

Sé carcajada: explota como confetis.


Sé la fortuna de unos, la humildad de otros,

el espejo en que cada mañana,

ves la realidad de ti.

No rompas el pasado,

vive siempre

hasta el día de mudar la piel.


¿Dónde has encontrado eso?


¿Eso?.


Si, eso.


Creo que es un poema, o tal vez una reflexión.

A mi no me gusta, dijo.


Bueno siempre hay algo que se agradable.







 

Una señora con aires de grandeza.

 


No acostumbro a entrar si no hay clientes. Eso dijo la señora con el sombrero en forma de alas de mariposa. De modo que pasó de largo, y del brazo de señor Girardot. En realidad había sido un pretexto, porque su voluntad hubiera sido entrar y llevarse uno, o dos, o tres sombreros; oler la tienda, recrearse ante el espejo. Sentirse afortunada por tener una cabeza tan bien hecha, como si adrede fuera un molde que se ajustara a toda clase de sombreros. Desde el día en que le dieron la bendición en la pila de bautismo destacó por su preciosa cabecita cubierta por el gorro más bonito de la comarca…

La señora muy consentida por casi toda la ciudad cambiaba de sombrero, cada día. La noche en el casino del día ocho de abril había bajado de un coche negro y elegante, alguien le había dado la mano para ayudarla; un ala del sombrero se enganchó de la parte alta de la puerta del coche, siquiera se percató de ello a no ser que el propio Girardot advirtió preocupado con unas señas, con la idea de que la señora reaccionara a tiempo antes de verse en el mayor de los ridículos. Pues la proporción del sombrero semejaba al de una gran nube en forma de estrella de cinco picos. Además de todo eso los encajes que llevaba alrededor culminaban casi en sus rodillas.

La extravagancia rezumaba por cualquier adorno que se pusiera en la cabeza. Tocados, gorros, sombreros: las plumas tan largas como las alas de un águila imperial; los encajes de bolillo de colores variopintos; y cuando el tul adornaba era como estar dentro de un gigante mosquitero. Girardot siempre a su lado, su fiel servidor. Los halagos por parte de él la llevaban a los altares del orgullo, como si en realidad fuera una diosa del Olimpo.

Girardot permaneció junto a ella hasta su muerte. Fue muy astuto. .

viernes, 13 de agosto de 2021

Soy una esfinge.



Soy una esfinge 

mutilada de siglos,

mi contrato se acaba.

La sed de mis días,

ha cedido.

He navegado entre mares 

revueltos.

Una copiosa lluvia de dardos,

se clavaron en mi ojos.


Soy como soy.

Yo no soy de este mundo,

de retales.

Soy una vagabunda

libre.

Aquel nenúfar será mi

descanso.




 

Opresión, cipreses, oso de peluche.

 


Es por decir algo, por entablar una conversación. Quizás en algún momento quiso que pasara. Ahora ya no sería de su interés.

Para llegar a la casona había que recorrer un largo camino no sin resaltar la belleza extrema de la arboleda a un lado y otro. Y cuando los autos se detienen esperando que abran la portada de hierro forjado: un bello enrejado.

Una vez dentro hay dos cipreses flanqueando el portalón. 

Las visitas son diarias, exceptuando los viernes. 

Sonrió, e incluso una lágrima se escapó cuando le entregaron un paquete envuelto con un lazo azul intenso.  No se preocuparía por doblar el papel ni guardar el lazo azul intenso. Lo único que quería es ver lo que se escondía en el interior: un oso de peluche, un pintalabios; una pistola de descarga eléctrica.

El oso de peluche salió volando por la ventana, el pintalabios lo usó para escribir un poema en el cristal del baño: "Qué pretende el sistema que corrompe todo.

Qué hago aquí no quiero,

estar atada, anclada.

hundida como un barco.

Aplastada toda.

Se cosió mis labios.

Se durmió mi alma"


Por entablar una conversación volvió a decir, sólo eso.




Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...