Todos los días la señora seria se levantaba muy temprano para ir a comprar el pan y la leche, porque en la madrugada todos los olores de la noche aún permanecían mezclándose con los cirios de las farolas y con los lirios y con las flores de azahar. La señora seria recorría aquel camino con un entusiasmo desbordado y con los ojos bien abiertos y aspirando el almizcle, la lechera en una de sus manos y la talega en la otra hasta llegar al destino para luego volver con la tibia leche y el pan recién horneado. Era tan seria que los niños le temían, los vecinos saludaban con cierta aprensión y la maestra del pueblo la respetaba mucho. Una vez el alcalde y el médico hablaron con ella con la intención de saber el porqué de su aspecto sobrio, pero la señora seria no respondía nunca, y seguía su camino...
Ella cuando se quedaba sola respondía a todas las preguntas del alcalde y del médico y a veces de la maestra: Una no puede sonreír cuando el cielo se oscurece con una tela gris y cuando una sabe que hay niños muertos encima de cualquier madero o en la ruinas de cualquier ciudad, se dijo. Y volvió a decir por la tarde cuando se encontraba sola: Una no puede sonreír cuando la tierra en que se vive se muere por las bombas y los rostros de las gentes se desfiguran por la metralla....
No señor, no, se dijo. Tomó la lechera y tomó la talega y cuando empezaba el día se dispuso a los de todos los días a esas horas...