Estaba tan guapa. Los lirios adornaban la capilla, y en sus manos translúcidas una rosa blanca reposaba sobre un lecho de hojas verdes.
La luz del sol se adentraba por la vidriera, y las irisadas tonalidades acentuaban la belleza del rostro que permanecía plácido e imperturbable.
Quedaban atrás los recuerdos de la niñez: los besos y mimos de mamá y papá; las caricias, y las miradas que se cruzaban ilusionadas en la adolescencia.
Quedaron sepultados los llantos, las noches de miedo; los días en que llevaba demasiado maquillaje para ir a la compra, y tenía que dar alguna explicación al pescadero o al frutero.
Un doble de campana y el templo quedó vacío. Se la llevaron por la vereda, al cielo...
Sin duda una bella escena derivada de un momento triste y solemne. Seguira existiendo mientras otros la recuerden
ResponderEliminarGracias Jose.
ResponderEliminarUn abrazo
Me he puesto nostálgico.
ResponderEliminarEsta tristeza es hermosa, eso sí.
Si, hay tristezas hermosas.
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