Las escalinatas que a un lado, y al otro habían sido desplegadas y con el armazón de un cemento gris, esperaban a que los miles de pasos dejaran las huellas impregnadas en cada peldaño, el constante pisotear casi humillante, sin rastro de benevolencia; siquiera un respiro, por lo tanto era igual que un pasaje bíblico, realmente eso era, un folio escrito con la certeza de que todo lo que contenía era cierto: peldaños a un lado, y otro dando la bienvenida a lo que sería un tratado firmemente acordado durante todos los siglos en que hubiese existido la gran nave que gira en un espacio inmenso de Pléyades; un acuerdo unánime, si. Obuses circundan el cielo dejando estelas de fuego; la atestada ciudad se inunda de crispación, de humeantes chimeneas que escupen capas y capas de humo gris, y los mercados repletos de ojos buscando esto, o aquello. Al final siempre hay un acuerdo, un pasaje bíblico donde se escribe el último aliento, luego entonces el silencio, la última trova: fenecer.
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