Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El último deseo



Lo que en verdad hubiera deseado era escuchar una vez más a Moustaki.
Le métèque se colaba en sus oídos, igual que la lluvia cuando sin querer orada sin pedir permiso, quizás siempre intuyó que se sentía extranjero en su propia tierra, quizás simplemente nunca supo encontrar por así decirlo, el norte…
Espontáneo, impulsivo, algo descarado, pero con el suficiente conocimiento de haber realizado algo satisfactorio en la vida que llevó. Un hombre, un padre, un esposo, pero sobre todo, un hombre, con las tablas de la ley en sus manos. Los errores vinieron por sí solos; los triunfos, no, los triunfos fueron el resultado de los errores. Pero siempre se hierra y siempre uno sale complacido y satisfecho de esto o aquello. Querer destruir los folios de los días y los años a veces resulta fatídico, no se pueden borrar hechos, circunstancias que quizás han llevado por derroteros no deseados, pero ese fue el camino asignado.

Aún así, lo hizo. Una mañana cualquiera dejó que se escaparan los pensamientos, las ideas, los deseos, dejó que todo eso se mojara bajo una intensa lluvia, una lluvia que perforó el papel. Quedó bajo la tierra, en donde las raíces más bellas sobreviven. Pero quedó el desasosiego, quedó la responsabilidad sobre los hombros. La lucha interna de su propio yo. Rasgaba las tripas, una cruenta batalla entre ambos.
¿Qué quiso inmortalizar?, nada.
Alrededor de la mesa redonda, todos escuchaban atentos, la voluntad, si, realmente el deseo de un hombre ¿Eso le hizo pensar que se sentiría mejor?
¿Quería perderse? O quizás, encontrarse.
Es supo que yo lo sabía, dijo la señora, pero siquiera se movió de la silla.
Y es que el miedo a veces, subyuga, se convierte en un monstruo que saliva, cuando nos miramos al espejo, cara a cara…
La señora pensó: Que no sea una carta de gran envergadura, que no. Algo sencillo, pero él, no lo era. De modo que el caballero con corbata prosiguió la lectura. ¡Entonces lo he perdido! Volvió a pensar la dama con una leve sonrisa, pero se santiguó, si lo hizo, porque aquel hombre le había dado dos hijos, en realidad cada uno de ellos construyó sus sueños de modo y forma, que todo fluyera, como un gran río caudaloso, con los bordes repletos de hojas verdes, brillantes.

En esos momentos la gata había huido de la casa, estaba en el tejado, lamiendo sus patitas, esperando la presa, y es que los animales tienen una gran intuición, son como los gurúes.

Por unos momentos se hizo un silencio abrumador, de esos que no cabe siquiera un mosquito por las cabezas de nadie. Pero todos miraron la urna, era bonita, con detalles en relieve de luchadores Griegos. Dentro, todas las camisas, todas las chaquetas, todos los puentes rotos, quebrados por las sacudidas de la vida; algún bergantín, con su capitán al frente y con sus marineros, todos de azul, abotonados hasta el cuello. Se hallaban las tardes de merienda, los días con los amigos; las noches con ella. La juventud, la dicha comprar un billete y viajar alrededor del mundo, todo eso hecho cenizas, hasta su corazón, eso quiso, si, eso deseó, incomprendidamente así fue…

El señor de corbata estaba a punto de finalizar la carta, la última voluntad del difunto. Todos quedaron sorprendidos cuando el caballero les leyó los últimos renglones: ¿El retrete?, dijeron en voz alta, con los ojos bien abiertos. Si, dijo el señor, eso es, su voluntad es terminar en el mismísimo escusado. Que las cenizas se viertan en el.

Ese no es el modo idóneo de escapar, le dijo la gata, cuando por uno de los sumideros la voz del difunto pedía auxilio.

Pero nada de eso ocurrió, la familia jamás permitiría que aquel esposo y padre se escurriera por el inodoro, así sin más. Como si fuera lanzado por un tobogán, despreciado por todos. Una vez que las últimas voluntades del caballero fueron reveladas a la familia, la urna pasó de la mesa, al parterre de geranios. En invierno, la lluvia, en verano el calor…
¿Y si realmente deseó perderse entre la basura? ¿Entre montañas y montañas de basura?

viernes, 16 de diciembre de 2016

La ira



Lame el mar con las olas la orilla de diminutas piedras negras. Más atrás, las casitas de los pescadores, blancas, con luces en la fachada.
En la calle real huele a pescado frito, huele a turrón, huele a mazorca; los ventanucos cerrados, algunos con tachuelas como adorno. Brillan las tiendas adornadas: Campanillas; luceros; toda clase de accesorios para la navidad. También huele a incienso, es de aquella iglesia al final de la calle, como si presidiera una mesa bien adornada, con manteles rojos y blancos, con lazos en las esquinas. Allí permanecen los limpios de corazón, los que se dan golpes en el pecho; y las putas, y los labriegos. A veces, alguien se arrastra por los adoquines hasta llegar al altar, con la boca cosida, con las manos pegadas, con el arrepentimiento en la frente para que Dios lo vea. El sacerdote reparte obleas para la paz del alma, para quitar pecados. ..
La señora cruza la calle olorosa, lleva puesto un sayo de seda, los pasos elegantes, los mitones negros; las gaviotas sobrevuelan, danzan, como las bailarinas, ahora hacia un lado, ahora son un remolino, otean, por si alguna migaja de pescado frito se hubiera escapado de las bocas de los transeúntes.
Ahora golpea fuerte la ola, aquella que lleva en su pico un sombrero de espuma plateada, y llega agotada a la orilla, como cuando retozan los amantes, luego: El sueño, el silencio, el placer...



Cruzan dos nubes, son cúmulos, son enormes bocas negras, replican campanas
Acecha la noche, llueve. Ahora un rápido giro de las gaviotas deja atrás la estela de plumas, se van al mar, huyen...
Cruzan todos la calle, los cirios de la iglesia centellean, crepitan, como las hojas descaradas contra una vidriera. Los dientes del lobo es la noche, que culmina oscureciendo hasta los rincones. Azota, azota la tormenta. Los rayos quiebran los troncos de los árboles. Salpican lágrimas de agua en las baldosas,
corre un río de ellas calle abajo, la capa negra cubre los tejados, cubre la torre de la iglesia. Ahora un mar bravío enloquece, aúlla como las fieras, amenaza con hacer encallar ese barco, que rezagado pretende llegar a la orilla.

Y es la bravuconería de la vida, a veces...

lunes, 12 de diciembre de 2016

Un mal sueño



Por unos segundos deseó lanzarse desde el balcón. No podía soportar ni un momento aquella pasta pegajosa en su lengua y en casi todo el cuerpo.
Era desesperante. No atinaba a casi nada, no podía siquiera caminar normalmente. Era una momia, y ahí permanecía, solo en la habitación de hojas verdes y de entrecruzadas raíces. Se preguntó porqué habría de llegar a semejante lugar, él y los demás compañeros .Pero en realidad no pudo ver a nadie más, ni en la habitación, ni en ningún lugar de aquella casa acuchillada por los miles rayos de sol que se colaban incesantes, como si en vez de una casa pareciese un espectáculo de circo. Pudo ver a los domadores dibujados en las paredes, pudo ver al acróbata arriesgando la vida, sin el menor pudor; un payaso de cera que lo miraba fijamente, alargando la lengua y salivando, y con una sonrisa necia y con un dedo acusándolo.
Pero lo único que quería era deshacerse de aquella pasta gelatinosa que lo rodeaba. Tosió, como un último intento de que aquella feroz alimaña se despegara de la lengua, pero sólo consiguió que aumentara el grosor de la baba. Lloró, suplicó. Todos le dieron la espalda. Quiso salir de la casa ya con el rostro amoratado, pero el pomo estaba podrido, y delante de la puerta había un gran palo que la atravesaba, para que nadie pudiese entrar en ella. La muerte era inminente. Rezó pero con el pensamiento. Se acababa lo único que valía : La vida.
Gritó, aulló, brincó de la cama. Se miró al espejo y sonrió, ya era consciente de la pesadilla ingrata, pero la sonrisa, era tan débil... 

viernes, 9 de diciembre de 2016

África fue como un sueño, pero maldito…






Después de que sufriera la picadura de la serpiente encendió un cigarro, y supo que iba a morir. Se alojaba en una casa bonita, quizás algo más lujosa que las que habían alrededor. Acostumbraba a andar con los pies desnudos, con una blusa sin botones y un roído pantalón de manchas oscuras…
Ese día el desayuno se compuso de leche de camella, de albóndigas de pollo, y un poco de queso duro y ácido. Vivió en la aldea veinte años, de los cuales, cinco, estuvo grave a causa de la mordida de un león o leona, nunca lo supo. Celebró muchas navidades con sus amistades, y con una tía loca que visitaba el continente cada vez que se acordaba.
Pero la vida y las circunstancias hicieron que terminara de ese modo. Con el vómito anegando su pecho, con las manos frías, con los ojos de demonio maldiciendo a semejante mala suerte y cabronada.

Ha vuelto de regreso a su tierra, pero ahora es ceniza...

martes, 6 de diciembre de 2016



Ayer una

bandada

de

palomas...

dejaron sucia a la luna...

Ayer el trigo se quedó sin agua...

fue la sequedad de los hombres..

Ayer se fue mi yo.

Antes era todo puro tugurio, mi vida, mi resguardo...



Hola        


      vacío....



               suicidio...




                 Silencio...

martes, 29 de noviembre de 2016

Capricho. Ansia. Fracaso.






El agua cae en cascadas. El refugio no es seguro, pero de momento ahí estará, hasta que 


acampe el tiempo, hasta que algún pajarillo se atreva a salir.
Hasta que los zorrillos campen contentos buscando comida. La galletas y una botella de Whisky de Grano y una percha, es todo lo que tiene. Pero el abrigo lo necesita para resguardarse del duro frío, de la montaña maldita. De modo, que la percha, sobra…


Lustre a las botas, para qué, se preguntó. El demonio invierno estaba allí, acechando, como una bestia cuando se dispone a cazar, con los ojos enfervorizados, con las garras brillantes, son cuchillos. Un trago templó el cuerpo, pero varios, ya supusieron que quedara como un paquete inerte en el camastro, boca arriba…


Amaneció al fin. Apenas si pudo ver bien por el postigo las montañas nevadas, y los cuervos, y los zorrillos. Pero las piernas habían quedado al aire toda la noche. El abrigo acaparó solo los hombros y poco más. Las piernas dañadas por el incesante picoteo de las chinches. Alguien venia a su encuentro. Salió como alma que lleva el diablo de la sucia cabaña. Pero cayó al vació, su cuerpo se partió en mil pedazos.

A veces es mejor quedarse un par de días más…






lunes, 28 de noviembre de 2016

No tapes mi boca, no tapes mis ojos, no me mires.




¿A quién estás mirando?..

Le contestó, que a ella. El lienzo colgaba de la pared húmeda, del torrente de agua que caía en esos momentos.

Sin marcos, solo un lienzo. El rostro inmaculado. El rostro con una leve sonrisa de luminaria, excelso. Con una sonrisa corta y malvada.

De modo que ahí seguía, observador. Casi sin pestañear. Los colores oscuros predominan, los ocres, sólo una leve pincelada, como si alguien, adrede, hubiera cerrado los postigos, entonces un pequeño halo de luz casi imperceptible. Una pincelada de ocre maldito.

Pero miró a un lado y al otro de la sala de exposiciones. Nadie había ya. Con lo cual, se había alegrado, en cierto modo; porque en realidad temblaba de miedo, de terror, de percibir en el pecho el puñal de los ojos, de ella.

Una amalgama telúrica le aplastó el pecho y se orinó en ese mismo instante. Y las gotas gordas de sudor le besaron los labios. Pero era veneno.

¿Porqué insistes? Dijo ella.

Le contestó que no podía dar un paso, que no podía dejar de mirar.

Estás perdido. Estás derrotado. Aniquilado. Los vocablos salieron de la boca de ella, derritiendo el óleo al mismo tiempo.

Siguió orinándose dos veces más. Pero ya era demasiado tarde, un vómito de ella escupió su absurda estampa de hombre miedoso, cobarde.

!No me mires! Volvió a decir ella, esta vez, el grito se coló por los zócalos, se coló por el mísero postigo.

Sonrió, sonrió al verlo tan extremadamente loco. Un cuerpo mordido por la lengua de ella. Derrota, dijo y volvió a sonreír, levemente, como cuando una caricia, como un beso en la piel...


viernes, 25 de noviembre de 2016





Sentada en las piedras redondas y calientes por el sol, no medito, leo.
Cerca, se halla la huerta ensimismada de olivos y de cardones. Un pañuelo me seca la frente de lágrimas de arena. de mí. La ropa se alza igual que las cometas, las sábanas blancas y los calcetines y un mantel bordado a mano. Que permanecen aún dolidas.
Juego con mi pelo y mis pies están contentos de tremenda salvajada la mia. Luego miro alrededor y entiendo todo eso que dicen de que la vida es algo maravilloso, pero la mia también, si, dentro.
Acabo de mirar el reloj de pulsera con círculo negro y me sonrío en el pequeño espejo que guardo en la mochila y me pregunto porqué habré tardado tanto en correr...





María Gladys Estévez.

sábado, 22 de octubre de 2016

Los sueños




Sin embargo la bailarina estaba a su lado, ya fuera invierno, verano, otoño…ahí estaba, con sus alas blancas y relucientes. Pero no pudo verla nunca, o eso creyó.
 “Adiós”, sonaba por la mañana y al atardecer. La música salía disparada del saxo.
  El viejo Gurú siempre vivió en la misma calle, en la zona más alejada de los grandes edificios. Donde a veces, el olor hediondo se colaba por entre las bocas de los transeúntes. La refinería, los desagües; poco importaba eso, porque allí no había nada importante, allí  la miseria se comía hasta los rincones de las callejuelas, y hasta las hojas de los árboles. También se comía la sonrisa, y por si fuera poco, a veces, no dejaba entrar al sol…

Pero el saxofón no dejaba de sonar, y la bailarina con sus alas blancas, siempre atenta, justo en el suelo, sentada, dejando que los sueños llenaran la cabeza del hombre, con gabardina vieja, verde botella, y un gorro roído por los ratones…

Pero un día la cabeza del viejo Gurú, ya no tenía sito para guardar nada, porque estaba repleta de todo.


Monticello fue su última y ansiada parada.

viernes, 14 de octubre de 2016



Perra y puerca muerte
que deja los ojos quemados

de

los

niños.
 por los poros de la rabia...y
la inmediatez de la ignorancia.

Hace tiempo ya quedé de muerte apestada.



Un

tiempo llegaste para ..

Ahora se ha cumplido los tantos años de no verte.




viernes, 5 de agosto de 2016

Medias lunas de fuego





La lengua de fuego y humo se explaya, como si se tratara de un dragón, que enfurecido sobrevuela la copa de los árboles y se arrastra igual que una serpiente por los troncos y por las retamas. Deja todo impregnado de veneno ardiente. Los lagartos y los pájaros han muerto. Y los hombres gritan aquí y allá y, lamentablemente se haya un cuerpo sin vida en medio del horror.

A pesar de todo es claro que la vida sigue en otro lugar. La evidencia de las personas en las playas; las familias riendo y los niños jugueteando con las olas chicas que llegan a la orilla.

La calle real está invadida de estorninos, quizás huyendo del creciente humo que se cuela por entre las rendijas de caminos y de esquinas.
Alguien se quita los zapatos para refrescarse en la fuente. Las señoras que tienen sus puestos donde empieza y termina la calle, parlotean y enarbolan las manos para atraer a los transeúntes. Melquiades se atusa el bigote y lee la prensa, el párroco se dirige a la tienda del toldo rojo para tomar un gran vaso de horchata de chufa. Debajo de los flamboyanes se hallan cuatro bancos desvencijados, pero con su señorial sello. Por el suelo algunas páginas sueltas con pipas de calabaza para las palomas y en la charca acaban de vaciar un paquete entero de migas de pan para los patos y algunas galletas pequeñas y redondas y azucaradas. Y qué curioso que casi siempre hay un cisne entre ellos, pero no es un cisne negro, tampoco es un cisne blando. Es un cisne, sin color alguno.

La teta de Irinea está a punto de explotar; el pequeño succiona ávido mientras acaricia el pecho, sus deditos son dátiles dulces. Es extremo, muy extremo el momento tan sutil y delicado entre los dos.

La vieja sube como puede la escalera de piedra, ya casi ni le importa el tiempo que pase hasta llegar al último tramo, ni le importa si alguien se gira o no para ver de qué modo tan decrépito adelanta uno, y otro pié. Es curioso que en ese recorrido largo tañen las campanas, una, dos, tres, cuatro, cinco... Son las once de la mañana y aún el fuego no tiene adversario. La nube de humo atrapa con sus garras la calle y todo desaparece. Parece un conjuro...




domingo, 31 de julio de 2016

Latitud

No era un campo de asfódelos lo que me llamó acusadamente la atención. Eran rocas, pequeñas rocas al lado de los pinos.
Erosionada se hallaba una de ellas y dentro abarcaba un lago de agua, como si en verdad la roca recogiera conscientemente el agua de lluvia de la noche anterior, pero el agua que cae de las ramas de los pinos, si, esa que parece una lágrima gigante y detrás de esa lágrima, otra y así hasta formar un lago en la panza de la pequeña roca.
Pero lo que  me dejó perpleja no era todo eso. No eran los pinos ni las pequeñas panzas de algunas rocas negras de lava, no. De ningún modo había sido eso.
A una se le detiene el corazón y se olvida de respirar o viceversa, cuando atina a ver a dos tizones pequeños y no sólo eso, a muchas abejas, todo juntos, todos acudiendo al lago para sorber el agua. Qué divina sonrisa y qué manera tan sencilla y difícil de descubrir a los años de una, otra vida, otro mundo.
Cada cual iba a por lo necesario: Los lagartos abrevaban y siquiera se detenían unos segundos para, con sus lenguas recoger todo el líquido cristalino y fresco del lago y componía el trasiego de ellos. De los lagartos y las abejas, que supuestamente necesitaban el pequeño lago, para hacer la miel. Iban y venían, iban y venían. Todo un mundo al lado del mío, justo a mi lado: Un mundo paralelo.

martes, 26 de julio de 2016

El encuentro






Las gotas de sangre acabaron en el vestido. El alfiler se había clavado en la mano profundamente , tanto, que quedó en la superficie la perla irisada.

Dorotea perdió el color de la cara. Perdió el sentido, casi. El tren devoraba árboles, campiñas enteras, y ella apenas si podía levantarse del asiento y caminar por el pasillo para ir al servicio.

El vestido manchado y el rostro sin color. Se abstrajo por unos minutos aguantando aquella tortura de los demonios, porque enfrente se hallaba él; lo primero que le había llamado la atención fue su boca, carnosa. Luego recorrió su torso y terminó donde los dioses degustan uvas dulces y llenas de licor.

Renunció estoicamente la decisión de ir al servicio para aliviar el espantoso dolor, porque el alfiler seguía ahí, torturando, anclado a su piel y profundamente hendido.

No lo pensó y ella misma lo arrancó de un tirón, luego la sangre a borbotones se encaprichó en dibujar en sus muslos: Parecía un tatuaje.

Se quedó sentada y abrió las piernas soportando la agonía, pero insistiendo para llamar la atención de él. Y lo consiguió, porque ahora ya no sentía pena alguna, siquiera se acordaba del maltido alfiler. Aquella boca carnosa besó el rió púrpura y la lengua sin riendas se había ido justo al centro y no paró hasta la próxima estación.

Se despidieron. Él, en el andén, ella, sentada, con la perversa sonrisa...



miércoles, 6 de julio de 2016

De los amores perdidos









La  llevaba atada a la muñeca, como si se tratara de una pulsera de diamantes, era de esas pulseras de hilo entrecruzado formando una trenza y de varios colores. Cuando se la quitaron para las pruebas se quedó grabada en la piel, igual que un tatuaje, la pulsera de sus amores, de sus días de esplendor, el regalo más bonito que jamás había recibido.

Al ladear el cuerpo salió de los labios un hilo de sangre que pronto llegaría al suelo de tabillas de madera, era espeso como la melaza casera.

Alguien miraba por la ventanilla y arqueaba una de las cejas intentando ver mejor lo que sucedía dentro. Había dormido sola esa noche. El lo sabía muy bien, por eso quería saber qué había pasado.
También lo sabía el alcalde. Un abogado y un fiscal de la zona, es decir los que habitualmente acudían a las vistas del Juzgado del pueblo.

El médico forense se presentó unas horas más tarde. Con corbata y un sombrero gris de fieltro.

Le tomó el pulso a sabiendas de que la vida se había esfumado horas antes, pero era menester, era el protocolo, o la necesidad de querer que en algún momento diera un respingo, o balbuceara algo.

Realmente deseaba que ella abriera los ojos. Que le sonriera o se carcajeara con alguna de sus ocurrentes historias, aunque algunas hirieran mortalmente por su alto contenido en cianuro. Siempre le decía eso: Tus historias tienen un alto contenido en cianuro. Qué labios y que forma de mover las caderas cuando la tenia cerca...


Cuando hubo terminado, y sin que nadie se percatara de ello, le peinó la melena y luego sacó otra pulsera entrecruzada de hilos de colores: ¿Te gusta esta mi amor? Le dijo.





lunes, 6 de junio de 2016

Incertidumbre




Fue imposible desear no permanecer allí. Su pecho ardía como si una espada lo hubiera atravesado.
Ese día las palomas se amontonaron en el patio, justo al lado de la capilla, eran tantas, que casi no se podía caminar. El mar permaneció calmo todo el tiempo, y el sol esculpía con sus rayos los rostros sombríos de algunos, sobre todo los que se hallaban detrás de la cristalera.

Se contuvo por un rato, incluso ofrecía algo de beber o de comer, con el gesto amable, pero con el dolor en los ojos; pero todo era tan irreal. Lo sabía, y sabía que de un momento a otro estallaría de rabia y de pena, y los rizos del cabello se desmoronarían como el serrín cuando cae en diminutas partículas de polvo.

La criatura nació una tarde de mayo, un hermoso niño de ojos negros y pelo rubio.

-Hola mi amor, le dijo. Soy tu mamá, prosiguió.

Se sentía muy dichosa a pesar de lo agotada por el parto, pero eso era algo insignificante para ella, realmente la felicidad inundaba la habitación y la sonrisa se explayó, como un bostezo. El pequeño lloraba. Ella lo acercaba a su pecho con mucho cuidado para amamantarlo, luego se cruzaron la miradas.

El regreso a casa causó una expectación increíble. La cunita blanca en una esquina de la habitación y al lado el ropero. Se había preparado unos días antes meticulosamente, a falta del tul para cubrir. Luego llegaron los seis angelitos muy bien guardados, cada uno en una caja. Seguramente habrían de adornar el capazo y la cuna; eran muy bonitos y poco vistos, porque se cocieron literalmente en el horno; luego, una capa de pintura azul y para las alas, un color ocre suave. A Lilia le gustaba eso de hacer angelitos con el sobrante de pan duro.

El eco de aquellos días felices resonaron en su cabeza como golpes de martillo, como cuando el herrero faena distraído de todo y se afana.

-¿Quieres el misal?, le dijo la señora, una de tantas que permanecían en silencio, como si en verdad aquel infierno le quemara siquiera un dedo de sus manos, pero allí permaneció hasta que hubo terminado la misa, luego, se fue. Todos se fueron.



-No, dijo. Y de nuevo volvió a mirarlo. Era tan bello, tan sereno dormía. Quiso romper con sus manos el cristal, y gritar, y correr y besarlo. Pero clavó las uñas en su estómago, y sangró su boca y quiso vomitar la cruel despedida...








martes, 31 de mayo de 2016

En presente y pasado, un bagaje.




Era curioso que pensara en el guayabero   cuando se preparaba para el baño; curioso de venirse esos recuerdos, que ahora se hallaban en un rincón de la memoria, un lugar casi inhóspito, pero al fin y al cabo, allí seguían.

Los ojos negros de Ermine, cuando se hacía limpieza en la casa, se quedaban de guardia toda la mañana en la esquina de la cocina, por si a alguien se le ocurría atravesar el largo pasillo, que terminaba a un lado, con un aseo pequeño, y al otro, un patio de piedras volcánicas  con un gran guayabero en el centro. Durante el tiempo de guardia no sonreía, y mayestática y seria y con ambas manos cruzadas, amenazaba con castigar a todo aquel que dejara la huella en el suelo húmedo.

Como un río alegre se fueron encadenando los pensamientos y, las imágenes fluyeron libres- Ermine, se dijo, qué lejos estás y que cerca de siento, volvió a decir, mientras se introducía en la tina, que se desbordaba de agua, tanto como las ganas de ella.

-Pero cuando la guardia había terminado, y la veda se había abierto, entrar en aquel patio de piedras volcánicas era tan agradable, como mirar las estrellas en verano. Hubo una vez, que se dio la circunstancia que el tiempo acompañó de tal forma, que florecieron los botones de guayabo y crecieron con una enormidad ilusoria. Todo estaba preparado para elaborar el dulce. Con pan de centeno, con bizcocho, con queso, se podía comer de cualquier modo. Aquella casa olía a flores del Olimpo.

Tomó la pastilla de jabón para oler el perfume, ya la esponja se había deslizado por el cuerpo  varias veces. Luego se columpió moviendo parsimoniosamente las nalgas. El agua estaba deliciosa.

Ermine era una madre de esas que nunca tuvo hijos, pero era una madre. En la mesa de la cocina con un mantel verde dejaba los dulces y dejaba los bizcochos.

-         Eres la primera en todo me dijo unos de los primos-

       -¿Porqué crees eso?- Le contesté.

       -Porque…  No supo qué responder. Éramos tan niños.

Pero las primeras son las primeras que se van, le dije. No me contestó, no supo.



Esas líneas las había visto en un viejo diario que unos momentos antes había ojeado, antes de sumergirse en aquel pozo de agua cristalina, y dejarse ir, como cuando los besos  se dejan caer como regalos por la espalda y el vientre. Separó los muslos y se acercó para mirarse el rostro y sonrió. No había muerto aún. Pero la carita de pecas ya no estaba…


viernes, 27 de mayo de 2016

Han llegado las mariposas






Textualmente, y punto por punto, le había dicho que la temporada de las mariposas era sagrada para ella; quería decir que por esos días nada habría de ocupar su tiempo, nada habría de frenar las ansiadas vacaciones.

Pero en realidad no eran vacaciones como tal, no. Eran los momentos que necesitaba para evadirse y dejar atrás casi todo. Ya tenía el billete de tren y ya tenía el equipaje preparado, una mochila, simple y llanamente, una mochila. Era bonita, tenía por fuera unos bolsillos de diferente color, y luego colgaban asaderas hechas de macramé para colgar las cholas y un rosario de perlas negras. Su bisabuela se lo dejó olvidado cuando se fue y ella lo tomó, con mucho cariño. Desde entonces lo lleva a todas partes, pero lo curioso es que había de estar siempre mostrado al todo aquel que quisiera verlo. Es una reliquia antiquísima y preciada. Pero pendía todo el tiempo, ya fuera en la mochila, ya en la esquina de uno de los barrotes de la cama.
Esperó que el cigarrillo se terminara de esfumar y aspiraba con premura. Entre sus labios daba gusto de ver el tabaco con la capa de papel cada vez más húmeda.

Fiona era una de esas mujeres que, en la primera impresión parecía común, es decir, ella no daba muestra alguna de vanidad, siquiera de querer aparentar y ni mucho menos ansiaba menesterosa llamar la atención. Eso si, tenía algo de temperamento en todas la carreteras de sus venas, eso no estaba mal del todo. No había pasado por el encorsetamiento de una sociedad impune con sus gentes, y si en algún momento habría sufrido eso de guardar silencio y obedecer, seguro que ya estaba totalmente borrado de su cabeza y también de su diario. Cinco páginas arrancadas con rabia.

Lo primero que hizo esa mañana fue buscar el billete del tren y guardarlo en uno de los bolsillos y también el rosario que inmediatamente dejó pendido en una de las cogederas de macramé de la mochila. Atisbó a lo lejos un bus rojo, y dudó si sería el suyo. Dudó hasta que llegó a sus pies la delantera roja y el dibujo de una gran mariposa azul en uno de los lados. Sonrió porque si era el bus. Soportó dos horas de sol intenso, llevaba una gorra muy bonita que la protegía de los rayos de un sol justiciero, si, era un sol que castigaba a esas horas de la mañana, era un fustigador, era un sol que daba latigazos y dejaba las llagas en la piel, como cuando los marinos eran azotados con el torso desnudo, en el cabestrante.

Habían pasado casi dos horas y se sentía muy bien, a penas una cabezada había dado y el libro que tenía en sus manos se había caído a su pies, pero lo tomó rápido, bostezó y sonrió. Nadie podía imaginar donde se dirigía, eso era un secreto muy bien guardado por Fiona, como cuando se guardan las cartas de amor en un cofre de plata con un lazo púrpura en medio.

El viaje acabó sin consecuencias de importancia. Unas siete horas de camino, pero para Fiona eso era como un paseo, y es que le esperaba el mundo de las mariposas. Llegó, se descalzó y se quedó dormida entre ellas, como si en verdad se hubiera mimetizado. Ahora era una hermosa mariposa blanca y tornasolada...


martes, 24 de mayo de 2016

Arroz meloso





El señor de corbata levantó la cortina del asfalto con la punta del bastón. La intención no era otra que ver el espejismo de un niño, de su niño interior; vivaracho, con una gorra de pana y pantalones cortos y algún juguete en sus manos. Hay personas que con ese gesto ya son felices, dijo la señora, que no le quitaba ojo, porque era curioso eso de rebuscar y encontrar al niño que se lleva dentro.

Probablemente ella también buscó detrás de los cuadros, o, también ,en aquel parque de recreos con la veleta impoluta de un madero noble que recreaba a un gran pájaro azul. Entre las niñas se hallaba ella, con la dulzura de una boquita angelical; por entonces era agradable estar allí, sobre todo porque el tiempo se quedaba congelado, como si alguien con una barita mágica hiciera eso, me refiero a eso de paralizar el tiempo. Seguramente las hadas por esa época se mudaron a vivir allí; de modo que siguió el paseo y pensó en comprar un hermoso ramos de lilas y algunas siempre vivas, y cruzó la avenida al mismo tiempo que se atusaba el pelo...

El aroma de la arrocería se colaba por la estrecha callejuela circundante al monumento de la madre, una de esas esculturas a medio hacer, porque daba la impresión de que a la madre le faltaba el verdadero espíritu, ese que suelen tener las madres, ese que se desborda hacia fuera, por los ojos, o por un gesto cualquiera, pero que, en este caso resultó algo ignoto para el artista.

Los comensales llevaban a la boca el meloso arroz acompañado de un buen vino de la zona. El tintineo de los cuchillos, y de los platos y de las cucharas se esparcían en ondas, como si en verdad fueran campanillas de esas ornamentadas de la India. Glorioso momento pues ese, con las papilas gustativas muy sensibles y los jugos gástricos queriéndose escapar y liberar la contenida sensación de bienestar. A veces pienso que un estómago es otro ser vivo que llevamos dentro, una casi perfecta simbiosis imagino que pueda ser, por decir algo...
Fuera, todo seguía su curso, el señor de corbata había llegado al fin al casino deseando ese puro que en casa le prohibían, y la señora entrada en años dejó de ponerle atención; en realidad había una similitud entre los dos: Ambos sentían la necesidad de reencontrarse consigo mismo, con ese niño de antaño, que podría hallarse debajo del asfalto y también en el parque de la veleta impoluta de un madero noble.

Era una estampa preciosa, pero me refiero a dos Araucarias que habían en la avenida y también ver cómo el meloso arroz, cálido y perfumado era devorado por unas cuantas bocas que parloteaban ésto y aquello, y algunas con los ríos del buen vino en las comisuras...
Tan elaborado y agradecido arroz, como el beso de un amante diría yo. Quizás excesiva comparación, pero es que a veces...





miércoles, 18 de mayo de 2016

Un modo de ver las cosas






Es curioso que el reloj justo enfrente se hallara sin vida. No habría de tener importancia alguna, al no ser porque, juraría yo, que hace unos segundos su manecilla pareció caminar hacia las en punto. Diría que es realmente interesante que cada vez que se quiera, unas simples manecillas giren a voluntad de cada cual.

El poder de la mente no tiene límites a mi modo de ver. Incluso la escultura de bronce de un hombre algo encorvado, con predilección de mirar hacia el otro lado, pareciera en algún momento fruncir el ceño y luego sonreír, y acto seguido quedarse tan quieto, como lo que es: Una estatua. En éste caso es de bronce y con algunos ribetes, sobre todo a la altura del pecho. Es decir, que es tan emocionante ver que la escultura cobre vida, y el reloj también, aún a sabiendas que ninguno de esos objetos tiene vida propia; quizás el reloj si marcara las horas como antaño, pudiera albergar vida, aunque eso de que un objeto tenga vida, no responde al modelo de definir lo que significa vida, porque no hay ningún equilibrio omeostático en ellos.

Pero me gusta pensar que un reloj por ejemplo tenga vida, un corazón que palpita a medida las agujas recorren punto por punto las horas y los minutos, y hasta los segundos. Hoy yo he querido ver como late ese reloj, que tanto tiempo ya, ha dejado de marcar las horas, un reloj abandonado en lo alto de la encimera, lleno de polvo y descolorido. Me impresiona que le mirara un rato y tomara vida un corazón ya muerto.

Incluso si me fijo más, puedo ver algunas de las imágenes que formaron parte de sus horas. Imágenes que desgraciadamente no fueron bien avenidas, por ejemplo, cuando el atentado de la capital de la ciudad, allá por los años setenta y que ocasionó una tragedia, porque el vuelo de avión que tenía que haber aterrizado en la isla grande, tuvo que buscar otra ruta y otra isla, y eso fue fatídico. El destino quizás. Por entonces el reloj siempre marcaba el tiempo con su tic, tac. Fue en esa ocasión en que se quedaron los gritos y el fuego y las ambulancias de aquí para allá, si, realmente en su tic, tac, quedaron las horas y las imágenes, para mi gusto, claro está.

La compañera de trabajo y calamidades añadió:

¿Y porqué te empeñas en ver esas cosas, y más cuando se trata de un simple reloj?

Se me escapó una media sonrisa y repliqué:

¿Y tú, es que realmente lo que ves ahí fuera es  la verdad?

Hoy el día se hace largo y me vuelvo a distraer un rato: El reloj que toma vida, y la escultura con el ceño fruncido, a saber si algo oyó...


lunes, 16 de mayo de 2016

Inclemencias y deseos






Es una tontería querer alejarse y terminar en un bosque, eso es una pérdida de tiempo para mi gusto, dijo Helena. ¿Porqué habría de ser una tontería terminar en un bosque?, se preguntó la otra mujer que se hallaba en el puesto de castañas y atenta y curiosa escuchaba la conversación.

Se había torrado dos dedos por causa de su extremada atención hacia las muchachas, cuando quiso sacar las castañas del asador; siquiera si había molestado en mirar.
Pensó la señora que estaba bien eso de adentrarse en un gran bosque y desaparecer por un tiempo, sobre todo ella, que llevaba una ingente cantidad de años tostando castañas, con lluvia extrema, con frío helado desde las montañas, con las yemas de los dedos de diferente tono a muchas.

Se había acomodado un rato soplando sus dedos maltrechos y tiznados, luego recreó su huida. Mayestática, permaneció todo el rato en que su pensamiento derrochaba las imágenes supuestas de ese gran lecho de retamas y, hasta un bello manglar en medio.
De modo que las muchachas ya se habían ido cada cual a sus asuntos; y sin embargo, el bosque cada vez cobraba más vida, el manglar restallaba de forma súbita y elegante, promovido en parte por las aves, que revoltosas buscaban en las ramas astillas para la construcción de los nidos, nidos que se multiplicaban a medida que cualquiera pudiera recrear su vista, cualquiera que tuviera la tremenda suerte de hallarse por un día en tan bello lugar. Casi no había hueco sin nido a lo largo del manglar.

Seguramente la señora tostadora de castañas hubiera introducido las manos en el agua exactamente igual que las raíces, eso sería renovarse casi por completo de las tediosas tardes de invierno, con la cara manchada y los sabañones en algunos de los dedos, y sobre todo la soledad de ella, aún en el vocerío de la gente para saciar las ganas de comer las orondas sabrosas castañas.

Por lo tanto para ella ese bosque sería la liberación y no la huida, sería tan maravilloso como convertirse en alguna de esas aves solitarias pero libres, o quizás formaría parte del manglar, o sería el agua limpia que rozaría con dulzura las alargadas ramas.

De modo que se colocó el echarpe, se enfundó los guantes roídos y sonrió. Al fin y al cabo no estaba mal eso de tostar castañas, aún en las inclemencias del tiempo...





martes, 10 de mayo de 2016

Designios





A la señorita Sefi le estaban robando las amígdalas, el temor crecía a medida que unas grandes manos y un aparato punzante y plata escudriñaba.
Las puntillas blancas del vestido pronto se empaparon de un color púrpura ingrato, además era su vestido preferido y también los zapatos blancos con lazos como mariposas.

La señora madre de la niña la sostenía con una calma aparente, y convencida de que aquella incursión era necesaria; de modo que se mostraba solícita y obediente a las indicaciones del médico. Todo lo contrario le ocurría a Sefi, que inquieta daba zarpazos, como un cachorro de tigre, casi. Aparentemente también una calma tensa y dolorosa al fondo del pasillo, en que algunos señores y señoras rezaban en la capilla de los Ángeles, arrodillados algunos, y otros menesterosos de obedecer salmos y alguna que otra verborrea de parte del párroco, que se alojaba en la última planta de sanatorio, justo en una buhardilla centenaria, algo retocada, pero con el olor de los cirios, el incienso, y fuera, pendiendo de las tejas en un armazón de cobre, una escultura de la Santa María, inclemente al frío o al calor, y sobre todo al paso de los años.

Un vómito súbito salió de Sefi y luego otro, y otro, y todo terminaba en un cubo de aluminio. Era escandaloso ver la sangre grumosa de pepitas rojas y restos de mucosidad. Era aterrador también ver a los médicos de un lado a otro, balbuceando ésto o aquello sin reparar en la expresión de los ojos de la señorita Sefi.

El consuelo se posaría sobre la niña más tarde, cuando en la habitación y junto a su madre, le tenían de sorpresa curativa un helado. En ese instante todos los terrores juntos se evadieron por la ventana y la niña se distrajo con tal premio, un helado que para ella tenía un color resplandeciente, igual que el sol, y es que nunca, nunca, había probado la golosina helada y cremosa.
Luego, ya en casa, las carantoñas de los familiares y los vecinos consintieron tanto a la señorita Sefi, que casi olvidó aquella trepanación injusta y sobre todo, porque los niños nunca ven lo que les pueda anteceder, y casi nunca sienten el miedo de antemano, salvo que, como ahora, la pequeña se viera asediada por aquellas inmensas garras que, para ella significaba el quitarle hasta las tripas.

Por la mañana alguien entró en la habitación y abrió las ventanas para que la luz se colara, y, de repente uno de esos rayos tocó la naricilla de Sefi y ella sonrió, pero en realidad le estaban ofreciendo otro rico helado, cremoso, como el de la noche anterior...




RELATOS - TODAS ERAN BUENAS, DE MARÍA GLADYS ESTÉVEZ

domingo, 8 de mayo de 2016

Todas eran buenas




¿Y qué decir de esa conversación de la operación púnica?, mejor asentir con la cabeza, y dejar que fluyan verdades o mentiras, al fin y al cabo, no era lo importante de aquella reunión. Tampoco habría de tener importancia si esa señora que se sentaba en la purita esquina, tuviera por costumbre comerse las uñas, que luego, disimulaba con mitones en sus manos, sobre todo cuando tenía que asistir a alguna celebración. Debía de haber pasado mucho calor con ellos puestos, pero la vergüenza podía más, y demostrar a los demás que tenía los dedos hechos un desastre porque siguiera podía lucir esmalte, eso para ella era peor que prostituirse. Claro está que no podía renunciar a esa enfermedad, esa de comerse una a una todas las uñas de sus diez dedos.

En unos instantes todo se había convertido en el muro de las lamentaciones. Realmente parecía eso, un muro enorme de lamentaciones, un bosque de grises matices, con una mesa enorme en el centro y las personas alrededor, con sus tazas de té en las manos.
Siquiera importaba que las criaturas que jugaban en el patio central recurrieran al consuelo a alguna de las madres porque sus rodillas fustigadas sangraban. Nada de eso tenía relevancia alguna.

¿Tanto tiempo ha pasado? Dijo Diana-

Tanto, tanto, tantísimo, respondió, por la sonrisa de su boca, era con un tono bastante cínico.

De algo le había servido estudiar en la universidad, creía ella, claro está, porque para responder mentiras o desviar una respuesta hacia un lado u otro, no hace falta ser titulado. De modo que con el cigarrillo entre sus labios volvió a contestar: Tanto, tantísimo…

Leonora tenía cinco niños y Diana no supo ser madre, o bien, la naturaleza no la proveyó de ese galardón o premio o, milagro. Como quiera que Diana a eso no le influyera en demasía, ya estaba al tanto de las reacciones típicas de Leonora.

Todo ese gran acontecimiento en ese bosque gris y alrededor de la mesa con las tazas de té en las manos y alguna pasta rancia, no era ni más ni menos, que la reunión de todos los meses, de unas amigas, que un día posiblemente lo fueron, pero que ahora, cada cual habitaba donde placía y reaccionaba como tal, y además los sentimientos ya lejanos, ahora se encontraban en un pozo profundo de iniquidad, egoísmo, y un largo etc..., de imprudentes mujeres, avariciosas algunas, otras muertas de dolor, y otras mirando al frente, como si nada hubiera pasado.

En fin, dijo la que portaba el escrito que casi era como un manifiesto, ya estamos aquí otra vez, celebrando la amistad y que perdure, amigas…
El chasquido de las copas al brindar se convirtió en un mal rayo dañino…





sábado, 7 de mayo de 2016



Pensé que podría suceder, pero todo quedó en un montón de ruinas,
en un castillo de papel...
Pensé...
Sucederá,
No.
_Mi sangre se seca.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Niebla





La quilla de un barco, eso había pensado cuando se fijó en el receptor de solicitudes que se hallaba al lado del ordenador. En esos mismos instantes y con la música de fondo de un tango, recordó la historia de Isabel, cuando tuvo que ir al muelle a despedir a su hermano para la guerra, para una guerra de niños que llenaban el barco, algunos, lloraban.

Lloverán obuses, pensó Isabel, lloverán sobre sus cabezas y destruirán sus vidas, todo se borrará en sus memorias y las secuelas serían espantosas en los pocos que habrían de volver. Entre ellos, con suerte, regresaría su hermano, su adorado hermano, con un cabello rizado y con un bigote bien lustrado; probablemente llegaría a tierra con la vieja mochila a un lado del cuerpo, quizás con una sonrisa o tal vez, con la cabeza en otro sitio. Las guerras son crueles, y casi nadie que vuelve viene igual que antes, nada más basta observar los rostros alicaídos, amarillentos. Los ojos no tienen vida, ahora son opacos, y dentro de ellos se quedan por siempre los fantasmas que cada noche rasgaban los cuerpos, roían como ratas sus oídos, y las llagas se multiplicaban en las piernas ,y en los brazos y, en la comisura de los labios. Era una plaga infernal que se cernía sobre ellos y también en las casas y en las iglesias.

Las personas se vuelven enemigos de sus mentes, mascan todo lo malo que resuena en sus cabezas; enloquecen de hambre y de miedo en medio de la insoportable situación, que, por una razón u otra se acomoda dentro perforando hasta las entrañas. Regresó un día el hermano, pero ya llevaba el puñal clavado muy adentro, y los días venideros fueron tan malos como los de antes...Noches de insomnio y días con pesadillas. Lo tendría con ella otra vez, pero marchito.

Volvió a mirar el receptor de solicitudes y esta vez se había quedado la niebla, solo eso, al fin y al cabo las cosas llegan a su fin...





miércoles, 20 de abril de 2016

Impresiones



Tendría que explicarse a ella misma la visión que se hallaba ante sí, era significativo, porque nadie más la acompañaba y detrás del muro de hibiscos todo era silencio.
Habría de hacerse las preguntas y de contestarlas en un soliloquio aparente, descartando la más ínfima retórica que sumamente rechazaba por propia convicción, y por la misma causa elegía esto, o aquello. La intuición quizás la proveía de ciertas dotes. Visión o realidad significaban lo mismo en esos instantes en que la gran burbuja acrecentaba su volumen a cada segundo, y al compás del parpadeo de los ojos de la señora.
Los ojos de ella se pegaron a la mole transparente, una de las pestañas irrumpió como si de una flecha se tratara en el globo, y un torrente de agua se derramó surcando la blusa abotonada. Entonces fue cuando halló explicación para dicha visión: La pared mojada por la lluvia torrencial había sido violada y salivaba agua en forma de burbuja.

jueves, 7 de abril de 2016

A cerca de polivalencias





Es un pisa papeles. No, le dijo. Si que lo es, es un pisa papeles que tiene la forma de señor con boina y lleva camisa a cuadros y vaqueros y unas botas negras, está hecho de pan remojado y luego calentado al horno durante una hora, luego se queda rígido y duro como una piedra, volvió a repetirle,pero no quiso seguir descubriendo la verdad, porque estaba muy segura de que aquel señor era un pisa papeles.

El afirmaba y sabía que como esos señores habían mucho por la ciudad, y por el campo, y en los parques. Algunos de ellos ya mayores, pero otros con menos edad, también llevaban la misma vestimenta. Los altos y los bajos, morenos o rubios, o castaños y por decir más, hasta los pelirrojos.

Y es que realmente no era lo mismo, porque si hubiera sido un pisa papeles como tanto afirmaba la señora, no dejaría las huellas de las pisadas en la acera, o en alguna casa, o en el mismo mercado. Realmente era así, esos hombres caminaban de aquí para allá, incluso se quitaban las boinas cada vez que saludaban a alguien, sobre todo a las señoras del barrio, a las profesoras de los colegios, incluso hasta los pescadores que arribaban a última hora de la tarde al puerto, con los barcos repletos de plateados peces que más tarde irían directamente a la lonja. Son señores muy amables, se dijo, no como esos que se ven trajeados, con una corbata tan recta como una escoba, eso pensaba, quizás se equivocaba, pero para el era puro convencimiento.

¿Se ha movido del escritorio el pisa papeles?. Eso le preguntó la señora, que veía el mundo tal cual, las imágenes como son, aún en su posibilidad de que se distorsionaran por cualquier causa.
El caballero que veía señores caminando con boinas y no quietos como estatuas de pan al horno, le contestó que si, y muy convencido de ello, le convidó a que resolviera el gran dilema. ¿Quien tenía realmente la razón? ¿Cual de los dos acertaba ante esos hechos? ¿Realmente se encontraban dentro de una habitación con escritorio?.


Es tan difícil saber con exactitud la realidad que vemos ante nosotros, lo veraz de las cosas o de los acontecimientos. Podría haber sido de las dos maneras: Un pisa papeles petrificado con boina y camisa a cuadros y pantalones vaqueros, o quizás un señor de esos que saludan siempre, hasta en el mercado, un señor de esos tan saludables y proclives a participar en cualquier fiesta del barrio para alguna recaudación; sería también un señor con boina y pelo desaliñado, cansado. Y es que es realmente escabroso dejar volar la imaginación, a veces...

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...