Lo
que parecían escamas de un rodaballo en realidad eran pupas. La niña
lloraba y lloraba, y lloraba, y del árbol caían las hojas que luego
alfombrarían el patio.
La
yaya limpiaba cuidadosamente la piel oliva de Tinita, primero con un
paño suave de algodón, y luego la loción mágica, que desde tanto
tiempo atrás se había empleado en varias generaciones, en el caso
de irritaciones, picaduras de insectos, y pupas.
Al
cabo de dos o tres días desaparecían casi por completo. Las
carencias de algunos alimentos propiciaban las molestas pústulas.
Pero la yaya siempre estaba pendiente de todo, y sobre todo, que
Tinita no sufriese en demasía. Por aquel entonces era común, y
también lo eran los piojos, y liendres; porque por las tardes,
después de la merienda, se agrupaban en el patio ,y las madres
empezaran con el eucalipto y limón para eliminar a las desagradables
criaturas, que causaban una picazón horrible; por lo tanto, allí
quedaban debajo del guayabero, luego vendría la hora del café, y
ese rato lo dedicaban a charlar, puesto que los menesteres del día
ya estaban hechos.
Las
habitaciones tan limpias y relucientes, las cortinas blandiendo al
viento propiciado, por la brisa cálida que se precipitaba al
interior. Los angelotes saltaban como niños cerca del malecón,
cuando el mar se revolvía propiciando sus juegos. Todo un
espectáculo de la naturaleza: el en el interior, era otra cosa, un
pequeño pueblo, donde escaseaba de todo. Y tampoco era fácil poder
trasladarse a la costa por sus caminos pedregosos y falta de medios.
Por
lo tanto algún pescado jaerado se consumía de vez en cuando. Pero
eso no quitaba el hambre, de modo, que el gofio y la leche vendría
bien en los desayunos y aunque bien rebajada con agua hasta la
próxima vez que se fuera con el lechero en la mano, a por más. Bien
sabían los padres que esto sería como engañar los estómagos de
los niños, pero habría algo caliente, sobre todo en invierno,
cuando la lluvia por aquel entonces muy abundante arreciera y, el
frío de las montañas se colara por debajo de las puertas y
postigos.
Las
historias están para contarlas, se dijo, mientras con un lápiz
anotaba esto y aquello en las esquinas de los folios.
Mientras
tanto las cumbres borrascosas en invierno y las cumbres perfumadas en
verano : almendros en flor, pinzones azules. Y la esperanza de un
tiempo mejor. Y los niños como son, niños. Tan dichosamente felices
con la bimba de gofio y almendras en sus manos y los cachetes con
churretes, y los sueños y los días de sol…