jueves, 28 de marzo de 2019

Un lápiz increíble






Lo que parecían escamas de un rodaballo en realidad eran pupas. La niña lloraba y lloraba, y lloraba, y del árbol caían las hojas que luego alfombrarían el patio.
La yaya limpiaba cuidadosamente la piel oliva de Tinita, primero con un paño suave de algodón, y luego la loción mágica, que desde tanto tiempo atrás se había empleado en varias generaciones, en el caso de irritaciones, picaduras de insectos, y pupas.
Al cabo de dos o tres días desaparecían casi por completo. Las carencias de algunos alimentos propiciaban las molestas pústulas. Pero la yaya siempre estaba pendiente de todo, y sobre todo, que Tinita no sufriese en demasía. Por aquel entonces era común, y también lo eran los piojos, y liendres; porque por las tardes, después de la merienda, se agrupaban en el patio ,y las madres empezaran con el eucalipto y limón para eliminar a las desagradables criaturas, que causaban una picazón horrible; por lo tanto, allí quedaban debajo del guayabero, luego vendría la hora del café, y ese rato lo dedicaban a charlar, puesto que los menesteres del día ya estaban hechos.
Las habitaciones tan limpias y relucientes, las cortinas blandiendo al viento propiciado, por la brisa cálida que se precipitaba al interior. Los angelotes saltaban como niños cerca del malecón, cuando el mar se revolvía propiciando sus juegos. Todo un espectáculo de la naturaleza: el en el interior, era otra cosa, un pequeño pueblo, donde escaseaba de todo. Y tampoco era fácil poder trasladarse a la costa por sus caminos pedregosos y falta de medios.
Por lo tanto algún pescado jaerado se consumía de vez en cuando. Pero eso no quitaba el hambre, de modo, que el gofio y la leche vendría bien en los desayunos y aunque bien rebajada con agua hasta la próxima vez que se fuera con el lechero en la mano, a por más. Bien sabían los padres que esto sería como engañar los estómagos de los niños, pero habría algo caliente, sobre todo en invierno, cuando la lluvia por aquel entonces muy abundante arreciera y, el frío de las montañas se colara por debajo de las puertas y postigos.
Las historias están para contarlas, se dijo, mientras con un lápiz anotaba esto y aquello en las esquinas de los folios.
Mientras tanto las cumbres borrascosas en invierno y las cumbres perfumadas en verano : almendros en flor, pinzones azules. Y la esperanza de un tiempo mejor. Y los niños como son, niños. Tan dichosamente felices con la bimba de gofio y almendras en sus manos y los cachetes con churretes, y los sueños y los días de sol…







viernes, 22 de marzo de 2019

Imaginar





Pasear entre las páginas de un libro, un libro de cuentos: Caminos aquí y allá.
Entre caramelos de café se había envuelto, como cuando una mano hubiera acariciado.
Ahora una hermosa higuera, ahora, un tornado de estorninos. Una nube gandula sonríe.
A la izquierda juegan unos niños, cada uno con su cometa, la brisa es propicia.
Un ejército de hormigas desfila en el borde filoso, quizás algún trozo de pan de la merienda, quizás, entre líneas, e imágenes fosforescentes. ¡Qué revuelo!
Chocolates, duraznos, fresas, en aquella otra esquina ¡Qué bonito!
Aquí es donde se pliega el papel : Un castillo azul, un puente, malvaviscos,¡ esponjita!
Arboledas. Un río pequeño que fluye, con sus peces y todo,¡ si hasta parecen de verdad!
Huele a cotufas. Un mastín ríe a carcajadas. Un búho duerme. Aquella carpa habla mientras recorre las aguas, algo sabrá, algo querrá decir.
Hay dos percheros. Son de la ropa de la bruja, es muy ordenada. La escoba, justo allí, en la parte derecha de una página, la siguiente página. ¿Cencerros? Si, lo llevan aquellos corderos, pero el perro guardián les ha desprovisto de ellos, porque los corderos deben ser libres, muy libres.
¿Falta una página? Si, pero mañana, ahora sale la luna. Hay una luna grande.







martes, 19 de marzo de 2019

Ondas







Y se habría despertado con el mismo sueño de siempre. Un piano en medio de aquella sala. Una habitación, ni tan grande, ni tan pequeña, con las cortinas púrpura ondeando por la brisa, que con sus dedos, no dejarían de acariciar el terciopelo.
El incesante ruido de la fuente en el patio, como un chisporroteo de luces que se mecen, una y otra vez, al fluir el agua, ese ahogo de bienestar, que se propaga alrededor de la casa. El chip, chip, de un acuoso mundo dentro de una pileta, tan bellamente expuesto en el terrazo.


Un sigiloso topo rasgaría las vestiduras de la tierra, donde los plantones de rosas esperaban resurgir, este hallaría el modo de atravesarla con una maestría, que sin duda alguna, obraría el milagro de la naturaleza. De modo, que amén de todo eso, el ulular del viento sería grato para los que, en la noche no pueden conciliar el sueño, o eso creen, por querer inspirarse al mirar por la ventana, y ver, los abatidos lirios, y, aquel naranjo que en vaivén se inclina varias veces, luchando por quedarse inmóvil, plagado de fruta olorosa. Alrededor la calle vacía. Siquiera alguien, que se dignara salir. De manera que, habría un silencio angustioso de pasos aquí y, allá. Porque es justo la hora esa de la madrugada, en que, la quietud de las personas pesan, porque dormitan como si una muerte súbita se los llevara por unos instantes, para luego volver, y quizás acomodarse en alguna postura más placentera.

Como quiera que las horas de la noche tienen el color gris adornando los tejados de las casas, sobreponiéndose a los rayos del sol, hay ondas, que en todo momento sobrepasan el límite, que ningún humano pueda percibir, siquiera ser conscientes del estado, en que se podría revelar su materia, algo, que de momento pueda ser tangible, pero que, como una fusión, se pueda volver intangible.


Quiso hacer un café corto, para poder seguir sintiendo todas esas sensaciones, esos ruidos de la naturaleza, la quietud que sentía en el pecho, sobreponerse ante tanta belleza nocturna. Siquiera se habría dado cuenta que sus pasos sonaban como cuando algo cae al corcho,o a algo mullido.

Pero se detuvo. Un sollozo en la antesala hizo que retrocediera. Salió de la cocina y se acercó sigilosa hacia la persona que lloraba, tapando su boca con un pañuelo, por no gritar. Se quedó sentada a su lado para consolarla, pero siquiera advirtió su presencia, siquiera dijo nada, un desconcierto grande la hizo reflexionar el porqué. Dado que enfrente, justo enfrente se hallaba un cirio y luego, otro, y otro, y como la joven no dejaba de llorar; ni caso alguno al querer consolarla, se acercó más hacia el foco de luz de los cuatro cirios, pero sus ojos salieron de las órbitas, sus manos frías temblaron, y no pudo gritar, no pudo: Ella, con un sudario y un rosario, en el sarcófago, plácidamente dormida, esperando la desaparición de su cuerpo.













domingo, 3 de marzo de 2019



Piano y Cello, y sueños

Hace mucho que no paso por el camino de las Mantecas. A veces me duele pensar que la casa sigue ahí. La fachada maltrecha desde que las puertas, y ventanas, quedaron cerradas. La madera reseca, sin color. Se quedó olvidada. Pero los recuerdos se quedaron, dentro.
La hilera de balaustres sigue en pie. De lado, a lado.


Por aquellos años se veían las enredaderas, los jazmines, rodeándolos. Qué perfección de la naturaleza, y es que, el amor lo envuelve todo, es todo tan puro. Ellas se entrecruzaban, se daban la mano, y poco, a poco, los colores eran protagonistas. Alguien barría la azotea cada mañana, y los claveles en los macetones agradecían, que, aquellas manos divinas les diera la  vida, con el cazo de agua. Pero todo era silencio, calma, como cuando la mar se aquieta en un sueño profundo, como cuando una madre canta una nana.
Mañana iré, si, iré a verla. Besar con mis dedos las ventanas tristes, la puerta sin vida.
Iré, porque antaño fue el hogar más bonito que he conocido. Como si una bandada de mirlos siguiera, detrás, en el patio. Un patio con un banco, y una pileta para la ropa.
Y verlos, cada cual con sus cosas. El potaje huele bien. La vitrina de la entrada, los cuadros de retratos, de rostros jóvenes, con sonrisas de hambre, de asentir por el miedo. No fueron tiempos fáciles, no lo fueron. El gran dictador era aquella nube negra que acechaba.


Mañana, iré, si, iré y besaré las ventanas con mis dedos, y la puerta, y el pomo, que no quiere girar, no quiere.










Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...