Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 25 de abril de 2018

Diluvio

Todas la noches se vuelven sueños,

Un mar se derrama dentro, de lágrimas,

Un atizar de terribles granizos...



Infringir

La ley bastarda que mata a los estados,

La falsa omnipresencia de un Dios,

promesas, promesas: un techo sin estrellas...



Alguien se dijo: Asesina

En la oscura y silenciosa habitación,

De mesita negra con una tetera,

En el suelo la boca llena de pastillas para morir...



Tengo que no tengo

Desnuda el alma,

por descubrir nada.

Aflicción, derrota, miedo...



Folios en blanco


Superpuestos, uno a uno,

dentro la sangre molida de mis labios,

cuando suelto un grito, cuando se haya  boceando un múltiple,

orgasmo...

lunes, 23 de abril de 2018

Alisios



Allá por el año mil novecientos setenta y siete siendo yo una jovencita recuerdo aconteceres gratos, llenos de emociones, de ilusiones, de esas intensas vivencias juveniles que se quedan grabadas para siempre en la memoria, en que, unos dos o tres días en semana unas primas, y yo, solíamos acudir a casa de mi querida abuela Isabel, que residía en un camino llamado las mantecas en el barrio de la Cuesta.
Esta noche pasada soplaron los alisios, de forma diferente, un tintineo de notas musicales se expandían hacia todos sitios. Ese viento amable, mesurado, que acuna como cuando una se adentra en un mar calmo y se deja llevar y abrazar, un viento que sacude una alfombra de vivencias, y dado el caso, quiero contar lo acontecido ese año en que aún pensaba que el mundo era aquel camino de las mantecas. Dado que la orografía de mi tierra hace que abunden múltiples pendientes naturales, el camino era una de esas pendientes, pero aunque hoy en día ha cambiado notablemente, aún sigue teniendo la magia que al menos, a mi me producía el recorrerlo hasta la casa de mi abuela. Por aquel entonces, los cipreses adornaban todo el trayecto, era una magnificencia contemplarlos, y cuando los alisios soplaban en épocas de primavera y verano se les podía ver mecerse arropados unos a otros, como si en verdad dieran la bienvenida, como verdaderos anfitriones. Las casitas pintadas de colores, algunas con terrazas y sus balaustradas, y portones lucían sobre todo por la mañana con ese color ocre que da el sol en su despertar, impregnando fachadas y azoteas de esa maravillosa luz de dioses.
El olor a café recién tostado y aquella cocina chiquita y limpia, y con encajes en las baldas como adorno, y el caldero al fuego con el potaje guisándose lentamente, sin prisas, como cuando una se detiene para observar aquella nube que se aleja adormecida por las corrientes. Todo en aquella casa era magia, los geranios en la azotea, los peldaños de la escalera con soportes y jazmines en ellos, Ver a mi abuela en la cocina con su mandil de cuadros, sus ojos verdes, su piel oliva, su pelo negro intensamente negro. Siquiera se le podía escuchar caminar por las habitaciones, o por el patio, con un guayabero espléndido, siquiera ahí, cuando delicadamente quitaba las hojas secas y daba la vuelta a la fruta por ver si ya maduraba, era tan sumamente silenciosa, sin prisas, un caminar de leve paso, tanto que a mi me parecía que casi ni rozaba la baldosa.

Una se va a la cama con ese dulce recuerdo y también se deja mecer al escuchar el viento alisio, cariñoso, dulzón como un vino de brumas de ayosa…


viernes, 13 de abril de 2018

Del arrabal a la luna



 
Cuando cae la tarde y el cansancio del día pesa como una manta de lana sobre los hombros de hombres y mujeres, y los niños ya están dormidos por el mecer de unos brazos, con las barriguitas medio llenas, se arremolinan junto al fuego los que han cumplido un día más con el trabajo. Se los lleva una luna gigante a soñar, y soñando se habla de la jornada, y se habla de los hermanos que dejaron atrás en otras tierras. Del puchero en que todos comen, con pan duro, y unas risas, y unos llantos; supura la remembranza un gusano que se arrastra por entre los pies de cada uno, y al acecho están de que nos les perfore las tripas, porque otra cosa no, pero hambre, si. Se miran a los ojos ¿Quién contará una historia? Dijo alguien con un mendrugo pegado a la boca. Se frotan las manos, se acomodan y una vez acabado el puchero, un cigarro humea y parece  una centella al reflejo de la hoguera; niña termina de amamantar a la criatura, le dice el joven esposo, y que duerma como un bendito, que ahora viene la historia y vente conmigo junto a la llama., y si te duermes mejor será, que ya basta por hoy las horas de servir.
Insisten y empieza la obra, una historia para sosegar el cansancio, para provocar el sueño: Antonino dice que las lunas a veces son traicioneras, porque aún con su luz blanca matan los sueños y también asesinas porque han matado al sol. Igual son las rosas, que engañosas muestran espinas. Mientras tanto se hilan palabras, se hilan , y durante velada crecen esperanzas. Pero suena un Tango, alguien con un bandoneón remendado, hace que baile la noche, la noche con perlas adornadas, con luces de la otra ciudad que tienen delante. Y unos jóvenes bailan abrazados a la esperanza, abrazados a sus tibios cuerpos, y relucen los rostros, y gira la vida, y vuelve un nuevo día de tangos, de trabajo duro, de olvidar por unas horas que allá se quedan las tierras, que un día dejaron porque se les secaba el alma, y la piel, de un caldo que no quitaba ni el hambre ni las lágrimas…

miércoles, 11 de abril de 2018

Instantes



¿Porqué habría de coger el teléfono?, se preguntó.
Presumiblemente sabría que no era el sonido de un teléfono, que probablemente fuese la campanilla de la entrada a la casa, justo al lado de una balaustrada, siquiera recordaba quién, en algún momento, habría dejado aquella campanilla de viento y, que su tintineo había provocado el pensar que alguien llamara, simplemente por preguntar como estaba, o, por si en algún momento, alguien quisiera charlar un rato, compartir un café, o quizás arreglar el jardín, que sin duda alguna se merecía eso, ser arreglado, quitar hojas secas, remover la tierra, y querer no dejar morir los pocos geranios que esparcidos, parecían no querer secarse, un querer sobrevivir, como si corriera la sangre por sus tallos. De modo que, decidió hacer todo eso en soledad, si, realmente sacaría provecho de sus circunstancias, la de que el timbre que escuchó, no era llamada alguna, que fue la campanilla de viento, al soplar una brisa impronta provocada por las corrientes de aire provenientes de las montañas picudas, envueltas en un velo transparente de niebla.
Se puso un mandil, unos guantes, y bajo dos escalones de piedras redondas fundidas con el barro. Mientras apartaba la hojarasca, recordó aquellos años de niña, cuando la abuela hacía lo mismo y ella miraba y curioseaba: Habían gusanos, mariposas revoloteando, y lo más que le gustaba era dejar que el agua que salía como un río de la manguera, la empapara, era algo maravilloso, como un bautizo en toda regla, un hermoso bailar entre aguas...
Quitó todas las hojas secas, mimó los geranios, que, a medida que avanzaba la tarde se veían de un color más intenso. (mimar, mimar, mimar)..
Cuando terminó, se sentó en una butaca de tela vieja y descolorida por el tiempo, y mantuvo en sus manos, una taza de café arábigo, que guardaba para las visitas, o, siquiera sabía bien para que... Sintió caricias tibias en ambas manos, sintió un calor especial.

De nuevo volvieron los recuerdos, sorbía despacio, saboreando instantes. El pasado y el presente, todo ello girando a su alrededor, como un tiovivo. Comprendió al final que no le hizo falta aquella supuesta llamada de teléfono, siquiera sentirse sola por eso. Y lo mejor de todo es que vivió un largo momento a solas...

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...