Equidistantes se hallan las unas de las otras: La casona con la escalinata de piedra labrada, el establo, y en el piso alto, el gallinero; las demás casas son más sencillas, estrictamente sencillas. Con total impunidad crecen fortalezas de maíz a lo largo de la finca, parecen arrabales, casi se puede sentir como late debajo de la tierra todo ese imperio de raíces bien ancladas;los penachos abatidos por la brisa inquisidora de los alisios se resisten una y otra vez, estoicamente; variopintos y diminutos cuerpos de las espiguillas danzan al aire, son olas y un mar, la huerta, otrora ríos de lava, quizás, ahora la flota de navíos por encima del mar precipitándose vertiginosamente y abriendo camino a la vida, ¿Para cuando la ciega? Las conversaciones entre las señoras y señores habitantes de las casas comprenden, desde las compras en el mercado, las ropas de los inviernos y los veranos, los castigos a los chiquillos en la escuela, excusa incomprensible, no para los padres, y el eslabón perdido de la familia que viajó a Cuba; un fluir de notas musicales, algunas graves, otras más delicadas, pero por sobre todo lo demás, los días de la siega son luminarias a este lado y al otro, cada cual se afana en lo suyo, y estrictamente necesario hablarán del conflicto que se haya lejos, pero necesariamente desean esa verborrea tan inocua que se pasea entre las bocas agradablemente.
Agitando pañuelos se quedó Isabel en el muelle, cerca del mercado de abastos, un buque gris y desvencijado se llevaba tanta juventud dentro, tanta como un prado de oleaginosos girasoles: Escribe, le dijo. El hijo dijo que si, por pronunciar esa palabra tan exquisita sabía que haría la felicidad para la madre, hacer la felicidad lleva poco tiempo, basta asentir con buena voluntad,y dejar que un beso volado se escape. Metódicamente algunos de ellos tuestan el café, la señora de la casa se encierra en la cocina pintada de verde con una pequeña ventana, y hace girar el cucharón de madera hasta que se impregna todo con ese olor típico que agranda las fosas nasales, crea ambiente, diría yo. Es magnífico contemplar el páramo, sobre todo en primavera, cuando se redescubren los colores y las sabanas ondean detrás de las casas, en los patios, cerca de las charcas, es una espléndida obertura en medio del caos que se haya allá, detrás del horizonte…,