Hoy crucé el puente que va al centro,
a la calle del Castillo. Una mañana soleada a pesar de la lluvia del
día anterior. El barranco de Santos con tantos años a cuesta
queriendo llegar al mar, pero le cortaron el camino…
La torre de la Concepción
inalterable. Las callejuelas, los transeúntes, el tranvía… El
parque del Príncipe llenito de palomas y gente cansada, sentada en
las viejas sillas de madera roídas por el tiempo. Gente sin sonrisa,
gente callada… Gente triste, gente soberbia. El puerto con los
grandes cruceros, descienden turistas ávidos de conocer la isla,
copan la calle en poco tiempo, la calle principal, después de haber
cruzado la Plaza de España.
Las persianas se recogen para que
entre la luz de la mañana, los mirlos picotean esto y aquello.
Aquella dependienta sale al la calle para encender un cigarrillo, el
humo hace giros y quién sabe donde terminará, si difumina en el
aire, seguramente, si, seguro.
Pero ese gris de la gente no termina
de convencerme. El gris de sus ojos, el gris de sus labios, el gris
de sus pasos en las calles empedradas.
Ay! y esas montañas que quedan atrás,
qué hermoso paisaje!...
Quien las hubiera visto sin barreras,
sin los edificios sesgando su belleza milenaria! …
Pero todo sigue igual: Gris, un gris
marengo para mejor definición. Los susurros de algunos transeúntes
se escapan volátiles: Que si tengo que comprarme un móvil nuevo,
que si tengo que comprarme unas botas altas; que si la peluquería;
que si tenemos que llamarnos más a menudo. Sería bueno organizar
aquella excursión que teníamos pendiente, eso dijeron un grupo de
amigos, en la otra esquina de la calle… Habría que ver qué
aparente entusiasmo había en aquellas palabras; pero todo queda
relegado a otro momento, en otra ocasión, como si la vida se
prolongara más allá de los años. Balbuceos aquí, allá.
Felicitaciones por algún cumpleaños en lo alto de aquella tasca. El
zigzagueo de un chiquillo con sus patines calle abajo, probablemente
se dirige al colegio. El policía comprueba si el mendigo se ha
dormido para siempre, lo mueve con el pié, por ver si respira, por
ver si abre los ojos; la boca reseca, los labios partidos, la fiebre
de la noche, las manos sucias.¿ Pero y los demás? Esas personas que
suben y bajan la calle aún duermen, apenas si parpadean, buscan un
café que les quite el bostezo… Trajeados unos, otros con sencilla
vestimenta, pero el color no llega a ninguno. Sigue ese gris tan
triste. Vuelvo tras mis pasos y de nuevo el puente, ahora veo los
viandantes de frente, musitando algo, con prisas, sin mirar a nada,
recluidos un día más en la calle, en le mundo que conocen, en el
que quizás crean que están a salvo.
Y yo me pregunto ¿Dónde están los
sombreros rojos? La libertad se pasea desnuda, y solo un sombrero
rojo, puede cubrir la cabeza, por aquello del sol…