La cinta ondulada sobre la mesa parecía una oruga sin aliento; una meta conseguida después de horas de angustiosa travesía por entre la vieja madera…,
Eloisa mordisqueaba el lápiz y algunas cintas volvieron a caer en la mesa al retirarlas de la solapa de los sobres. Apenas era totalmente consciente de esos hechos de manera que, con leves y rápidos gestos sus manos desollaban una tras otra las cintas…,
Aquello sólo era un mecánico hacer, un trabajo manual, nada introspectivo. De modo que toda esa atmósfera era imbuida por la gran habitación repleta de folios y folios, de estanterías atestadas de informes. Apenas los incipientes rayos del sol se colaban por entre la ventana y llegaban justo al centro de la mesa derramando igual que una jarra de agua vespertinos y bellos halos de luz blanca y ocre…,
Fuera el cotidiano ir y venir de coches, de pasos rápidos que parecieran expuestos a morir cayendo por una gran catarata en medio de la selva; todo un maremágnum de miles de lianas cada cual en cada árbol; manos asidas a ellas para llegar a ninguna parte…, Querría entonces que los ojos que habitaban la habitación de la oficina de correos se abrieran y sonrieran cuando se anegara todo de aquel manantial brillante, que cada día se colaba nada más abrir por entre los cristales de la ventana; pero la ceguera de todos era más fuerte que eso, era casi humillante, si, realmente era eso, una ceguera casi humillante.