sábado, 30 de noviembre de 2024

Las tardes.

 


 En la azotea tenía plantados preciosos geranios. Si sobraba algún espacio, menta y perejil.


La luz del sol por la ventana al mediodía se reflejaba en el techo; me quedaba despierta contemplando el carrusel de luces recorriendo la habitación medio en penumbra.

Los martes, y miércoles el pastor visitaba la casa, y la oración culmina las tardes.

No hay día en que no recuerde aquel entrañable hogar. Cierro los ojos, y contemplo   la cajita donde sigue su sonrisa.


lunes, 18 de noviembre de 2024

Mar en calma.

  


El constante goteo del grifo, el gorrión que se adentra por la ventana haciendo que el entablillado de la cortina se bambolee, hizo que despertara de un sueño emborronado, como cuando alguien se arrepiente y con un trapo hace desaparecer lo que quizás era algo bello.


Los interminables días en que parecía que la lepra se había instaurado en ellos, provocaron que esos dos días estuviera en su habitación, dormida, soñando: aquel mirlo y los dulces días de infancia en el prado con un sauce en medio. Los envidiables dulces por navidad.

Los besos y la protección en aquel hogar amable de olores inolvidables, el tic, tac del reloj de cuco, los pasos de mamá en la azotea con el mimbre de la ropa, que al deslizarse parecía música de dioses.


De modo que el goteo seguía y el gorrión estaba en la lacena.

Sonrió al verlo y dio dos pasos por si podía cogerlo en sus manos.


El panzón se dejó y las miradas se cruzaron. Un momento glorioso.


Tomó café y él las migas de pan, que aún se repartían sobre el hule.


¿De dónde vienes?, dijo.


De aquellas montañas donde la fronda, respondió.


-Pero eres muy chiquito para volar durante tanto rato-


Soy un Principe que ha venido para ayudarte-


Oh, pero qué hablas me mientes?.


No, dijo.


¿Cómo sabes que necesito ayuda?.



-Los Príncipes sabemos todo-


Pero los Príncipes reinan-


Yo, no.


Ya te dije que quiero ayudarte, no reinar-


Se giró porque el goteo era incesante y le molestaba mucho. (la medicación ayudaba, pero no tanto).



La oscura espera.

De gotas incesantes

resbalando por entre

los pliegues de la piel.

…………...




Y cómo suena tu nombre

detrás de aquel océano,

como si de rugido de volcán

como si de relámpagos,

como si de huracanes.



¿Para qué espero si no vienes?


Los días se esfuman

bajo el tremar del volcán.


………………………………..





Y se volvió para seguir hablando con el panzon.


Pero no estaba.


El incesante goteo: chuiks, chuiks.


Regresó a los sueños: me gusta así, dijo la niña.(gofio con leche).


El columpio en el sauce, las golondrinas revoloteando en aquel cielo limpio, azul, de ocre al atardecer.


El olor a café recién tostado, las placenteras tardes en el terrazo con los primos, los hermanos.


El columpio que la llevaba al cielo, una y, otra vez.


Pero nunca se despertó.









miércoles, 13 de noviembre de 2024

El banquete.

 

Pronto empezaría a ser cada vez mayor el grupo de personas que miraban atentamente lo que sucedía detrás de los cristales del escaparate. Es morboso, se dijo la empleada moviendo la cabeza a un lado y otro con algo de indignación.Desde dentro solo se veía la negrura que empezaba a cubrir de esquina a esquina la luna. A las personas les atrae mucho cualquier cosa que chispee, da igual si lo que brilla es la luz del sol proyectada en algún lugar debajo de los chopos, o lo brillante de los lomos de los peces. En realidad es algo innato, algo difícil de controlar, por lo tanto habría cada vez más personas curiosas, ávidas de ver lo que fuera, terriblemente ansiosas por poder pasar una tarde entretenida, con las miradas a un mismo sitio y las bocas abiertas igual que autómatas.

A esas horas de la tarde los mendigos se habían posicionado en los mismos sitios de cada día, esperaban la limosna o quizás, nada, simplemente se habían acostumbrado; las costumbres son peligrosas, porque hace que una venda tape los ojos y no se pueda ver más allá, los tenderos echaban el cerrojo algo satisfechos por las ventas; los coches hacían sonar todos a una las bocinas, como si un monstruo les estuviera persiguiendo por la alameda para devorar a cada uno de los autos, de modo, que el escaparate esa tarde era el sitio de reunión de los banqueros, peluqueros, modistas, madres y padres, realmente la parsimonia y el morbo les había dejado ahí, como pasmarotes, salivando sus bocas como los perros cuando esperan la comida. La empleada se daba prisa en terminar de limpiarlo todo, la fregona y el cubo y los paños los había dejado junto a un mostrador de madera de nogal; los  guantes aún los llevaba puestos. Sudaba mucho y se había secado el rostro con un paño de los que había en la tienda, uno bordado con hilos de plata, con alguna dificultad por el látex. Alsina, la dueña de la tienda había recobrado el color de su rostro, y había bebido en pequeños sorbos la taza de tila que la empleada le preparó con esmero y cierta preocupación, porque había que ver a la pobre mujer como se hinchaba  igual que un globo, un poco más y hubiese tocado con sus dedos el techo de la tienda, realmente tuvo suerte, porque la gallina  que había ingerido una hora antes, había puesto los huevos  dentro del estómago de la infortunada y los polluelos asustados por tan raro e inhóspito nido comenzaron a  picar con sus pequeños picos toda la panza desde dentro, si, tuvo mucha suerte, porque a veces los grandes banquetes pasan factura; los polluelos escaparon de aquel barrilete y revoloteaban por todo sitios provocando un fastuoso resplandor.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Sabia que podría

  

Esa ola grande estalla en el malecón. Leonard lleva un sombrero de ala corta, fuma cigarrillos y debajo del brazo, la prensa. Tiene los zapatos empapados de agua salada. Aún así sigue su camino con la cabeza gacha, intentando encender un nuevo cigarrillo. 

Para en la tienda de antigüedades, se aproxima al cristal por si puede ver dentro. Decide entrar. 

Es impresionante lo que se puede encontrar en una de estas tiendas: muebles, espejos, una lámpara de pié. Cuadros. Juegos de vajilla, algunos muy valiosos, un sin fin de cosas.

Se llevó un retrato con un marco muy ancho y repujado. 

De modo que, lo colocó enfrente del aparador. Allí estaría bien, se dijo. En las tardes mientras leía y fumaba contemplaba a la señora del retrato. Era una mujer elegante. Estaba sentada en un diván. Llevaba un vestido negro, mitones rojos, el pelo recogido. Pasaron los días. Y cada vez más tenía la necesidad de verla. De manera que, se quedaba hasta la noche hasta el punto que las miradas llegaron a cruzarse. 

Un día se percató de que aquella mujer suplicaba libertad. 

Lo supo porque el semblante había cambiado. Ahora era un rostro triste, angustioso, y una de las manos lo señalaba.

Nunca supo cómo pudo hacerlo, pero la liberó. 

Vivieron muy felices durante mucho tiempo. 

Pasearon cerca del mar, y las olas mojaron los zapatos de ambos. 


Hay que visitar tiendas de antigüedades, nunca se sabe.

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...