El rojo carmín se difuminaba en labios ajenos entre gemidos y llantos, igual que un cardumen de peces los hombres se agrupaban para poseerla, era la diosa de la noche: menuda, graciosa, pero con una voluptuosidad que emanaba intensos efluvios que traspasaba la línea del bien, y del mal. Bastaba con tocarla para sentir la impúdica atracción, un jadeo de improperios se escapaban de sus labios, mientras contorsionaba apasionadamente su cuerpo en una danza perfecta.
Estar con ella significaba alcanzar la cima del cielo, cuando el carnoso eréctil friccionaba estallando en miles de partículas de inmenso placer. Cabalgar en ella era igual que surcar un inmenso mar azul, irisado; sentir la brisa fresca del viento, navegar entre olas ondulantes, sumergirse o planear como los albatros hambrientos clavando sus garras. Sorbía la sangre, lamía espaldas, pero la diosa sólo tenía un sillón lleno de silencios cuando se despojó de caricias prestadas, de momentos...
El placer y la pasión van ligados al amor. Si no,luego todo es vacío y arena entre las manos.
ResponderEliminarSaludos.
Cierto es.
ResponderEliminarAbrazos.