Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 30 de septiembre de 2022

Dolor.

 



Duele, duele tanto que llora. Muerde hendiendo su garra.


Llora lastimosamente, como si un lobo hambriento destripara...


Como cuando se está en la nieve, en la noche de la nieve. Frío. Perverso dolor.


Como cuando se está en el desierto y los cuervos se arremolinan.. escudriñando, anclando sus picos a la piel que queda...


Como cuando se nace o se muere: duele.


Un día, una noche, otro día, otra noche.


Cuando hay que llevar el horrible suplicio de poder sentir. Dolor. Angustia.


La carne roja, y el picoteo constante y carroñero... No hay sangre, es dolor.


jueves, 29 de septiembre de 2022

De los días de los milagros

 


Me pareció un niño el primer día que lo vi, pero no lo era. Su rostro era pura bondad, sus rasgos suaves, delicados, con uno ojos que parecían caídos del cielo. No tenía edad, por más que lo miré, no tenía edad. Una muleta le daba la seguridad suficiente para dar un paso, y luego, otro, y otro…

Pero no puedo olvidar su rostro. Una mueca graciosa en sus labios parecía dar la bienvenida al nuevo amanecer, tomó café. Despacito, sorbo a sorbo. Me incliné a mirarlo, porque el aleteo de manos de las compañeras impedían poder ver tamaña hermosura. Lo miré abstraída, perpleja: admiré su espalda, sus piernas, su cojera, su modo de sorber, siquiera oteaba alrededor. Sentado, callado, con la paz que muchos necesitamos. ¿De donde venía? ¿Porqué esa resignación tan bonita?, la serena quietud de su cuerpo hacía que se creara un cerco luminoso a su alrededor brillante como una gran estrella.

La mañana alborotada el café repleto de personas hablando esto y aquello, ¡ah pero la bondad de él, su admirada presencia por mi parte!.

La ignorancia de los demás me gustó, porque ese hombre era un lienzo expuesto, ahí, para contemplar una belleza indescriptible, y yo fui la afortunada, si, fui eso y más, porque pude ver bien sus colores, cada pincelada. Pude conocerlo: ahora giraría a un lado, ahora hacia el otro, era como un resplandor aquel lienzo. Un mar dentro llevaba, un océano repleto de peces brillantes… ¡oh … si, qué sueño, que privilegio el mío!. Cada paso, cada gesto, cada sorbo, todo era confortable, como cuando una llega a casa, y se deja caer y se duerme profundamente. Un sueño, si, un sueño vertiginoso poder admirar a alguien que cae del cielo invisible a los demás...


REEDITADO.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Un cuento para contar.

 



Lo que parecían escamas de un rodaballo en realidad eran pupas. La niña lloraba y lloraba, y lloraba, y del árbol caían las hojas que luego alfombrarían el patio.

La yaya limpiaba cuidadosamente la piel oliva de Tinita, primero con un paño suave de algodón, y luego la loción mágica, que desde tanto tiempo atrás se había empleado en varias generaciones, en el caso de irritaciones, picaduras de insectos, y pupas.

Al cabo de dos o tres días desaparecían casi por completo. Las carencias de algunos alimentos propiciaban las molestas pústulas. Pero la yaya siempre estaba pendiente de todo, y sobre todo, que Tinita no sufriese en demasía. Por aquel entonces era común, y también lo eran los piojos, y liendres; porque por las tardes, después de la merienda, se agrupaban en el patio ,y las madres empezaran con el eucalipto y limón para eliminar a las desagradables criaturas, que causaban una picazón horrible; por lo tanto, allí quedaban debajo del guayabero, luego vendría la hora del café, y ese rato lo dedicaban a charlar, puesto que los menesteres del día ya estaban hechos.

Las habitaciones tan limpias y relucientes, las cortinas blandiendo al viento propiciado, por la brisa cálida que se precipitaba al interior. Los angelotes saltaban como niños cerca del malecón, cuando el mar se revolvía propiciando sus juegos. Todo un espectáculo de la naturaleza: el en el interior, era otra cosa, un pequeño pueblo, donde escaseaba de todo. Y tampoco era fácil poder trasladarse a la costa por sus caminos pedregosos y falta de medios.

Por lo tanto algún pescado jareado se consumía de vez en cuando. Pero eso no quitaba el hambre, de modo, que el gofio y la leche vendría bien en los desayunos y aunque bien rebajada con agua hasta la próxima vez que se fuera con el lechero en la mano, a por más. Bien sabían los padres que esto sería como engañar los estómagos de los niños, pero habría algo caliente, sobre todo en invierno, cuando la lluvia por aquel entonces muy abundante arreciera y, el frío de las montañas se colara por debajo de las puertas y postigos.

Las historias están para contarlas, se dijo, mientras con un lápiz anotaba esto y aquello en las esquinas de los folios.

Mientras tanto las cumbres borrascosas en invierno y las cumbres perfumadas en verano : almendros en flor, pinzones azules. Y la esperanza de un tiempo mejor. Y los niños como son, niños. Tan dichosamente felices con la bimba de gofio y almendras en sus manos y los cachetes con churretes, y los sueños y los días de sol…







A pesar de los años

 





Al pasar el tiempo en esta tarde tranquila que a lo lejos se divisa la gran montaña, un volcán descarado, altivo, hermoso, he querido escribirte una carta, esta carta que reposa en el buró, como cuando los besos se incendiaban para luego dormir en nuestros labios. He querido hablarte, si, hablarte de esta manera y llenar el folio de pespuntes, de esos que parecen hilos perfectamente hilvanados, he querido incluso mejorar la letra, y que ninguna palabra para ti se salga de ningún renglón. Todo perfecto, inmaculado, como cuando se ve el ave circundar el cielo, mi cielo, tu cielo.

Si supieras que cuando nos despedimos dijiste que habías perdido tu reloj de pulsera, pero que ya habías comprado otro, pues fui yo aquella mañana calurosa,cuando ambos dejamos la habitación. Momentos antes lo había cogido, y guardado en mi bolso, ahora lo tengo justo al lado mientras te hablo con letras e imagino tu sonrisa tus manos, todo tú. Late igual que tu corazón: acompasado, delicadamente tú.


Nunca más supimos el uno del otro, pero el recuerdo se hace un jardín de magnolias, un lago cristalino, el devenir de aquellos días calurosos como el de esta tarde que perpetúa si cabe aún más lo que se quedó. Se quedó un propósito.

Quedaron aquellas noches de sosiego al dormir abrazados, exhaustos al no dejar ni un milímetro de nuestra piel sin acariciar, sin besar, si beber. No hubo lágrimas al despedirnos, no hizo falta, solo bastaba con habernos tenido unos días que fue una vida entera: dicen que en el cielo una vida entera es un pestañeo, ay, pero que me estoy poniendo romántica, y pienso que sigo siendo aquella joven de ayer, esta tarde soy la muchacha descalza soy un pozo de ilusiones, y al pensarte te vienes, te vienes derrochando ese perfume que me atrajo: el de tus ojos mirándome, tus zapatos tan limpios y tu pelo perfectamente peinado, ¿Qué pensabas, que yo no había reparado en ti?.

El espejo de enfrente me devuelve a la realidad, pero qué importa eso ahora. Igual estarás tú pintado de canas el cabello, pero con la misma sonrisa perturbadora de entonces. No sabes cuantas veces he dibujado tus labios al pensarte, al pasear por puente de madera que crujía de los miles de pasos de transeúntes. Dicen que se a apolillado, pero aún sostiene las prisas o las pausa de quienes lo transitan, a mi me sigue gustando porque debajo fluye el río que fuimos amándonos cada día.



Me pregunto qué será de tus días, probablemente seas feliz, igual que yo. Tendrás una familia que te quiere, igual que yo. Después de todo tenía que ser de esa manera.

Por aquel entonces el ruido éramos los dos. El viento y la lluvia éramos los dos.

Los trenes éramos solo tú y yo abrazados en el vaivén y al despertar una estación, una vía donde no había nadie, solo el rastro de nuestros pasos en el andén.

Tengo un café humeante justo al lado de tu reloj, lo dejo adrede por ver cómo se extingue el calor que desprende, el olor, el reguero de partícula aromatizando la habitación. Es tan confortable tenerte aquí, a mi lado, en mis letras, en tu reloj; en el café que tomábamos mientras reíamos, sorbo a sorbo, como cuando tumbados en el colchón al paladear la esencia de dos: arribándonos en el mismo puerto el de dos cuerpos temblorosos con el sudor en la frente de amarnos.


Gratamente volví contigo en cada renglón y tu conmigo hasta el final del papel. Sería injusto dejar de darte la mano, que te alejes y te pierdas detrás de aquel horizonte. No lo voy a permitir. Sería una traición de verbos conjugados en el candor de la hierba, y tu nombre, porque todo fue a propósito de todo.


Con las prisas de hoy en día se me había olvidado tenerte también con aquel vino rojo: verte con los ojos brillantes de juventud. Se me olvidó el chocolate de tus dedos recorrer mi piel.


Quizás ni llegues a leer mis letras, pero fíjate que esta tarde se me antojó volverte a ver...




martes, 27 de septiembre de 2022

Déjate llevar.

 




El otoño había venido. Las hojas ocres alfombraban el camino. Un murmullo aquí y allá.


El templo se halla en aquella colina. Solamente ella iba una vez en semana para visitarlo.


Se había prometido a si misma que no dejaría de hacerlo mientras su corazón siguiera latiendo.

Se lo debía, porque precisamente fue el corazón el regalo más grande que le habían hecho.


A menudo tenía sueños, pero no eran sus sueños, porque siquiera reconocía: ya fuese paisajes, personas, nombres etc.


De modo que, así lo hizo hasta que llegó el día de su fallecimiento.




Asimismo ya fuese en la montaña, o en la costa vivió esplendorosamente.


Déjate llevar, dijo alguien. Fue cuando despertó después de la operación.


Las arrugas surcaron todo el cuerpo: eran arrugas de tiempo, de felicidad, de encuentros.


Arrugas valientes, bellas. De recorrer el mundo.


Arrugas de lágrimas y de risas. Se fue bellísima de arrugas.


El corazón más hermoso del mundo: latía con fuerza. Precioso corazón.







¿Y cuando se fue?.


Se fue cuando tuvo que hacerlo.


Se cansó. Se dejó.


Se disolvió todo alrededor. Nada era nada.



Los juncos arroparon

el alma angustiada”.










viernes, 16 de septiembre de 2022

  



Ese estado de ingravidez que, al contemplar lo cotidiano, es lo que siento, es como estar dormida o ausente. Al esperar en el ceda el paso de una calle cualquiera me otorgo a mí misma eso. En realidad es algo que siempre he padecido.

Mientras, esos segundos en que una se queda mayestática a la espera de que algún vehículo deje que cruce la calle se hacen toda una eternidad. Es como contemplar una película sin sonidos, es una brisa suave, dulce como un beso que siento confortablemente. De modo que en esos momentos de mudez ante mí surge un gran carrusel: aquel edificio está en obras, hay personas que entran y salen, algunos en la última planta, otros en la acera dirigiendo todo. La tienda de sombreros de la esquina tiene un escaparate precioso: toda clase de abalorios. Los sombreros son como joyas, algunos llevan incrustados pequeños cristales de colores.


La cafetería a estas horas está repleta de gente, toman café, o desayunan. Aquel señor está fuera en un mesa escribe algo en su cuaderno, parece porteño. Es alto, moreno, de unos sesenta años, además bastante atractivo. A veces las personas llevan cuadernos consigo porque siempre hay cosas que anotar: frases, palabras sueltas, o un diario.

Mientras tanto sigo ahí, etérea. Hace mucho que espero, aunque sólo hayan pasado unos segundos.

Hay flamboyanes, son preciosos, copados de flores. Aquella señora sufre, sufre porque tiene el rostro compungido, solloza. Cree que nadie la ve, pero yo si. Ese estado de levedad me permite ver todo con calma. Colores, olores, situaciones. Probablemente le hayan dicho que tiene que pagar la hipoteca porque de lo contrario la desahuciarán, o tal vez, es porque el amor de su vida es una quimera, aunque a ella le haya parecido lo contrario.

Quizás es ella la que tiene el problema: esquizofrenia, o es alcohólica. En algún momento en la prensa saldrá la noticia de su suicidio. Una vida vacía. Una lucha inútil.


Siquiera un avión del ejercito con un sonido estrepitoso volando casi al ras conmueve mi cuerpo.

Sigo ahí en otro mundo. Es placentero. Como una criatura en el vientre materno.

Alguien me besa, pero realmente no ha sucedido, yo puedo percibirlo, pero no hay nadie en esos momentos.

El caballero porteño abandona la cafetería y lo puedo ver enfrente espera para cruzar la calle.

Alguien dice que puedo pasar y es en ese momento cuando vuelvo a la realidad.

Nos cruzamos y nos miramos a los ojos, dejamos que se unan las manos con una leve caricia.






Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...