Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

sábado, 27 de mayo de 2023

A veces el encierro.

 





La cocina olía diferente dependiendo de la hora, a Marta le gustaba el olor de los desayunos, el aroma se colaba por entre las puertas, y las habitaciones se llenaban de una fragancia especial: Bollos, café, mantequilla. La melaza se dejaba caer en las tostadas y los arándanos adornaban hasta casi los picos del mantel. Afirmaba el ama de llaves que el alboroto de muchachos y sus perros y sus gatos resultaba a esas horas un vendaval de aire agitándolo todo, incluso, si en el jardín se hubiera encontrado una goleta, ésta, se hubiera zarandeado igualmente, y su velamen volado por los aires.

Cada cual iría a sus tareas, los mas proclives a obedecer eran dos hermanos de piel clara y pelo rubio y Marta, una chica distraída y confusa desde el mismo día de su nacimiento. Pasaron demasiados años y en aquella casa situada enfrente de un lago, pero dividida por un gran muro cubierto de lechosas ramas entrecruzadas, solo quedaban los hermanos de piel clara, ya con el gesto murrio y demasiadas arrugas, y Marta, (Ya casi con el siglo en sus espaldas) tantas las arrugas de ellos tres, que podrían servir de abrigo en invierno; pero lo terrible de todo aquello es que el miedo de las criaturas durante su infancia, el poder de anular a las personitas desde chiquitas para obviar lo evidente, los azotes y las humillaciones por parte de las cuidadoras, no dejó que sus ojos no pudieran ver mas que esa pared cubierta de ramas, que creían atisbar desde sus ventanales, y tampoco, sus ojos ni sus oídos escucharon los barquichuelos desplazándose por entre las aguas y el chapoteo de las avanzadillas hasta llegar al otro extremo de la ciudad; por lo tanto se quedaron para siempre en sus habitaciones abrazando los días ilusorios de sus vidas y sus desayunos.


miércoles, 24 de mayo de 2023

Late corazón.

  Dudó en el color de la bata, al final se decidió  por el azul con florecillas blancas.

Era la primera vez que entraba en un quirófano y su cuerpo temblaba de miedo, además de no poder soportar ese olor tan característico.
Sintió lástima al verla ahí en la camilla, inerte, son sus manitas atadas. Su panza esperando el bisturí.

Unos minutos antes la había visto llena de vida; su piel brillaba y sus ojos saltones giraban los trescientos sesenta grados en su pequeña jaula.
Un tajo certero y pudo ver como su pequeño corazoncito seguía latiendo. Ese mismo año abandonó veterinaria.

domingo, 14 de mayo de 2023

Cuando fuimos a la guerra.

 Ese día decidimos luchar contra el enemigo. Empuñamos las viejas escobas que apenas contaban con algunos penachos; un grito de guerra y nos adentramos en el peligroso bosque, donde miles de ojos nos acechaban.

Nunca supe quien ganó la batalla; a la mañana siguiente cuando desperté, mi madre aguardaba para darme una buena tunda. El abuelo había tenido un ataque de histeria, al ver como su huerto de maíz agonizaba con sus hermosos tallos muertos por el suelo.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Faltan sombreros rojos

 



Hoy crucé el puente que va al centro, a la calle del Castillo. Una mañana soleada a pesar de la lluvia del día anterior. El barranco de Santos con tantos años a cuesta queriendo llegar al mar, pero le cortaron el camino…

La torre de la Concepción inalterable. Las callejuelas, los transeúntes, el tranvía… El parque del Príncipe llenito de palomas y gente cansada, sentada en las viejas sillas de madera roídas por el tiempo. Gente sin sonrisa, gente callada… Gente triste, gente soberbia. El puerto con los grandes cruceros, descienden turistas ávidos de conocer la isla, copan la calle en poco tiempo, la calle principal, después de haber cruzado la Plaza de España.

Las persianas se recogen para que entre la luz de la mañana, los mirlos picotean esto y aquello.

Aquella dependienta sale al la calle para encender un cigarrillo, el humo hace giros y quién sabe donde terminará, si difumina en el aire, seguramente, si, seguro.

Pero ese gris de la gente no termina de convencerme. El gris de sus ojos, el gris de sus labios, el gris de sus pasos en las calles empedradas.

¡Ay!, y esas montañas que quedan atrás, qué hermoso paisaje.

Quien las hubiera visto sin barreras, sin los edificios sesgando su belleza milenaria …

Pero todo sigue igual: gris, un gris marengo para mejor definición. Los susurros de algunos transeúntes se escapan volátiles: que si tengo que comprarme un móvil nuevo, que si tengo que comprarme unas botas altas; que si la peluquería; que si tenemos que llamarnos más a menudo. Sería bueno organizar aquella excursión que teníamos pendiente, eso dijeron un grupo de amigos en la otra esquina de la calle .Habría que ver qué aparente entusiasmo había en aquellas palabras; pero todo queda relegado a otro momento, en otra ocasión, como si la vida se prolongara más allá de los años. Balbuceos aquí, allá. Felicitaciones por algún cumpleaños en lo alto de aquella tasca. El zigzagueo de un chiquillo con sus patines calle abajo, probablemente se dirige al colegio.

El policía comprueba si el mendigo se ha dormido para siempre, lo mueve con el pié, por ver si respira, por ver si abre los ojos; la boca reseca, los labios partidos, la fiebre de la noche, las manos sucias.¿ Pero y los demás? Esas personas que suben y bajan la calle aún duermen, apenas si parpadean, buscan un café que les quite el bostezo… Trajeados unos, otros con sencilla vestimenta, pero el color no llega a ninguno. Sigue ese gris tan triste. Vuelvo tras mis pasos y de nuevo el puente, ahora veo los viandantes de frente, musitando algo, con prisas, sin mirar a nada, recluidos un día más en la calle, en el mundo que conocen, en el que quizás crean que están a salvo.


Y yo me pregunto ¿Dónde están los sombreros rojos? La libertad se pasea desnuda, y sólo un sombrero rojo puede cubrir la cabeza, por aquello del sol…










martes, 9 de mayo de 2023

Pasear entre las páginas de un libro de cuentos.

 





Pasear entre las páginas de un libro, un libro de cuentos: caminos aquí y allá.

Entre caramelos de café se había envuelto, como cuando una mano hubiera acariciado.

Ahora una hermosa higuera, ahora un tornado de estorninos. Una nube gandula sonríe.

A la izquierda juegan unos niños, cada uno con su cometa, la brisa es propicia.

Un ejército de hormigas desfila en el borde filoso, quizás algún trozo de pan de la merienda, quizás, entre líneas, e imágenes fosforescentes. ¡Qué revuelo!

Chocolates, duraznos, fresas en aquella otra esquina ¡Qué bonito! .

Aquí es donde se pliega el papel : un castillo azul, un puente, malvaviscos,¡ esponjita!

Arboledas. Un río pequeño que fluye con sus peces y todo,¡ si hasta parecen de verdad!

Huele a cotufas. Un mastín ríe a carcajadas. Un búho duerme. Aquella carpa habla mientras recorre las aguas, algo sabrá, algo querrá decir.

Hay dos percheros. Son de la ropa de la bruja, es muy ordenada. La escoba justo allí, en la parte derecha de una página, la siguiente página. ¿Cencerros? si, lo llevan aquellos corderos, pero el perro guardián les ha desprovisto de ellos porque los corderos deben ser libres, muy libres.

¿Falta una página? Si pero mañana, ahora sale la luna. Hay una luna grande.

Una guitarra suena. Gary Moore.

Aquí en la charca croan las ranas. Hay un plantón de tuneras alrededor.


¿Pero falta una página verdad?



¿Te quedas?.

 


A veces una se queda observando una mesita y encima una escultura. Es curioso porque además de no ser de mucho gusto, siquiera tiene alguna forma definida.

Pero en ese momento suenan teléfonos, y recorren el pasillo varias personas. Cada cual a sus cosas. Intento descifrar el “enigma” que me produce verla. En realidad he estado toda la mañana intentándolo. Podría ser una señora que sostiene un cesto sobre la cabeza; también podría ser que llevase una bandera en representación de algo: el día de la revolución, o también un francon feminista.

Es claro que por mucho que me empeño en saber qué pueda ser no puedo con una mínima certeza siquiera adivinar.

Y es que un escultor cuando tiene la piedra delante seguramente ya sabe qué será.

Como un cocinero con los condimentos. Se afana orgulloso del plato que quiere preparar.


¿Te quedas?-


No, ya salgo-


Y si me pronuncio

y te digo

que

se me antoja

se

me

antoja”


El modo en que se pueda ver las cosas, la vida y demás.

 




Cuando se anda veredas, callejuelas, caminos, una, siempre piensa el modo en que se pueda observar la apariencia de las cosas, y de las personas.



La señora que se ha cruzado conmigo lleva un bolso, un pañuelo, y poca sonrisa.

(Quizás haya nacido sin muecas).


Hay un señor que fuma en pipa. Espera por un café y lee la prensa.


Las montañas picudas de Anaga se me antojan hadas y duendes. Siempre ahí. Perduran en el tiempo. Y es que el alma se ensancha, si. Es hermoso poder ver todo eso y más.


El mercado se llena de luces a todas horas. Aquel chico con calcetines y alpargatas, aquella niña vendiendo verdura, porque es una niña. La miro y me sonrie, como sólo lo hacen ellos.


La quietud del momento proporciona una dejadez inducida, una paz inigualable.



¿Quiere dulces?, dice aquella señora que se esmera en limpiar todo, todo limpiecito.


Claro que si, contesté.


Y es que ahora no hay sombras ni penas, ni llantos, ni guerras.


Es el modo en que se pueda obserbar todo.


La desnudez del alma por fin.


Es curioso que sea un simple paseo el que de vida, derroche confetis.



De modo que ese poco de espacio se ha guardado en un cofre para siempre.


¿Ha dejado de repirar?.


Si.


Ya se ha ido.




.




viernes, 5 de mayo de 2023

Incertidumbre.

 


Fue imposible desear no permanecer allí. Su pecho ardía como si una espada lo hubiera atravesado.

Ese día las palomas se amontonaron en el patio, justo al lado de la capilla, eran tantas, que casi no se podía caminar. El mar permaneció calmo todo el tiempo, y el sol esculpía con sus rayos los rostros sombríos de algunos, sobre todo los que se hallaban detrás de la cristalera.


Se contuvo por un rato, incluso ofrecía algo de beber o de comer, con el gesto amable, pero con el dolor en los ojos; pero todo era tan irreal. Lo sabía, y sabía que de un momento a otro estallaría de rabia y de pena, y los rizos del cabello se desmoronarían como el serrín cuando cae en diminutas partículas de polvo.


La criatura nació una tarde de mayo, un hermoso niño de ojos negros y pelo rubio.


-Hola mi amor, le dijo. Soy tu mamá, prosiguió.


Se sentía muy dichosa a pesar de lo agotada por el parto, pero eso era algo insignificante para ella, realmente la felicidad inundaba la habitación y la sonrisa se explayó, como un bostezo. El pequeño lloraba. Ella lo acercaba a su pecho con mucho cuidado para amamantarlo, luego se cruzaron la miradas.


El regreso a casa causó una expectación increíble. La cunita blanca en una esquina de la habitación y al lado el ropero. Se había preparado unos días antes meticulosamente, a falta del tul para cubrir. Luego llegaron los seis angelitos muy bien guardados, cada uno en una caja. Seguramente habrían de adornar el capazo y la cuna; eran muy bonitos y poco vistos, porque se cocieron literalmente en el horno; luego, una capa de pintura azul y para las alas, un color ocre suave. A Lilia le gustaba eso de hacer angelitos con el sobrante de pan duro.


El eco de aquellos días felices resonaron en su cabeza como golpes de martillo, como cuando el herrero faena distraído de todo y se afana.


-¿Quieres el misal?, le dijo la señora, una de tantas que permanecían en silencio, como si en verdad aquel infierno le quemara siquiera un dedo de sus manos, pero allí permaneció hasta que hubo terminado la misa, luego, se fue. Todos se fueron.




-No, dijo. Y de nuevo volvió a mirarlo. Era tan bello, tan sereno dormía. Quiso romper con sus manos el cristal, y gritar, y correr y besarlo. Pero clavó las uñas en su estómago, y sangró su boca y quiso vomitar la cruel despedida...



PD. volveremos a vernos. Yony.

Nos vamos de viaje.

 




Pero es un día maravilloso, dijo.


¿Y ese estruendo?.


Es un avión contestó la señora que vendía rosquetes, y pan de centeno.


¿Qué cosa sucede para que los días sean maravillosos?.


No sucede, sólo es algo impredecible, algo que nadie puede ser capaz de predecir, en cierto modo lo creo así, dijo Matilde.


Díra yo que es una Serenade, volvió a decir.


Entonces es como un vals de mariposas revolotenado aquí y alla pensó María.


Si, eso es. Y también un ramo de nenúfares con flores.


¿té o café?



Un té por favor y unas galletas.


Yo un café bien cargado, negrito, oloroso como un beso.


Pero también en los nenúfares hay ranas.Croan, croan.


¿Recuerdas Matilde cuando pasabamos horas observando en la charca de abuelo aquellas ranitas tan lindas?.



Si, pero ahora nada queda. Ahora suena un piano con música triste, muy triste. Quizás es la hora de irnos.


Claro, dijo María.


Nos vamos juntas.


Y aquí se queda todo: una vida repleta de aconteceres. Unos buenos, otros malos.


Lo mejor de todo es que ahí se quedan y nosotras a descansar.


Te quiero prima,


Y yo a ti también.











Dominó, magnolias y algo más.

 


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Allá por los años cuarenta, por los míticos bares de ahora y de siempre, ella era una estrella con una flor de magnolia en su pelo abundante y ondulado. Aún permanece invisible, la flor.
La noches donde las personas se arreglaban bien y cogían un taxi, para obtener una velada grandiosa, donde la estrella con la magnolia en el pelo bailaba perfectamente, sin vacilar, con sus vestidos brillantes y borlas como plata brillante, alrededor de su torerita de terciopelo. Aquí en los tiempos de ahora perseveran otras cosas en estos supuestos años en que la vida termina, porque el corazón se cansa. Esta tarde la pude ver de lejos, en el comedor forrado de láminas de madera por el frío, por si el frío les helara los dedos a los viejitos. Sabía que ella pensaba en el arroz que tenía delante en un plato blanco, que ya podría ser una docena de ostras con un champán, yo me relamí de su pensamiento, porque puedo escucharla desde lejos, porque la conozco y por aquellos tiempos yo todavía no había nacido, pero ya andaba por aquí, sin forma, sin aliento, pero estaba. Cuando llegué a la mesa me sonrió y se sorprendió, porque quizás el porro de mariguana en mis labios era algo novedoso; Ceferino come y come el arroz con pollo y tiras de pimiento, no quiero más arroz, me dijo. Claro que no querría, no querría arroz con pimientos, eso no era siquiera hambre para ella, solo un plato de colores en el centro y sus manos a los lados y una servilleta blanca alrededor del cuello y los granos en cadena uno a uno, hasta terminar la tela. La tela con arroz perfectamente podría servir de lienzo en las paredes, pero no era el caso.

De pronto la vi, con su ovillo de lana pero un ovillo del tiempo, manchado de pinta labios, de risas, de caminar por Gran Vía, con un chaparrón de mil demonios, con guantes de cuero en sus manitas jóvenes y pequeñas. La vi, si la vi como yo veo todo; sin embargo ella ni se inmutaba, solo se limitaba a mirarme, porque mi porro se apuraba o se detenía según yo quisiera. Y sonó Armstrong, y el patio de magnolias y los viejitos jugando al dominó y ella, tan viejita del tiempo, bebía agua en su vaso de plástico, porque los niños los dejan caer y se lastimarán luego, en este caso, no. 

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...