Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 30 de junio de 2021

A veces es mejor quedarse dos días más-

 

El agua cae en cascadas. El refugio no es seguro, pero de momento ahí estará, 

hasta que acampe el tiempo, hasta que algún pajarillo se atreva a salir.

Hasta que los zorrillos campen contentos buscando comida. La galletas y una botella 

de Whisky de Grano y una percha, es todo lo que tiene. Pero el abrigo lo necesita 

para resguardarse del duro frío, de la montaña maldita. De modo que la percha, 

sobra…



Lustre a las botas, para qué, se preguntó. El demonio invierno estaba allí, 

acechando, como una bestia cuando se dispone a cazar, con los ojos 

enfervorizados, con las garras brillantes, son cuchillos. Un trago templó el cuerpo, 

pero varios, ya supusieron que quedara como un paquete inerte en el camastro, 

boca arriba…



Amaneció al fin. Apenas si pudo ver bien por el postigo las montañas nevadas, y 

los cuervos, y los zorrillos. Pero las piernas habían quedado al aire toda la noche. 

El abrigo acaparó solo los hombros y poco más. Las piernas dañadas por el i

Incesante picoteo de las chinches. Alguien venia a su encuentro. Salió como alma 

que lleva el diablo de la sucia cabaña. Pero cayó al vació, su cuerpo se partió en 

mil pedazos.


A veces, es mejor quedarse un par de días más…





Pero se esconde una multitud del diablo.

 

Y Caronte no redimió los pecados,

un mar ahogado de tumbas que en sus formas arqueadas,

gritan en silencio por toda la eternidad.

Pago alto y desmerecido por hallarse en las profundidades de la nada.

Hacedme un hueco donde antes hubo hielo, ahora fuego. (se dijo).

Entre caballitos, caracolas, los niños buscan la teta.




En aquellas tierras lejanas donde tejen sueños.

Porteadores descalzos, pisadas de ocres…

Un continente abrazado a la faz de la Tierra,

de espléndidos verdes, y ríos como lámparas,

reflejan una única Luna. Abrevad aquí, abrevad.

Como Demetra atesoro siglos. Abrevad la roja Tierra.





Y los carámbanos en el desierto son hermosos,

como la fría noche que acaricia con sus dedos los ojos de quienes lo surcan.

Las fieras libres copulan descendencia,

pastan en el ejido, entre murmullos de cuervos.

La batalla impresiona, por vivir. ¡Qué pálida y hermosa se queda la tarde!.

Ósculo que danza en la selva de hojas gigantes. ¿Es que no los veis?.









Pero se esconde una multitud del diablo,

a engañar la inocencia, y al hambre.

Igual que música de celo esperan la promesa,

pero cabalga la muerte con los bolsillos llenos de plañideras.

Apolíneo monte abarcado de criaturas pastoreando. Abrevad, abrevad.

Pero se esconde una multitud del diablo…





Surco los valles como águila, vespertinamente, y un mar ocre,

se deja caer en ellos. (duerme poderosa pachabamba).

Mirad sus ondas que son como mieles que en rocío se expanden,

valles con árboles de grandes hojas,

allí habita la criatura hermosa. (en las montañas Virunga).

Arpa celestial, como ángeles su música al llover, Lunas y Soles.




Soy un mirlo blanco el calor que sofoca,y la lluvia que abraza,

batiendo alas en un baile gozoso entre picos de montañas,

brota manantial, brota oasis. (¿Quién profanó la tierra?.

Los hombres han roto los caparazones, han despoblado la vida.

Aquel barranco se ha secado, se vislumbra la pérdida.

Soy un mirlo blanco el calor que sofoca, y la lluvia que abraza.








Las aldeas son brotes de pura melaza, ritmo, ritmo.

Dejadme llevar no me hacen falta alas, alas para volar,

Medito y sueño: Una aldea aquí, otra allá.

Un cielo tejido: abriga. Un continente explayado hacia la mar.

Nací de nalgas luego un grito bronco, luego otro, y otro.

¿Fue traición?. Conspiración, repulsa, intereses, egoísmo.





Los pechos ya duelen de secos y la herida de la tierra,

se abre como boca de cíclope. Los ungüentos se hacen pocos.

Son muchas las manos hinchadas, y muchas las lenguas sin palabras,

son gritos silenciosos, en una huida sin precedentes.

Acecha la muerte incorporada a las mochilas,

por el cementerio del desierto huyen pies descalzos.





En algún momento se perdió la cordura,

templos erigidos,

con relucientes joyas de engaños.

Y un recitar de heridas,

ancladas al barro…

Úteros llenos de la desesperanza, no hay futuro, no lo hay,

amarga mermelada: las manos se alzan como los cuellos de jirafas.

¿Dónde se esconde la gloria?. Cercenaron miles de glorias, ¡sangre, sangre!
























martes, 29 de junio de 2021

¿Caricias?


Si yo fuera caricia de un azul

pintado habría poco espacio,

por abarcarlo todo.


He ido de un lado al otro,

como una vagabunda.

En invierno una bufanda

abriga mi pecho, quizás el alma,

Y cuando asoma el dorado

calentando el cielo y la tierra,

de mis mejillas se desprenden

ríos, y mares a veces.


Si, yo soy un pájaro y una vagabunda 

he dejado huellas por caminos pedregosos,

y en tugurios amor. 


Si yo fuera una caricia de un azul

pintado. Ambarinas piedras en mis bolsillos.

 



 

De los jardines: fronda.

 

Una se pregunta muchas veces por cosas que en algunos casos son importantes, y otros banales. Por ejemplo el caso de los jardines del Rey, un gran espacio verde y floreado, con una fuente esplendorosa. Diversidad de pájaros: pinzones azules. Estos los que más gustan a casi todo el mundo que para por allí. Algo también importante sería el trazado de la gran avenida, aún por hacer. Seguramente proporcionará alivio: el tráfico es excesivo.

Por otra parte muy significativo sería el edificio que está al final de la avenida, un inmueble muy antiguo, pero exquisito. Con maderas nobles por todas las habitaciones, pasillos, salones, que hoy en día pertenece a la prensa: El New Cost. Pero lo van a remodelar, claro está sin quitar su encanto, dijeron que habría que hacerlo porque alguna de sus columnas se había agrietado, y en los techos se aprecia algo de humedad.

De modo que decidió pasar unas hora en los jardines. Se sentaría en uno de sus bancos, que ahora ya no son los de antes. Un toque vanguardista. 


Al cabo de un tiempo unos efluvios se colaron por la nariz, era olor a comida. No sabía muy bien de donde venía, por lo tanto se levantó y caminó por si atinaba. 

Definitivamente provenía de unas chabolas que se hallaban detrás de los jardines del Rey.

Potajes, gofio, cilantro y ajos. Era maravilloso. Toda la familia unida compartiendo la comida.

-Hola cuanto tiempo, dijo Bety. 

La llamada la había distraído de aquella imagen maravillosa.

-Si, que bien escucharte-

-¿Te parece que nos veamos hoy?.


-Claro que si, dijo-. 

Un entrecejo se le había puesto del tamaño de un puente.


Una no puede pasear tranquila. Percibiendo olores y amores, dijo.






sábado, 26 de junio de 2021

Juan de Arce y de los Morenos

  


lo que parecían escamas de un rodaballo en realidad eran pupas. La 

niña lloraba y 

lloraba, y lloraba, y del árbol caían las hojas que luego alfombrarían 

el patio.

La yaya limpiaba cuidadosamente la piel oliva de Tinita, primero con un paño suave de algodón, y luego la loción mágica, que desde tanto tiempo atrás se había empleado en varias generaciones, en el caso de irritaciones, picaduras de insectos, y pupas.

Al cabo de dos o tres días desaparecían casi por completo. Las carencias de algunos alimentos propiciaban las molestas pústulas. Pero la yaya siempre estaba pendiente de todo, y sobre todo, que Tinita no sufriese en demasía. Por aquel entonces era común, y también lo eran los piojos, y liendres; porque por las tardes, después de la merienda, se agrupaban en el patio ,y las madres empezaran con el eucalipto y limón para eliminar a las desagradables criaturas, que causaban una picazón horrible; por lo tanto, allí quedaban debajo del guayabero, luego vendría la hora del café, y ese rato lo dedicaban a charlar, puesto que los menesteres del día ya estaban hechos.

Las habitaciones tan limpias y relucientes, las cortinas blandiendo al viento propiciado, por la brisa cálida que se precipitaba al interior. Los angelotes saltaban como niños cerca del malecón, cuando el mar se revolvía propiciando sus juegos. Todo un espectáculo de la naturaleza: el en el interior, era otra cosa, un pequeño pueblo, donde escaseaba de todo. Y tampoco era fácil poder trasladarse a la costa por sus caminos pedregosos y falta de medios.

Por lo tanto algún pescado jareado se consumía de vez en cuando. Pero eso no quitaba el hambre, de modo, que el gofio y la leche vendría bien en los desayunos y aunque bien rebajada con agua hasta la próxima vez que se fuera con el lechero en la mano, a por más. Bien sabían los padres que esto sería como engañar los estómagos de los niños, pero habría algo caliente, sobre todo en invierno, cuando la lluvia por aquel entonces muy abundante arreciera y, el frío de las montañas se colara por debajo de las puertas y postigos.

Las historias están para contarlas, se dijo, mientras con un lápiz anotaba esto y aquello en las esquinas de los folios.

Mientras tanto las cumbres borrascosas en invierno y las cumbres perfumadas en verano : almendros en flor, pinzones azules. Y la esperanza de un tiempo mejor. Y los niños como son, niños. Tan dichosamente felices con la bimba de gofio y almendras en sus manos y los cachetes con churretes, y los sueños y los días de sol…












Pese a todo, al otro lado del río, ese que ven delante, con sus aguas bravías, y los juncos parapetados a los lados, se encuentra el pueblo de los Morenos, nombre, que le fue puesto, el señor D. Juan de Arce, allá por el año mil novecientos cincuenta y ocho, cuando, junto a su familia había abandonado la vida de ciudad, donde la ceguera de los hombres, las injustas leyes, y el despropósito de acabar con la vida de muchos por la falta de alimentos, la ausencia de paz y la incapacidad de manejar los asuntos, iba haciendo mella en esas personas, que, ya, habían perdido hasta la dignidad. Los Morenos es un lugar apacible. Apenas unas casas blancas, un comercio no muy grande, pero abastecido de casi todo. Sería pues, donde permanecería hasta el final de los días.


Cuando Margarita, la esposa de Juan de Arce parió su tercer hijo, ya se hacía eco de la preocupante situación en la que se hallaba la ciudad: amordazada y maniatada.

Gritos en las calles, violencia, y sobre todo, la preocupante escasez de alimentos.

Margarita se quedó con la criatura en sus brazos, mientras le daban unos cuantos puntos, porque el muchachito ya venía con un buen peso, y hubo que rasgar, porque de ninguna manera hubiera podido sacarlo de su cuerpo, así fuese, con miles de empujones, que, no traería más que graves complicaciones para ambos. De modo que el llanto se tradujo en un quejido, que un pañuelo habría de ser testigo de la gran mordida de la lengua de la muchacha, por no lanzar el compungido grito, que hubiera hecho eco en la montaña más alta, aquella que se podía ver cerca de la clínica materna.

Ya habían pasado unos dos meses desde el nacimiento del pequeño.

Los hermanos mayores aún podían tomar sus clases. Cada mañana un auto les llevaba al colegio. Seguramente tendrían un brillante futuro. Porque la educación es uno de los pilares en que se construye una nueva realidad; proyectos, cambios de vida, nuevas tecnologías, y un sin fin de posibilidades de que una nación se consolide y sus hombres y mujeres tengan la oportunidad de conseguir sus sueños.



Ya lo había vaticinado el padre de Juan Arce, lo había dicho desde que su primogénito comenzó a andar por las calles solo, cuando después de un desayuno con con leche y copos se diluía en un tazón, por el modo en que el muchacho giraba la cuchara : espirales y espirales, hasta obtener la mezcla. Luego llegaba al colegio, que se hallaba dos manzanas arriba, antes de la tienda de comestibles.

Como tardaba una media hora el recorrido, Juan Arce dos, se entretenía en releer apuntes de las clases del día anterior. Por si en algún momento, y antes de llegar al colegio, hubiera pillado aquella frase que no acababa de entender, bien sea por su significado implícito, o bien sea, por algún vocablo nuevo, que todavía no se le hacía familiar. El joven tenía la curiosidad por aprender cada día un poco más, hasta los folios le olían a un incienso con toque de vainilla, se los acercaba a la nariz para no perderse la satisfacción de las hojas de vainilla expeliendo el perfume.


Siquiera en las noches, Juan Arce dos, podría dejar de ojear apuntes, e interesarse por las clases de la mañana. El péndulo del viejo reloj oscilaba toda la noche, en un vaivén, que de alguna manera apaciguaba el temple de los que allí habitaban. Después de un día, en que las noticias en la prensa no eran muy satisfactorias, ni dadas al relajo. Más bien, se colaba una preocupación por entre los ojos de las personas, que la adquirían en el quiosco rojo, pintado de un púrpura, que parecía un corazón, con latidos cada vez más lentos.

La yaya ya estaba cansada, pero no dejaba de hacer tortitas en las tardes, para la merienda. Los chicos se sentaban alrededor y zampaban, como cuando los mirlos picotean los racimos de uvas, sin más interés que abrevar su jugo. Cosía los botones de las camisas, planchaba alguna pieza de ropa, y miraba por el postigo algo inquieta, porque no eran alagueñas las conversaciones en los patios de las casas colindantes. Pero ella ya no salía a la calle, siquiera pisaba los zócalos de las aceras. Hacía mucho tiempo que una de sus piernas se dejó morir y se desgajó de sus huesos.






Eres la única prueba.

 



Los tiempos que corren no son los de antes ni los de ahora, son tiempos, nada 

más.


Se abrigó en el frío de la madrugada mientras intentaba escribir una historia. 

Mary no era del todo consciente que en un tiempo atrás había albergado vida en 


su vientre, sin embargo sonreía.



Nacido de un buen polvo, pensó, cuando se miró al espejo y pudo ver el rostro, su 

propio rostro que sonreía. Dejó el cigarro a medias y se recostó en la cama.


Diluviaba, de modo ,que no se levantó del camastro, ni lo haría por mucho tiempo. 

No antes del previo aviso. La obediencia sería manipulada e intrínsecamente 

grabada en los sesos del individuo.



“ Mary se blindó por dentro al ser concebida,


tenía miedo de pisar el camino que según los dioses habría,


de descubrir.”



Lejos del propósito jugó como la lluvia entre las ramas de un olivo, como cuando 

las gotas se funden en lo inhóspito.


Anduvo otros caminos despreciados por los ausentes, los que visitan mercados, 

los que en su propia mediocridad se autoflagelan buscando el perdón de dios.


Se resucitó de entre los vivos en aquellos días de habitación propia, que se 

conmemoraba de abrazos tibios, de un hacer amor brioso: lamer heridas, 

complacer a propio y abstenerse de ir a misa. Por muy extraño que parezca la 

misa la tomaba en su propia casa cada vez que imploraba a ese dios del mundo, 

deseosa de ser tomada por él, y por eso le escribió poemas, todos en frasco 

pequeño como si realmente fuese miel y almendras, o como la melaza del cáliz 

que corre desde los labios hasta el ombligo.


Un día se percibió al escuchar noticias de este mundo cruel y al comienzo sonrió, 

pero luego no. La puta leyenda habría de cumplirse, se dijo. Más quisieran que se 

haga la voluntad del ángel caído, o del dios que nos salva de la ignorancia y que 

bendice en cada una de las cabezas, siquiera cual cabeza, el caso es bendecir.


En uno de los viajes vio una ingesta cantidad de hambre por toda la tierra y no se 

persignó no lo haría bastaría adentrarse y quedarse ahí donde el espanto. Ahí, con 

la certeza del humano, convencida de que había hecho lo mejor de ella.


Ahora sucumbe, otra vez y las que hagan falta repartir tarjetas donde se dice la verdad.



Entre hojarascas al pisar se hace alfombra.


Y entre parques de hojarascas,

al pisar se hace alfombra.

Y meditando lo que fui, 

ese recodo en la memoria.

El tiempo que ya se fue,

como las golondrinas buscar

alimento.


Ayer una joven madre en 

el columpio, debajo del sauce,

de pechos que alimentan criaturas,

Lozana, feliz, sensible.


Y entre parque de hojarascas,

ya se ha mudado la piel,

de capas y capas de cebolla.

Y de mi sombra al seguirme,

sé que no soy la misma.

Hoy llueven recuerdos, llueven besos,

Más, siquiera una lágrima deseo.

Arboledas, líquenes, frutos que de

ellas caen.

Y miro atrás por volver, volver,

el espejo guarda todo el ayer.

Hoy si, hoy llueve pasado (ausencia).

Más con complacencia sigo alimentando,

margaritas, caricias. (torrente).

Dejarme al albur, golondrinas,

venid a por mi. (tengo alas para volar).

Ni sauce, ni río. Elevarme a donde

como aquel ave mantiene su sutil vuelo.

Dejadme vida, dejad de querer complacer

lo que ya me ha sido regalado,

aqui, en un mundo mío me hallo.











 

viernes, 25 de junio de 2021

El artista.

 




Con un paño de fieltro retira los restos de linaza; dos pasos atrás y observa el lienzo, ahora el magenta reluce igual que una perla irisada. Los ocres van surgiendo igual que los dedos del sol, iluminan igual que el oro el cielo. Surge el porche, que embellece el portalón, a un lado y al otro, dos sillones emergen con pinceladas sutiles, gotas ambarinas a su alrededor hacen que adquieran la apariencia de dos hermosas vestales. Ahora toma en su mano la brocha más gruesa, y un arco inmenso se refleja encima del tejado, las estrellas adquieren la viveza de los ojos de los niños, de los mismísimos Ángeles. La satisfacción que le produce terminar la obra provoca un inmenso suspiro de alivio, vuelve a sonreír. El hostal de carretera había acaparado casi todo el lienzo; más bien un bello parterre de lirios en el Olimpo parecía, volvió a sonreír.

 


Yo sembré entre surcos los pasos que di.

 

Yo sembré entre surcos,

los pasos que di,

y pude ver los pámpanos

de un verde esplendoroso, 

de surgir esperando entre 

olivos, y retamas...


Y sembré hijos que en mis pechos

se amamantaron. Cunitas de besos.

Mi sombra se perpetúa más allá del

horizonte, puedo verla mientras duermo,

en un silencio ahora perpetuo.


Y regreso con mi otoño en una capa

que acaricia hombros y espalda. Como si

fueras tú. 

Alguien dijo ¿Paras en el andén cuatro?.

No. No hubo encuentro. No hubo andén.


Se quedó lo que pudo ser

entre mi almohada y tú.







Unicornios y demás sueños.



 Entre el tablón de anuncios, y la mesa había poca   distancia.

Pero es curioso que durante años, ese espacio corto se hizo camino, y si vamos más allá de la realidad nos encontramos ante un caminito lleno de amapolas a ambos lados. Perfectamente limpio, siquiera una piedrecita. Habría igualmente unos setos muy bien cuidados, y un ciprés muy alto, tanto que casi rozaba el cielo.

También, de vez en cuando, se celebraría algún concierto: adagios, y un cuarteto de cuerdas amenizarán los lunes y jueves a cualquier transeúnte. Y si queremos ir mucho más allá de lo real nos encontramos con una plaza, un puesto de castañas, una pequeña iglesia. Un teatro. Actores vestidos, algunas telas de muselina, esperando salir a escena. Detrás entre  bastidores los nervios, la ilusión se hace un bullicio silencioso.



"El unicornio y demás sueños". Título de la obra.



A Emma no le gustaba vestirse de unicornio. Durante su infancia había soñado una, y otra vez que un unicornio la perseguía para comerle los pies. Es que los tienes lindos, le decía su madre.

Una distancia tan corta. Una realidad que se desborda.

Una historia. Una vida. Observar. 

Es la percepción de una, cuando en silencio, a primera hora de la mañana, se detiene al mirar el tablón. Hay una nota nueva. Recorre desde la mesa por ver qué es.





jueves, 24 de junio de 2021

El ramo de Pompones.

 

Naturalmente que parecen un ramillete de corales, dijo Prudens. Un bello ramo de coral rosa, asintió. Matilde había advertido lo mucho que despreciaba los pompones, sean como fueren, o el color que se hubiere elegido, en éste caso eran de un sutil y suave rosado…
Por cualquier motivo y el más señalado, los pompones eran flores de cementerio, el rechazo fue absoluto por parte de Matilde, pero Prudens insistía en que eran un ramo de corales con sus destellos tornasolados. De buena mañana habría entrado en la casa y en sus brazos aquella magnificencia de la naturaleza; el sol se adentraba por la cristalera y el esplendor de sus rayos sobre las flores, las hacían parecer un ramo de corales en una pecera, eso sería, una pecera de cristal llena de pompones. Prudens pensaba en todo eso y sonreía, mientras, Matilde, renegaba una y otra vez.
-Es como salir a pasear y cayera incesante un chaparrón de agua sucia sobre nuestras cabezas-, dijo Matilde rehuyendo su vista de los corales en la pecera.



Era igual que una maldición tener que admitir aquel espectacular jubón sin mangas, tan bello como un amanecer, tan espléndido como admirar aquella isla pendiendo del cielo en una tarde cálida de verano, pero aún así no consentía, no podía dejarse arrastrar por tentadora belleza, ahí, expuesta, en la pecera…
De modo que Prudens volvió a sonreír, ésta vez por la no aprobación de su prima, porque en el fondo sabría de sobra que le gustaba tanto como a ella contemplar semejante y maravilloso jubón bordado y con pespuntes de hilo de oro, si, realmente eso parecía, un jubón expuesto para admirarlo, sea quien fuere que entrase en la casa a esas horas de la tarde.


Se mostró solícita la prima Matilde cuando Prudens le ofreció una bandeja de dulces y un café de India. –Después de todo no era tan trágico compartir la merienda ante un ramo de Pompones- se dijo. Contradictoriamente a lo que momentos antes había sido para ella igual que ese sucio chaparrón de agua, ahora más benevolente se mostraba más relajada. – ¡Ah los prejuicios!- dijo Prudens - ¿Acaso querida prima el sol dejará de adentrarse en la casa si en la sala se halla este hermoso regalo de la naturaleza?...


Texto escrito en el año 2014. He querido dejarlo otra vez por aquí.

Infinita piedad

 

Al volver como siempre

una infinita piedad (¿Piedad?).


Se preguntó si en algún momento

de reflexiones, de tardes: un cigarro en los labios. Se preguntó.

Piedad siento pero por mí,

ahora que ya no sé dónde podría

oler, tocar, sentir. El aroma de los silencios.


Una ola, y otra. Una que abrace mi cuerpo,

entre espumas, salitre. Yo soy piedad.

Siento cómo me diluyo, cuando te pienso,

allá en la lejanía. Un oasis, tú, tú, tú...




Lo conocí en Sóller en la hermosa isla de Palma de Mallorca.

  Lo conocí en Sóller, en la hermosa isla de Palma de Mallorca, el puerto de Sóller donde se llega si una quiere por un manto de frutales, entre los sabores,  y olores de los hogares.  

Podría haber sido en La Habana, podría haber sido  Nueva York, pero ha sido en este pequeño trozo de España donde Federico se quedó un otoño, solo un otoño que pareció una eternidad, para él y para mí.
 Una noche, a eso de las tres de la madrugada andaba yo trastabillando por una de las callejuelas de adoquines de piedra redonda, y blanca, y que todavía sonaba una guitarra a esas horas, y que yo llevaba puesto aquel collar de caracolas, que llevaba descalzos los pies y qué sé yo cuántas más cosas debía estar haciendo a esas horas de la bella madrugada…
Y que a esas horas había una luna grandota y brillante, como el lomo de los peces. Él, con sus ojos negros, con la juventud de sus manos y de todita su piel, él, con los folios llenos de versos de canela, de versos de lirios; de amores. Él con las manos llenas de letras, como cuando los poetas las llevan a cuestas, que ni pesan, que no agravian, que duelen pero un dolor soportable, un dolor de penas que llenan espacios, antes en blanco, ahora con trazos de colores.
Y nos miramos ambos a la luz de la grandota. Yo a él  por guapo, él a mi, por que si, porque tenía el destino de conocerlo, y porque yo era así de loquita, así de veleta y así de noctámbula, por ser de área costera y por ser nacida para ello. Para bordear las madrugadas de antro, en antro. Aquella noche en cierto modo quedamos prendidos de nuestra belleza, de esas dos almas que se buscaban, y que sin apenas rozarse los labios nos dimos un beso, ese que se queda tatuado en pequeños pigmentos, incrustados en labios sedientos…

¿Y que más te gusta de tu tierra chiquillo? Le dije. Y él me respondió:
el rinconcillo, en La Alameda, y los cipreses, y... Se quedó mudo. Se quedó quieto… Me quedé a su lado, nos dimos la mano y entre los adoquines sonaban las tapas de sus zapatos, y entre adoquines mis pies descalzos a nada, sonaban a nada. Pero el otoño ese fue más que un otoño, una vida entera entre los dos. Porque supe de él, cómo se escriben los poemas  que se sienten tan adentro, que se ven los campos cómo lloran cuando no llueve, que  se escuchan los gritos de la injusticia, los gritos del hambre, las bocas cosidas del miedo, porque no hay libertad. Y sobre todo qué maestro de palabras de amores...

Una noche de esas mías en que pierdo los estribos y soy más libre que cualquiera, una noche de esas, cruzamos el puente de madera donde duermen los patos, y ahí, al otro lado, una albufera callada, con la grandota alumbrando nuestras siluetas, una noche de esas en que yo, ya no sé quién soy porque soy lo que siempre había querido ser.
 Él, y yo, cruzamos el puente de madera… él y yo, casi ni caminar podíamos, porque el pecho de ambos ardía, si, ardía de juventud, de vida, ardía libre, ni sosiego, ni nada, ni paz, ni angustia: a sorbos bebimos de los dos…
Allí, entre los juncos y callejuelas donde mi vida pertenecía a la noche y al mismísimo diablo si habría hecho falta.

Me habló de sus letras, me leyó sus versos de purito almizcle, de hojas tristes, de los cipreses muertos de miedo.
 A cigarrillos y sorbos de quina y genciana, se difuminaba la noche.
¿ A por otra moreno?, le dije. A por otra, me dijo. Y temblaba su cuerpo joven, su piel suave, mi boca lo  bebía todito. ¿Qué quieres que te lea esta noche, mujer? Me dijo con voz dulce y aterciopelada, como diría un ángel  con sus alas blancas y relucientes- Lo que tú quieras chiquillo guapo, te escucho, te escucho…respondí.
Y se volvieron a quedar atrás las horas de la madrugada-
 A carcajadas de alegría terminamos aquella última noche, la noche de Federico, y la mía.
 Una vagabundea por los mundos de dentro, y se mira las rodillas, que sobresalen de un vestido que huele a amor, y huele también a noches de penas, y a noches de humo, de bocanadas de humo ceniciento.
Y una se mira al espejo y ríe, porque sí, porque el licor ha recorrido por dentro, y porque aquella noche, aquella noche fue la última noche de un cuento, que no fue, pero que pudo haber  sido, porque los amigos que se quieren de verdad se guardan los besos, a manojos, y se llevan lágrimas compartidas. Allí, en Sóller, con sus barquitas blancas y sus callejuelas de piedra.
Grande es el poeta que siente de verdad el amor en toda su magnitud…








Deletreame.

 


Podría ser selectiva pero no es el caso. Yo me he ungido de ti con un Suntory entre mis piernas hasta que decidas. De modo que tienes el camino solo para ti. Me puedes encontrar en el tejado; columpiándome entre nubes, o en el mismo infierno. Deletreame, bebe, languidece. 

Hazme un murmullo o la reina del Olimpo, pero hazlo. A golpe de ese jarabe tuyo que se derrama entre mis piernas que tiemblan al verte venir apurando el whisky, lamiendo heridas; hazme volver al dorado.

miércoles, 23 de junio de 2021

 







Me volví con la pasión de una joven.

 


En qué momento me perdí

como desaparecen las garzas,

que en algún momento han estado

cercanas al lago.

Me recuerdo ahí vestida de túnica,

la melena lacia, etérea yo. 

Me volví con la pasión de una joven,

al ver aquellos ojos que fijamente

miraban los míos. Luego fue como estrellarse

con la pared.


En qué momento me perdí,

y no supe volver, no quise.

Pero no desaparecí. No fue como las garzas.

Simplemente allí me mantuve:  entre ramas lanceoladas, no, mejor dicho entre tu pecho.


Ay Dios mío dijo una monja,

que rezando mil avemarías

casi lloraba, o en éxtasis probablemente.


Ay vida de mi vida. Te extraño. Tanto. Mucho. Nada... 


martes, 22 de junio de 2021

Y delante mío se duerme el reloj de arena.

 


No sospecho nada, nunca

nada...

Y si delante mío se duerme

el reloj de arena, mayestática,

me pronuncio una adivinadora.

Sabía que pasaría, los relojes también

se duermen...



Anoche anduve soñando pisar

las empedradas calles de mi barrio,

descalza, atiborrada en recuerdos.

Pero el fluctuar de las horas llevaron

a este mi cuerpo volver, por saber,

en qué momento me quedé con tu

recuerdo, tu marca preferida. Tu boca.




No quiero ser ese árbol desnudo.



No quiero ser ese árbol que permanece

desnudo ante todo lo que le rodea, desnudo 

de abrazos. (Un frío se cuela y deja muerte).


No quiero ser la montaña a la que nadie

escucha: sólo caminan y pisotean.

Ya se ha erosionado la imagen 

de mi ante el espejo.


Y saber que tantas veces he mudado

la piel, y pensar que pudo haber sido,

el color del tiempo contigo.

Una quimera es asesina,

mata por placer...



 

Conversaciones al amanecer y otras cosas.

 


Probablemente el que aquellos nubarrones a primera hora de la mañana sugerían que tal vez habría la posibilidad de que lloviese, que aquel edificio alto todavía permaneciera oscuro, porque seguramente todos sus habitantes estarían dormidos; que por fin la refinería y no  lanzará  llamas; ni contaminaría la ciudad, es por lo que, en principio mientras bajaba a Santa Cruz, pensó. Una manera de dilucidar. 


Cuando llegó lo primero que hizo fue mirar la amapola que se hallaba en una taza con dibujos esféricos, de colores. Las amapolas le recordaban la infancia. Eso es una felicidad muy grande, se dijo: la infancia, que, sin lugar a dudas los niños tan inocentes y libres no se detienen a pensar qué pasará mañana.

Siquiera si algún día cuando el tiempo pase y el reloj avisa que ya no somos los mismos. Cuando en verdad nos planteamos lo que es vivir, mirarnos  al espejo, observar cómo nuestro cuerpo cambia, década, tras década, hasta llegar al final de los días; de ninguna manera una criatura se plantea eso.


Hay un lapicero decorado con figuras de diferentes clases de pájaros, una taza para el café, el bolso sobre la mesa. La mascarilla al lado, por si alguien se acerca.


El teléfono suena. Cinco minutos después baja a tomar café, un delicioso café en buena compañía.


¿Y dime qué te pasó anoche? .


-Pues nada que tuve un sueño que me gustó-


¿Y qué soñaste?.


Ay qué soñé me preguntas: cuando iba a besarme sonó el el móvil con música de pajarillos.

En fin, si hubiese sido verdad...

lunes, 21 de junio de 2021

Un lienzo de espliego.

 Él,  ríe, ríe, ríe... desde poca distancia la joven lo mira y ve cómo se hincha su pecho igual que cuando ella sopla unos globos en casa de los primos para la fiesta de cumpleaños. 

Hay vino rojo en la mesa, y almendras, y queso duro. No hay violines pero si un laúd y una guitarra, y la música se cuela por los oídos y sale en estampida al huerto. Hay humo de cigarrillos finos que suben al techo, ahora es una nube perpetua en el salón cubierto de adornos, que brillan igual que los diamantes.Oigo un río fluir en la cocina, los platos se bañan cubiertos de espuma y caen uno encima del otro y una torre se eleva, parece una torta de merengue. Hace rato que la oscuridad cubrió el techo del porche, de la azotea; todos se reúnen en el salón que brilla, todos cantan o ríen, pero él, desmesuradamente, sopla y sopla un espanto de carcajadas y sus pulmones quedan libres, y su rostro es otra vez un niño. 



Isabel, Inés dicen: nuestro amado hijo llora alegría, y toman asiento en tres sillas de nogal y sus manos aplauden y parecen las alas de las mariposas cuando baten y baten buscando el aire puro después de haber sido orugas. Hay un pavo grande y los mejores cubiertos recién lavados, hay una mesa bordada, parece un lienzo de espliego; doce campanadas suenan fuera , es el eco que viene ondeando desde la iglesia. La joven sonríe porque su risa es como la de él, desbordada como un chaparrón que cae sin esperarse; no está sujeta a ningún aro de madera para separar los granos de distintos tamaños. Un coro aquí, otro allá. El sol se queda en la casa.



"Texto publicado en el año 2013. Lo dejo otra vez aquí porque quiero recordarlo como fue, como era, como es ahora, cuando dentro de un tiempo volvamos a encontrarnos".

Debo ser el único pájaro.

 


Debo ser el único pájaro, 

que entre lagos, al tramonto,

se queda sin alas,

que cuando duermo son cercenadas.

Debo ser la mujer arrojada al barro,

por castigo, por ser como soy.


Ser pájaro libre siempre quise,

entre barrotes fue lo que viví (eso no es vivir).

Ya vino mi otoño de ver cómo se han 

recuperado las alas para volar,


Yo debo ser el único pájaro que

entre lagos, al tramonto,

ahogado en llantos, luchó 

por verme hoy volando, volando

sin rumbo. (a mi lado el infierno, y el cielo).


Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...