Y allí estaba. Una butaca con la ropa de alguien, y en uno de los bolsillos una flor seca: una chaqueta de amplias solapas, unos pantalones anchos, fruncidos a la cintura. Probablemente alguien se olvidó de dejarla en el ropero de modo que llevaría ahí mucho tiempo. Las estaciones, el modo de vida de los transeúntes. Las tiendas. El mercado, la lonja. Todo ello seguía habitualmente el reloj del tiempo, pero la ropa en la butaca no. Allí quedó expuesta, como si alguien en algún momento hubiera querido expresar sentimientos, o tal vez añoranza por alguna persona, amante, amigo, o pudiera ser la ropa de un notario, o de una gran actriz, el caso es que permaneció durante años mayestática. A falta de un rostro, de unas manos, de una piernas y torso, se hallaba en el limbo, porque siquiera sabría un montón de trapos quién sería.
Las ratas habían roído el borde de los pantalones con pequeños mordiscos. Cuando era invierno y la lluvia arreciaba fuertemente contra el cristal se escuchaba un lamento.
-Alguien suplicaba por volver.
-¿Quién le ha contado esa historia?-
-Nadie, lo sé, siempre lo he sabido, y lo he visto-
-¿Al que suplicaba?-
-Si. Soy yo.-
Vaya parece alguien simplemente se esfumo, dejandonos en este mundo las prendeas de vestir que llevaba puesto. Creo lo entendi de ese modo, aunque el mensaje de la historia tiene muchos visos mas profundos.
ResponderEliminarPues, si Jose.
ResponderEliminarUn abrazo!
Estremece... pudiera ser!!!
ResponderEliminarPudiera...
EliminarBesos,