Casilda Camerina Celedonia de brazos cruzados contempló la noche desde el balcón que daba al parque García Sanabria. Siempre lo hacía. Le agradaba ese rato en silencio escuchando el rumor de la oscura, que apenas rozaba el suelo, y también dejaba susurros en al amplitud del parque. "Son los silencios de la noche, que aún en ese estado deja un bullicio por todos sitios, pensaba".
La ciudad por las noches se ilumina con brillantes luces que adornan los techos, balcones, edificios, y deja en el mar el reflejo de una Luna grande, más grande, más chica, menos chica...
Casilda Camerina Celedonia nació por casualidad, la concibieron sin ganas, sin pasión, sin amor. El día en que su madre la hecho al mundo con un grito horrible, se había liberado de ella, porque nunca fue madre, más bien enemiga. Siempre le dijo que Jesús estaría observando por si se portaba mal, por si robaba, por si yacía en la cama con alguien.
-Jesús fue un buen hombre, un chico fantástico, libre, amoroso, respetuoso, pensó Casilda Camerina Celedonia-
Lo sabía porque fueron tantas veces que yació con él, con ella. Y no, no era pecado, no, no.
El sonido del móvil al caer desde el quinto piso a la calle fue como machacar algo en un mortero: ajos, perejil, sal, tomillo, romero, pimienta.
Y como tuvo que salir a buscarlo, (se había salvado), se quedó en el parque por un buen rato pensando en todo. Una brisa suave la rodeo, como los besos, los tuyos...
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