¿Pero
qué me pregunta usted?, me dijo la anciana, con una cachimba enorme
en una esquina de la boca, que al mismo tiempo chorreaba baba, y
demás componentes del tabaco. Y es que acabo de sentarme para
reflexionar sobre la conversación que mantuvimos la vieja, y, yo. Y
es que todos los días los periodistas como yo, por ejemplo, no
tenemos la suerte, o desgracia, de andar con una vieja tan vieja, y
tan mala.
Todavía
me duele el cuerpo de la paliza que me dio la bruja de la cachimba,
vaya que si de duele, me duele hasta las pestañas. Todo empezó
porque salió a la luz la confesión de un campesino, que guardaba
silencio por mucho miedo, pero miedo del bueno, de ese miedo que
parece que te acecha por detrás, para hincarte por lo menos dos
colmillos y que tu sangre se derrame todita por la camisa, hasta
llegar al piso, en un charco precioso y brillante. No hace muchos
días de esta noticia, creo que unos tres o cuatro, que me revolvió
las tripas, mientras tomaba un café, en compañía de mi sombra, que
igualmente se había sorprendido, y es que, mi sombra ya tiene
nombre: Constante. Miren que soy hombre alto y corpulento, pero eso
de nada me sirvió, digo esto, porque mientras la vieja me miraba
atenta, haciendo muecas con sus carrillos horribles, y el incesante
humo yéndose hacia el techo del chamizo, a mí me costaba mucho
permanecer impasible ante tanto descalabro de vieja. Pues bien,
¿Acaso no sentirían ustedes el mismo miedo? Ya para ir acabando,
que falta lo peor, es que, no hubo más remedio que dejarse llevar de
la mano, a mi sombra y a mí. Dejarse llevar y escuchar, con una
grabadora en la mano, y un ojo a la vieja, y otro a la puerta. Según
el campesino, él mismo había descubierto los horrendos crímenes,
que venían sucediéndose en el pueblo, por lo menos desde hacía dos
décadas, se trataba, y eso dijo al diario que lo interrogó, de una
criatura venida de otros mundos, porque no saciaba su apetito, porque
el mundo de donde venía era demasiado pequeño, y no había
suficiente alimento para saciar su apetito. De modo que, una noche,
avanzada la madrugada, el campesino pudo ver claramente, como la
vieja, se meaba encima y, luego sacudía los faldones, y escupía la
baba, y también pudo ver, como les quitaba la envoltura a sus
víctimas. Por unos instantes me sorprendió eso de la envoltura,
porque hasta que no terminé de leer la noticia, no entendí bien. Y
es que la piel no le gustaba a la vieja, para nada, así que en un
abrir y cerrar de ojos, les dejaba con puro músculo y huesitos. Para
eso era de otros mundo, para eso tenía ciertos poderes, que aquí en
la tierra que conocemos, no se dan así tan fácil, vamos es mi
opinión particular, porque igualmente se dan, claro que soy un poco
iluso, un tanto confiado, y un tanto temeroso de las tinieblas.
Porque cuando a uno le enseñan en la facultad para ser un
periodista, para nada entra lo de enseñar a ser menos confiado, o
menos precavido, si, eso es, menos precavido.
Pero
aquí la cuestión es que una vez que terminé el café y leí el
diario, me precipité a la calle y, quise saber por mí mismo aquella
horripilante historia. Como les decía, el campesino volvió a decir
en su entrevista, que después de que la vieja quitara la envoltura a
cualquier persona que anduviera en la madrugada, ya sea, paseando, ya
sea de regreso del trabajo, o de regreso de una noche de fiesta, casi
nadie se le escapaba. La cuestión es que en la propia baba
repugnante se hallaba el veneno, porque escupía como las llamas, y
directamente en la cara, y de ese modo quedaban allí petrificados
los señores y señoras, así, sin sentir dolor alguno, y después de
haber quitado el envoltorio, succionaba y succionaba, hasta dejar
limpio de pellejo el cuerpo, y hasta casi de ablandar los huesos para
que de ese modo pudieran engullirse mejor. Toda vez que la baba hacía
una misión importante, porque ayudaba a deshacer el calcio. De modo
que si estoy contando esta historia es porque aún sigo vivo, o eso
creo, porque al pellizcarme, me duele. Amigos y, es que la prensa no
es sensacionalista, a veces, no señor. Esta vez fue tan como lo
contó el campesino, toda la verdad, porque a mí me faltan las
piernas y una oreja, y cinco dedos de la mano derecha, o sea, que
estoy escribiendo con la izquierda, que pienso que al fin y al cabo,
será mejor, que no tener ninguno de los dedos, y más aún estar
muerto. De modo que la vieja sigue impune, porque se mudó de planeta
otra vez. Quién sabe a donde iría: ¡Es tan grande la galaxia!