Hay unas escaleras y mientras una sube por ellas, peldaño a peldaño, en cada paño de pared pende un retrato. Adornados con madera repujada guardan dentro los recuerdos de aquellos que un día bajaron y subieron esos peldaños, vivían allí con sus costumbres, como les habían enseñado, como la época que era.
Siquiera el último retrato justo en la esquina por donde se va a las habitaciones muestra alguna mueca de felicidad.
La felicidad no puede ser descubierta, ni tampoco la sonrisa. Las fotografías son grises y sus rostros también.
Es como si en aquel huerto no brotara una brizna de vida.
Desayunaban, comían, merendaban, hablaban de esto y aquello, pero siempre procurando que no se escapase una carcajada. Era mal visto, igual que en los mercados, en las lonjas, en las tabernas...
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