A Beatrice le habían enseñado que las cosas se hacían con calma, las prisas no eran buenas para nada.
Después del paso del tiempo y en que la madurez se había instalado en su cuerpo, ya había cogido esa costumbre y de muy sobrada. Por lo tanto, cada cosa que hubiera hecho había tenido su tiempo.
Vivía sola. En un piso de la calle Portobelo Road.
Cuando iba al mercado solo iba al mercado, pues la mañana la dedicaba exclusivamente a ello.
Y lo mismo pasaba con todo lo que hacía: cine, zapatero, paseo en bicicleta, etc...
Tenía una prima lejana que venía a visitarla los viernes, que era cuando Beatrice dedicaba para estas ocasiones, pero los viernes por la tarde. Acostumbraban a charlar mientras merendaban: pastelillos de hojaldre, mermeladas, café, o té.
Un día miércoles de ceniza se metió en la cocina para elaborar un menú que le había llamado la atención mientras navegaba por internet.
El primer plato sería sopa de tortuga, y luego una ensalada con pasta, semillas de girasoles, col rizada, col lombarda, tomate, todo ello aderezado con una melaza exquisita.
Cuando llegó el momento de preparar el segundo plato y haber probado la sopa de tortuga, la cual le había quedado muy buena, colocó una tabla de madera sobre la encimera empezó a cortar las verduras con esmero y con mucha calma. El tomate fue el último en cortar; pero cuando se dispuso a ello y una vez hubo enterrado el cuchillo oyó un grito desgarrador. Se sorprendió muchísimo, miró a un lado y al otro, luego por la ventana, pero el grito se hacía cada vez más largo y angustioso a medida que seguía cortando el ruedas al tomate y cual fue su sorpresa que se dio cuenta que los quejidos provenían de su victima. Tiró el cuchillo al suelo, y lloró al verlo agonizando...
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