Los sueños son otra forma de vida, es otro mundo.
En ellos uno tiene su casa, su jardín. Y puede vivir en el campo o en la ciudad. Nómbrame vivía allí más tiempo que en el otro.
Un día se puso a escribir mucho, cada día más, y más, y se dio cuenta que ya estaba viviendo en una preciosa casa de madera.
A medida que llenaba los folios se iba creando muchas cosas más: tiendas, librerías, universidades. También había gente de todas razas, y caballos indios, y caballos árabes, un sin fin de caballos.
En el mar había delfines, ballenas, orcas, peces grandes, pequeños; también había corales, preciosos corales, y perlas durmiendo dentro de las ostras; pero era curioso porque en algunas de las ostras, en vez de perlas, había crucifijos de nácar.
De modo que, como su estancia en esa otra vida era más fructífera, más creativa y sosegada, Nómbrame siguió escribiendo mucho más.
A veces permanecía despierta hasta bien entrada la madrugada escribiendo, y sus ojos se le ponían rojos como el fuego por la falta de sueño, o como los tomates.
Neveras no había, curioso, pensó. Entonces escribió un cuento en el que las neveras hasta se vendían en las aceras de las calles.
También escribió un cuento muy romántico. Los protagonistas provenían de épocas diferentes aunque no lo sabían.
Solo recordaban lo que Nómbrame quisiera.
A medida que iba escribiendo surgieron muchas más historias, muy peculiares unas, otras, sugerentes. Una extensa y variada colección, como los cromos en una cajita plateada.
Los gorilas aparecieron en uno de sus cuentos, eran hermosos. Y las montañas se alzaban en medio de la niebla como guerreros preparados para la lucha.
Nómbrame había nacido en Armenia, tenía muchísimos años, tantos que siquiera ella lo sabía. Cada historia que escribía cumpliría cien años.
Por eso decidió quedarse en los sueños, desde Armenia a los sueños...
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