Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 26 de febrero de 2021

La casona que fue museo.

 


La casona había sido transformada en un museo donde se exhibían objetos de la propia vivienda; herramientas empleadas por los trabajadores en el campo: palas, picos, escardillas, etc...

Era grato visitarla aún en esas condiciones. 


Alrededor, los castaños de un marrón chocolate penden como adornos de navidad, es realmente de admirar, es algo que la tierra ofrece sin pedir a cambio nada, sólo beber agua. De modo que, aquel grupo de estudiantes había entrado en ella. Había una antesala llena de espejos que brillaban cuando el sol les daba ese pellizco grato, es un reflejo constante variaba si los rayos se explayaban más intensos, o por ende, pequeñas salpicaduras de brillos.

Louis, uno de los estudiantes se frotaba las manos constantemente pero no dejaba de admirar el esplendor que tenía delante de sus ojos, decían que era nervioso, pero en realidad era autista. Eso le habían dicho a sus padres después de varias pruebas y visitas al sicólogo. Pero era un chico muy inteligente y sólo él podría ver más allá que los demás. Era capaz de captar las cosas más ínfimas, de ver esos intervalos de imágenes que nadie ve.

Se apartó del grupo. Subió por las escaleras que daban a la segunda planta: los grandes cortinajes, las camas con barrotes de nogal. El pasillo largo y repleto de retratos a un lado y otro. 

Se quedó allí un rato observándolo todo.

Abrió una de las gavetas del semanario, y su rostro se llenó de luz. Sonrió. Había encontrado una bolsa de tela repleta de boliches, eran diminutos caleidoscopios. Estuvo entretenido girándolos para ver los contrastes. 

Dejó la bolsa en su sitio porque creía haber visto a un hombre en la otra esquina de la gran habitación.

Se acercó y volvió a sonreír: sentado en una vieja silla de madera, un señor con gafas, muy serio, trajeado e inmóvil parecía mirar al muchacho. 

Se atrevió a tocarlo, pero se dio cuenta de que aquel hombre estaba embalsamado. 

Salió de la estancia y volvió con el grupo.


¿Dónde estabas?, dijo el guía.


-Arriba en las habitaciones.

¿Y qué has visto, algún telescopio, o algo así?, volvió a decir.


-No, pero he visto a Tutankamón.


-Ja, ja, ja... rieron.


Pero para él no fue una burla. Él había visto a Tutankamón.... 

  


 

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