Uno de los cristales de la ventana se había partido en dos por la fuerza incontrolada de las ramas. Había sido una noche tempestuosa.
Bofetones a diestro y siniestro sin reparar en nada, (así actúa la naturaleza), la chimenea también sufrió destrozos, porque algunos de los ladrillos salieron volando, como cuando alguien sopla con fuerza las velas de una tarta.
Se escuchan pasos en el jardín. Un chasquido, ahora otro; la hojarasca se amontona alfombrado de esquina a esquina la casa.
Alguien enciende un cigarrillo y lee un libro y, al mismo tiempo observa aquel reloj de cuco, (una antigüedad de la familia), esperando que den las en punto para ver salir al cuclillo.
Aurore se lava el pelo ajena a todo. Vive dos calles más abajo, en una zona residencial acotada por vallas.
El Señor Don Teófilo como cada día abre el quiosco, se entretiene colocando revistas, y prensa. Un pequeño río cae por una de las esquinas, resbala hasta formar un charco transparente, sonríe porque puede ver su rostro. Es un espejo, pensó.
Las campanadas dan las diez.
Ahora arrecia. Hay muchos ríos, pequeños, juguetones.
Quizás sigan el camino, o por ende, se queden sin vida, cuando salga el sol y los fulmine...
Poca vida tienen esos ríos de agua... tanta fuerza y tan efímeros.
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