No había más que verla con los ojos tristes, un retrato sepia era.
Un pelo ondulado que creció exponencialmente a medida que pasaban los años, tanto, que había alfombrado el salón de té.
Veinte años antes la vida por eso lares era apacible, o eso parecía por el modo en que la gente actuaba. Cada cual con sus cosas, la vida que cada uno de ellos había escogido.
Las tiendas ubicadas en la calle principal con fachadas coloridas y adornos; la plaza con bancos tallados. Una fuente, obra de un arquitecto muy famoso. La Iglesia con el campanario, y el nido de cigüeñas. El jolgorio cuando se celebraban las fiestas.
Las nubes cuando no había Sol, algodones de azúcar. Y cuando los rayos ocres abarcaban todo se encendía una chispa de felicidad en cada uno de los que habitaban el pueblo.
-Me llama mucho la atención cómo ha crecido el pelo, dijo alguien, con la mano en la barbilla tratando de descubrir qué había sucedido.
-A mí me da mucha pena sus ojos tristes y abiertos, dijo Lucy.
Se preguntaron si su despedida de este mundo había sido voluntaria, o no...
Ojos tristes... mal asunto.
ResponderEliminar