Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 16 de febrero de 2021

Clorinda y María

 


María vivía en una pequeña casa, de esas que parecen casitas de relojes de cuco, pero muy bien orientada al mar, y con lo necesario, todo estaba ahí en ese reloj de cuco. Desde un ventanuco redondo como sus ojos, se recreaba la vista inmensamente viendo el cúmulo de nubes que, a ratos eran gatos, culebras, bisontes, y también mariposas. 

También se recreaba la vista cuando los veleros, surcaban el mar; casi siempre muy cerca. Cuando los alisios soplaban fuerte parecían pequeños cochecitos de carrera, unos, aquí, otros allá, deseando llegar a la meta, y claro está el primero recibiría un trofeo.

También observaba complacida el cambio de la luz al atardecer por el horizonte: tan hermoso espectáculo hacia tambalear su taza de té !Oh, es el paraíso!, dijo. Pero cuando usaba el catalejo ese día, esta tarde era especial: los delfines como niños juguetones saltaban, saltaban, todos juntos, jugaban, jugaban. Los podía ver muy cerca de ella, y hasta podía oler el mar, cuando al mismo tiempo eran envueltos con la basta llanura líquida al saltar; e incluso los sonidos que emitían, incluso la plata de sus lomos. 

¿Vendrás a verme?, dijo Clorinda por whatsapp.

Si, claro, mientras tanto la sonrisa, mientras tanto el clamor que sentía ante ese maravilloso espectáculo, si iré, y llevaré un vino especial. Tendremos que preparar una ensalada con frutos secos, y algo de pescado a la plancha, contestó con otro whatsapp.


Habían comido y Clorinda llevó café para las dos. 

Vivía en la ciudad en uno de esos pisos antiguos y amplios, con amplios ventanales también, con cortinas rojas y visillos blancos.

El pasillo bastante ancho adornado con los mejores cuadros. 

Realmente Clorinda era bastante buena, había aprendido en una de las mejores escuelas de arte. Su familia se había gastado una suma importante de dinero, pero satisfechos por la capacidad innata de su hija para pintar cuadros.

Tu una afamada pintora y yo una mujer que intenta todos los años escribir una novela, dijo María.

Cuando la termines te regalo la portada. Será preciosa, replicó Clorinda...


¿Termines?, si no la he empezado aún, sólo tengo un ovillo de ideas en la cabeza... !Y no sé cuando será el día!.


El día es ahora, mientras estuvimos comiendo, y tomando vino, y ahora café, y también es el día, cuando observas la maravilla que tienes delante  de tus ojos, dijo Clorinda.




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