Sacramento Méndez viajó desde muy lejos para tener una vida digna. Alquiló una casita a las afueras del pueblo.
Un lugar polvoriento alejado del ruido, aunque los alisios soplan seis meses al año. Es el clima.
Todos los días a la misma hora se sentaba en un butacón, en el porche y se comía un plátano mientras observaba aquel valle, que parecía abrazar su cuerpo maltrecho. Unos diez años atrás había recibido una paliza que la dejó coja y también perdió un ojo.
Sacramento Méndez consiguió vivir dignamente. En un valle hermoso. Entre el presente y el pasado.
¿Quiere usted café Doña Sacramento?.
Sacramento Méndez no contestó, se durmió.
Duele.
ResponderEliminarPues, si.
EliminarPareciera que el valle acogió su alma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cierto Amapolita
EliminarMuchos besos.