Como sea que en el amplio jardín ya refrescaba, como sea que algunas señoras se habían olvidado del echarpe, como sea que Álvarez Amado Pargo, ya iba por la tercera copa, y todo lo demás le importaba bien poco, allí en ese iluminado jardín se explayaban los dedos ocres de la tarde.
Álvarez Amado Pargo el hombre de negocios con un bigote que se alargaba más allá del borde de los labios para caer hasta casi el cuello, y Eleonora Díaz, empezaron su larga conversación, pero las dos señoras, que casualmente eran las que no llevaron el echarpe, fingían que les agradaba la cantidad de flores que vestía en esplendoroso jardín: petunias, jazmines, violetas, claveles, rosas...
Pero en realidad tenían sus orejas bien puestas para escuchar lo que Álvarez Amado Pargo, y Eleonora Díaz entablaban la conversación tan animadamente.
Siquiera advirtieron que la temperatura ya entrada la tarde y casi de noche, las había dejado con los labios morados, y la piel de gallina. La curiosidad pudo más. Al día siguiente fueron ingresadas en la clínica Augusto Rey por una neumonía.
La curiosidad pasó factura.
ResponderEliminarBesos.
Pues, si.
EliminarBesos.