Suelo verme de niña cuando, en algún lugar tranquilo cierro los ojos, es un torrente de imágenes seguidas unas, tras otras.
Y ahí está la niña con churretes en las mejillas, con los pies descalzos, bebiendo agua de la tajea. Merendando higos. Por aquel entonces las higueras proliferaban, y las tuneras también.
Sentada en los muros de piedras volcánicas, eran las lindes de las tierras. Saboreando un trozo de caña de azúcar. Mientras los grandes tizones salían rodeándola: las migas del pan se desprendían del bocadillo y allí estaban para atraparlas.
Entonces la vida era eso, ese era el mundo, el único mundo que conocía. Un maravilloso lugar de libertad.
La casa fantasma atraía a los primos, y a ella también.
De modo que era raro el día en que no entraban para vivir aquellas experiencias de espíritus vagando por ella.
Aquella casa se quedó sin puertas ni ventanas. Siquiera se vistió: solo estructura de bloques.
Tenía dos plantas y en la última un balcón del que solo se había tendido el sobresaliente. No había nada más.
Matilde y María vivieron la infancia más bonita del mundo.
Crearon historias, jugaron a la comba, y a muchos juegos más.
¿Te acuerdas el día en que me caí a las tuneras?.
Claro que si, y me reí y mucho.
Que cabrona eres-
¿Porqué?, solo éramos niñas.
Y volvió a sonreír.
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