Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 26 de mayo de 2021

Una noche de sueños.

 


Hay bancales de peces allá no muy lejos. Están felices porque sus lomos son plateados brillan mucho, dijo. Brillan tanto que parecen rayos de sol, volvió a decir.


Aun estamos en el desayuno, y el café con leche, y las tostadas y la mermelada, y aquel cesto de fresas debe estar delicioso, murmuró alguien. Y debía de estarlo, porque parecían esmeraldas, un pequeño cesto de mimbre lleno de esmeraldas, solo habrían de observar un momento y serían piedras preciosas. Sucede como la vida, que si una se detiene un rato, surgen miles y miles de imágenes, como cuando el humo se libera de las chimeneas y hace jirones a su antojo. A veces, estos, llegan al cielo, o se quedan en cualquier nube gorda. 

Estoy segura que muchas virutas de esas se depositan en alguna estrella, dijo Berta. Ciro rió, mientras se limpiaba los churretes de la mermelada, pero luego carcajeó. 

Berta salió al patio, se había molestado algo, si, por la reacción de Ciro, en cuanto a su teoría. Pero inmediatamente olvidó eso. 

Una rana inmensa croaba a esas horas, un nenúfar había sido usado en la noche para dormir, por alguien que no era precisamente un anfibio. Siquiera por algún insecto. El caso es que alguien diminuto había dormido plácidamente toda la noche, mientras escuchaba a Chopin.  Y es que las personas que duermen en nenúfares son tan bellas, quizás sean duendes, o hadas. El caso es que aquel nenúfar había acogido calidamente al misterioso huésped. 

Berta imaginó que los duendes y las hadas saldrían por las noches, y algunos también se cansaban, como les pasa a las personas. Por eso sería un duende o un hada. El caso es que Berta también sabía que no hacen demasiado ruido.  Ellos pasan, y casi ni se les escucha, caminan sigilosamente, y son muy como de azúcar, como terrones de dulce azúcar. O, quizás son como cuando una lluvia fina y limpia cae pausada sobre las baldosas de aquella calle, donde el colegio de los niños. 

Pero el mar y el cielo casi se unieron, porque Berta lo quiso así.

Mientras, los demás seguían con el desayuno en aquella mesa redonda y con un mantel multicolor.


Y entre la fina línea del horizonte surgió un tiovivo. Qué grandioso, dijo. Sería algo que solamente sucedería cada doscientos años, y tuvo la inmensa suerte de poder contemplar semejante belleza de la naturaleza…

Se alzó de puntillas para ver mejor. Se retiró el pelo de los ojos. 

Un tren de amarillo, una ballena azul que la miró a los ojos y  guiñó uno de ellos: Hola, soy yo, soy real, soy tu ballena azul. De pronto el tren de amarillo comenzó a dar vueltas alrededor de la ballena azul, algunas olas tuvieron que apartarse… Era una fiesta!

Berta se alzó tanto de puntillas que creció desmesuradamente. 

¡Ah! Qué emotivo, dijo. Ahora puedo ver muchos bergantines con sus velas al viento, libres. Ahora veo a los niños de la tierra. A tantos y tantos niños que, me cuesta contarlos, porque además de todo, aún soy pequeña y no llego a cien, de contar quiero decir.

Berta se había desaparecido, el tiempo se detuvo para ella, pero tuvo tanta, tanta suerte. Y es que contemplar la vida de tan chiquita y ver un tiovivo justo en la franja del horizonte y una ballena azul que le guiñaba un ojo. Y muchas cosas más, fueron como traspasar la línea de lo que solemos definir como real: Un parterre, el Olimpo. El cielo infinito. La música de Chopin suena esta noche, y yo paso página y mis dedos me llevan donde quieren, están posados sobre el teclado, juegan a escribir historias, cuentos. Sobre todo cuando pienso que no muy lejos se hallan unos hombres buenos, tranquilos, felices, y bendecidos por un universo, de corcheas y semicorcheas, fusas, semifusas, redondas y negras, y blancas.







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