Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 28 de mayo de 2021

Lo malo fue que hubo por entonces una guerra

 Por aquellos días el viento soplaba tan fuerte que las sábanas habían sido arrancadas de cuajo de la cuerda de esparto; se habían perdido por entre los huertos de trigo, algunas, habían quedado prendidas a ellos, como si hubiesen deseado eso, abrazar la gran espiga y quedarse ahí  para siempre. Antonio tenía un padre, una madre y ocho hermanos, todos habían venido al mundo bendecidos por el amor de aquella pareja de jóvenes que acordaron vivir para siempre juntos, en lo bueno, y en lo malo…



Lo malo fue que hubo por entonces una guerra, tan cruel como todas las guerras; de modo que la vida se hacía muy difícil de vivir. Había  por entonces muchas  carencias y los piececitos de los niños empezaban a quedar al descubierto, cuando acudían a la escuela por el camino a la Cuesta, y, los abrigos empezaban a escasear en sus menudos cuerpecitos y el viento que se empeñaba en soplar casi todos los días durante mucho tiempo bamboleándolos de un lado al otro de los cañaverales. Lo más que deseaban los chiquillos era tener unas nuevas alpargatas, y en la  misa de las diez y cuando entraban en el templo de Dios y se sentaban juntitos, y cuando el saludo, y el salmo de entrada del sacerdote y de los monaguillos,  pidiendo todos juntos el perdón por los pecados, con sus manitas juntas y bien apretadas, los hermanos ruegan al Señor un buen par de alpargatas nuevas. ¡Ah los niños en su mundo, los sueños son solo suyos!, dijo la madre mirando al padre…



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