El miércoles amaneció lluvioso. El lobo no se había movido de la puerta en toda la noche. Esperaba para vengarse. Ahora arreciaba más la lluvia lanzando contra las ventanas, y puertas cuchillos afilados de granizos en punta.
Don Marcelo Sonsón ya se disponía salir para sus menesteres. Se había afeitado la barba. Desayunó despacio, como si fuese el último de su vida. Se colocó el abrigo de paño negro, y una boina, y el bastón que necesitaba imperiosamente porque tenía una cojera de cuando la guerra que lo había dejado descolocado.
Se atusó el bigote. Estaba muy orgulloso, porque durante la guerra había matado a muchos hombres, había arrasado un pueblo entero. Se apropió de dos muchachas que se quedaron sin padres. Se casó con una, y a la otra la mandó a la cocina. (las dos yacerían en su cama).
De modo que cuando por fin salió al terrazo, y abrió el portal se encontró con el lobo. Se quedó inmóvil. Recordó que dos días antes había terminado con toda la camada, porque uno de ellos había devorado a dos de sus ovejas.
La prórroga fue hasta el mediodía cuando Don Marcelo Sonsón regresó.
El cuello fue atravesado por los fuertes colmillos. Se quedó sentado, con la resignación de que ya no volvería con sus mujeres, ni volvería a recordar sus hazañas de guerra.
Se quedó muerto del todo.
Veo que lobo come lobo...
ResponderEliminarAsí es...
EliminarmE ENCANTA LO QUE HAS ESCRITO VOLVERé SIN LUGAR A DUDAS
ResponderEliminarMuchas gracias!.
EliminarMorirse a medias hubiera estado fatal. A mi Eva vengativa le encantan las historias en que se hace justicia por propia cuenta; a mi Eva animalista le fascinan los lobos. Te hemos puesto nota las dos y la media te da diez.
ResponderEliminarUn beso admirador.
Caramba, muchas gracias a ambas.
ResponderEliminar