Discretamente quitaba el papel a los regalos, (Un momento convulso, una inmediatez sin medida alguna), aquella medallita plateada con el signo del zodiaco la llevaría puesta una infinidad de años, incluso, poco antes de haber cumplido los cuarenta la habría dejado a buen recaudo, en un pequeño cofre. Igual con los libros, todos apilados. Con la veneración absoluta hacia ellos, folios, y folios donde se descubría el sentido de la vida, el pensamiento puro, la transcendencia de los hechos, a quien los tuviera en sus manos, en cualquier parque, en una biblioteca. En la propia cama antes de dormir.
De modo que plegaba el papel como si se tratara de un mantel. A veces los dejaba en alguna estantería, o los guardaba en algún cajón. Por el mero hecho de saber que no se habían roto, que las flores pintadas seguirían ahí, algunos parecían lienzos, con una belleza personal, como un cuadro de Monet.
Por lo tanto era incapaz de destruir la belleza, siquiera una mosca habría de caer en sus manos para morir…
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