Si, realmente es una calle bonita y muy acogedora, dijo Bianca.
Y, si una se fija un poco los adoquines parecen caparazones de tortuga que ahora brillan empapados por la lluvia, volvió a decir.
Las calles a ciertas horas sobre todo al caer la tarde, y si en ellas se encuentran una, o dos, o tres cafeterías se vuelven luciérnagas revoloteando expandiendo el brillo. Un color ocre va de mesa en mesa por las terrazas, luego hace jirones y cubre tejados, y la iglesia, la torre de la iglesia parece un hada con el esplendor en el rostro.
Hay unas escalinatas de piedra en una casa y justo en la esquina de la puerta un farolillo pendiendo a capricho de la brisa. La puerta de madera de Guayacán tan acariciada a veces, otras no tanto, guarda las palabras que se dijeron mientras entraban y salían, las sonoras carcajadas, y los llantos. Las despedidas. Las bienvenidas. El tiempo en que nadie acariciaba el pomo. El silencio de una casa vacía. El jolgorio cuando la habitaron de nuevo...
¿Es una cigüeña?, dijo Bianca-
No, no es una cigüeña, dijo alguien-
Son las hadas que brillan...
Las hadas que brillan... yo quiero ir ahí y no volver jamás.
ResponderEliminarUn beso canario.
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