Un poco más, hacia la izquierda, dijo el capataz a Rogelio. Obedecía todas las órdenes, menos, en la hora del bocadillo. Media hora sagrada, bendecida. Media hora en que no pensaba otra cosa que disfrutar de un pan con cebolla y caballas, tomate, orégano y aceite.
Sus grandes, y redondos ojos permanecían atentos mientras duraba aquella ofrenda: saboreando lentamente, bien sentado. Bajo la cubierta de cuartito de los desayunos, hecho a propósito para ese fin, ya que era época de lluvias, y cuando caía el río del Cielo no paraba hasta finalizar un mes.
Por costumbre le gustaba recordar viejos tiempos, cuando la juventud le devolvía un rostro terso y luminoso, un cuerpo derechito y fuerte.
Rogelio si sigues así nunca vas a tener algo tuyo, algo para el día de mañana, dijo la nana (tía suya, la que lo crió).
-Pero a mi me gusta estar así de brazos cruzados pensando muchas cosas.
-Paparruchas, paparruchas, dijo la nana muy enfadada.
Un día salió al campo para cazar pajaritos y se quedó por lo menos tres días, se las apañó para comerselos atandolos en una caña de azúcar y dejando que se tostaran en el fuego que hacía todas las noches.
Así todos los días cada vez que hincaba el diente al bocadillo, así siempre, recordando los otros tiempos.
Ahora sólo quedaba un poco más hacia la izquierda según había dicho el capataz...
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