Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 26 de marzo de 2021

De las leyendas de brujas.

 

Como sea que en la era estuvieran trabajando, levantando la paja, o trillando el trigo, Herminda seguía con las manos apoyadas a la balaustrada con la mirada perdida, allá en las montañas verdes de picos de varias formas. Estaba perdida en sus pensamientos; por lo tanto siquiera podía ver u oír lo que allí se hacía. La casa tenía unos doscientos años. Era una casa bien construida con maderas nobles. 


_Yo quiero ser el trillique, yo quiero ser el trillique, dijo aquel chiquillo, saltando sobre los demás. Era una excursión, un juego maravilloso.


Aquella montaña de pico de cresta le llamó especialmente la atención. De modo que, de la cajetilla sacó un cigarrillo y aspiró profundamente, imaginando que el verde inmaculado de aquellas montañas llenara sus pulmones, aunque sabía que era dañino para ella, porque padecía de asma. Pero aquello era auténtico, y siguió por un rato más admirando. Se había puesto una mantilla porque ya entraba una brisa fresca, y la cajetilla de cigarros estaba casi vacía. 


Las personas a veces construyen las casas para ofrecerlas a los futuros habitantes, herederos. De ella se contaban numerosas leyendas. Algunos dijeron que fue verdad, otros, que no eran más que cuentos, algo para entretener y para que las personas sintieran curiosidad por ello.


¿Quieres una limonada?, dijo alguien.


Si, gracias, contestó Herminda, pero sin quitar la vista a lo que estaba viendo desde hacía unas dos horas.


La criatura consiguió subirse a la trilla. Era un regalo de Reyes. Los churretes le rodearon casi toda la cara, los mocos salían libres, sus piececitos descalzos, y la ilusión de toda criatura por ver el mundo girar, girar, girar...


Alguien unos días atrás, le había preguntado a Herminda por la casa mientras merendaban en la salita con vidrieras en casi todas las paredes. Maravillosas vidrieras que se asemejaban al templo gótico  de París: Capilla Real, (Sainte-Chapelle).

Realmente no tenía mucha gana de contestar, pero lo hizo.

Si, somos herederos, y estamos muy orgullosos de la casa y de mis antepasados, (no estaría dispuesta a contestar la siguiente pregunta, porque sabía que iba por las leyendas), vaya, vaya, es algo honroso heredar esta joya, y además que sea a usted, Herminda; porque me había dicho que no tiene hermanos, ¿verdad?.

No, no tengo hermanos, ni hijos. 

Acababan de terminar con los trabajos de la era, todos se fueron y los bueyes descansando. Herminda se había sentado en uno de los sillones forrados de cuero, sin dejar de mimarse por contemplar semejante paisaje. Llegó la Luna haciendo que su rostro brillara, llegó la noche, era verano y Herminda prefirió dormir en el porche, en el sillón. Para nada le importaría la comodidad de una buena cama. Aquello no podía perdérselo por nada.


-!La han ahorcado, la han ahorcado¡ se escuchó fuera entre los árboles frutales, entre los sauces.


Caballos trotando, gritos aquí y allá. La desesperación de aquellas personas por no haber podido salvarla.

El cuello de la mujer se partió y su rostro siguió con la misma aparente calma que tenía antes de lo sucedido. 

Es una bruja, es infiel, adora al demonio, dijo el capataz.


Herminda, despierta, despierta, huye, desaparece que vas a morir ahorcada. En cuatro ocasiones escuchó las advertencias, pero no despertó, ya no podía...









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