Al cambiar de postura en la cama se despertó. Acarició el anillo con una piedra de rubí, lo llevaba en el dedo corazón. Sonrió.
Unas horas antes habían estado en la cama con la compañía de los besos, con el hambre de amar. Aquellas cuatro horas fueron una vida entera, más que una vida. Fue un inmortal vivir de almas gemelas.
El perfume de ambos, ese perfume que se hace muy oloroso cuando se entremezclan las lenguas, se entrecruzan las manos: besos, caricias, besos.
El perfume que se vuelve ansiedad. El cielo se vino, se bajó para llenar de estrellas sus cuerpos. Piel con piel, sin color, sin tonalidades.
Cuatro horas de una larga existencia. Ausencia de ataduras, la libertad.
No habría remordimientos porque todo lo que pasó en esas horas fue hermoso, lo hermoso es sublime, es un lago cristalino con nenúfares.
Caminó con los pies descalzos para ver otra vez el beso en el bordillo de la taza.
No hubo premeditación, fue el encuentro. A través de dos tiempos.
Es magia pura.
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