Aquel susurro se coló por mis oídos. Era algo hermoso. Mientras él, sin a penas darse cuenta, recreaba el ambiente. Distraído, absorto.
Podía hacer feliz a todo el que estuviera allí, en esos precisos momentos. La música que regalaba sabía a melocotones, a fresas.
Y olía a mi recuerdo. Por eso no dejé de verlo hasta que cerraron el local.
Todavía me pregunto el porqué me arrebataron mi cachito de vida.
El recuerdo más bonito del mundo. Siquiera tuve la idea de guardarlo en un cofre...
¿De qué hablas?
-Nada, son tonterías, le dije...
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