La rosa había sido cortada a primera hora de la mañana, detrás del muro de piedra el bullicio de la calle: pasos aquí y allá, madres con sus niños de la mano; alguien bocea para vender la prensa.
Depositada en un jarrón elegante, de esos que sólo se encuentran en la tienda de los Martínez, sus pétalos son como las mariposas, de alas anchas. El olor a incienso se cuela por la ventana, a cirios, a muerto.
"Los funerales son según en qué sitio, tristes, o alegres".
Alguien cocina: trocea verduras, salpimenta la carne de cordero, la frota con un ramillete de hierbas. En el salón el visillo alarga sus dedos hacia dentro, hasta el pasillo que lleva al patio; una abeja se cuela perdida en un mundo que no es el suyo, el zumbido despierta al bebé que se halla en una cuna blanca con adornos a los lados, hasta ahora plácidamente dormido.
Elena saca de sus pechos la leche, sentada en un sillón de mimbre, sin quitarle la vista,(sonríe).
Dijeron que vendrían a cambiar el color de la puerta. Ofrecerían café y algo de picar.
Ya floreció el almendro. El guayabero está repleto de la fruta.
El gentío sigue su camino.
El tic, tac, del reloj que hay en la pared es un compás de espera.
Ahora los funerales son asépticos... como si fueran de plástico.
ResponderEliminarPuede ser. :)
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