Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 2 de marzo de 2021

De puertas y ventanas cerradas

 


El aire libre deslumbró como un foco justo en el rostro a la señora, que en esos momentos salía de la casa después de permanecer un mes en ella a causa de una enfermedad, que mantendría oculta. Claro está que los vecinos se preguntaban dónde estaría, qué le habría ocurrido.


Había dejado un aviso a una prima lejana que vivía dos calles más abajo, que estaba de viaje, un viaje imprevisto y que no sabría cuando regresaría. Puertas y ventanas permanecieron cerradas. Siquiera el jardín habría probado el agradable chorro de agua dos veces por semana, por lo tanto las hierbas ya empezaban a ocupar espacio, y las flores marchitas; pero eso no era relevante para ella, aunque las escuchaba rogando por no dejar de vivir. 


Y es que la enfermedad no fue grave, pero se llenó de pupas por todas partes, unas pupas enormes, y por si fuera poco una de ellas justo en la punta de la nariz. 

La señora era muy meticulosa, guardaba siempre las apariencias. Además de eso los domingos nunca faltaba a la misa; pero hasta ese punto había renunciado. Rezaría en su casa, en silencio.


Los sucesivos  días que pasaron fueron en cierto modo entretenidos, porque recordó historias, reuniones, conversaciones etc., 


Fue en primavera cuando decidieron alquilar una casita al lado del mar, en la primavera del cuarenta y seis. Era casi conmovedor poder ver semejante espectáculo de la naturaleza: el mar plateado brillaba como una multitud de estrellas fugaces. Las chalupas se columpiaban suavemente cuando era calmo. Los lomos de los peces parecían capas preciosas, de esas que se llevan al teatro, o a cualquier acto relevante.


¿Quieres más café, y galletas?, dijo Tomasina.


Si, gracias, contestó la señora de las pupas.


También se habló y mucho de las generalidades de cómo y de qué forma se emplearía el óleo, de los matices, de los colores...


Después de que sus ojos se acostumbraran a la infinita luz del día, todo volvió a la normalidad, sólo que la pupa de la nariz no quiso irse nunca...





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