Por
mucho que lo hubiera deseado al final, había acabado como los demás. Él
provocaba una atracción incontrolable. Lamia no pudo más que hacer lo que
debía; tendría su cabeza junto a las de
los demás en la bodega del castillo. Ella mataba con solo mirar si se lo
proponía; era la señora de la noche, la reina de lo oscuro, de lo maldito. Pero
la desgracia de ese hombre fue encontrarse con Lamia en una de la tiendas del
centro comercial. La prensa había difundido la noticia cuando encontraron el
cuerpo decapitado en su propia cama. Sus miradas se cruzaron en la charcutería
y luego más tarde en la tienda de zapatos. Se había sorprendido verla allí y
más aún contemplar como se probaba unas botas de fino tacón, se quedó embobado
al ver sus piernas y, luego aún mas, cuando estas se abrieron de tal modo, que
Lamia se acomodaba y calzaba las botas con una sonrisa, como si en verdad
corriera por sus venas la vida.
Se
horrorizó al verla cómo hendía en el tobillo de la dependienta uno de los finos
tacones y luego relamía la sangre, de tal modo que ningún dolor siquiera
hubiera sentido la muchacha, sólo él habría visto la escena.
No
supo que la tenía en su cama hasta que despertó, y allí estaba Lamia deseando
su presa, mirándolo con sus ojos negros y jadeando igual que un perro salvaje. Su
sexo derramaba un río fluyendo, igual que un torrente de lluvia. El lamería una y otra vez ese incontrolable
caudal, lamería esa cueva indómita del demonio. Parece que fue ayer cuando la
noticia salió en los periódicos más relevantes de la ciudad; pero, en realidad
hace ya más de dos siglos, se dijo, mientras observaba la seda que cubría el
techo de su cama...
TEXTO REEDITADO.
Muy impactante.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Amapolita.
EliminarBesos.