miércoles, 14 de julio de 2021

Por los siglos de los siglos.

 


Por mucho que lo hubiera deseado al final, había acabado como los demás. Él provocaba una atracción incontrolable. Lamia no pudo más que hacer lo que debía; tendría  su cabeza junto a las de los demás en la bodega del castillo. Ella mataba con solo mirar si se lo proponía; era la señora de la noche, la reina de lo oscuro, de lo maldito. Pero la desgracia de ese hombre fue encontrarse con Lamia en una de la tiendas del centro comercial. La prensa había difundido la noticia cuando encontraron el cuerpo decapitado en su propia cama. Sus miradas se cruzaron en la charcutería y luego más tarde en la tienda de zapatos. Se había sorprendido verla allí y más aún contemplar como se probaba unas botas de fino tacón, se quedó embobado al ver sus piernas y, luego aún mas, cuando estas se abrieron de tal modo, que Lamia se acomodaba y calzaba las botas con una sonrisa, como si en verdad corriera por sus venas la vida.
 
Se horrorizó al verla cómo hendía en el tobillo de la dependienta uno de los finos tacones y luego relamía la sangre, de tal modo que ningún dolor siquiera hubiera sentido la muchacha,  sólo él habría visto la escena.
No supo que la tenía en su cama hasta que despertó, y allí estaba Lamia deseando su presa, mirándolo con sus ojos negros y jadeando igual que un perro salvaje. Su sexo derramaba un río fluyendo, igual que un torrente de lluvia. El  lamería una y otra vez ese incontrolable caudal, lamería esa cueva indómita del demonio. Parece que fue ayer cuando la noticia salió en los periódicos más relevantes de la ciudad; pero, en realidad hace ya más de dos siglos, se dijo, mientras observaba la seda que cubría el techo de su cama...


TEXTO REEDITADO.

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