lunes, 12 de julio de 2021

La vuelta al mundo de Barbarita Méndez.

 



En las aproximaciones del puerto donde los barcos, cruceros, yates, se exponen quizás por el simple hecho de tener que atracar, y también por la belleza de cada uno de ellos, se halla la casa de Barbaríta Méndez. Una casa de madera pintada de un azul intenso, con un porche.

Barbaríta Méndez siempre ha vivido en el mismo lugar, de hecho vino al mundo en la casa. La partera, que era de esas mujeres amañadas, la trajo al mundo, sin menospreciar a su madre, que bastantes dolores sufrió. Nueve horas esperando a que la niña se decidiera salir a este mundo de locos, de cuerdos. Un mundo de posibles, y de imposibles. De quereres, y no quereres. Una batalla que desde el mismo momento en que una criatura nace se enfrenta a ello.


Barbaríta Méndez nunca se casó, ni tuvo novio, ni novia. Le gustaba vivir en soledad. Pintó muchos cuadros, navegó por casi todo el mundo.

En el año mil novecientos setenta y cinco, con un velero pequeño salió al mar con la intención de dar la vuelta al mundo. Los primeros días fueron buenos. La travesía se presentaba agradable. De modo que, además de las provisiones, y la compañía de Ernesto, dos agapornis: macho, y hembra.

Sucedió que estando en la segunda semana el tiempo cambió considerablemente y el mar ya no era calmo, ahora rugiría. El velero trastrabillaba hacia ambos lados. La proa empezó a hundirse en aquellas olas de los demonios, era una lucha, una guerra. El inmenso piélago quería devorarlo todo, pero no fue así, aunque Barbaríta Méndez también lo creyó.


Afortunadamente y después de tres días de tormenta llegaría la calma.

Barbaríta Méndez se sintió orgullosa de sí misma.

Una mañana se percató de que los agapornis habían anidado. Se quedó pensativa.

Cómo era posible que ante la adversidad, lo cruento de las olas, esta parejita haya creado descendencia. Si, realmente pensó eso. Pero la mayoría de las especies de que habitan la tierra tienen descendencia, aunque Barbarita Mendez, no.

Durante el viaje la familia había aumentado: ahora serían tres más sus papás.

Una noche estrellada mientras se fumaba un cigarrillo observando una luna grande y luminosa se dio cuenta de la hazaña que había logrado, sonrió. Sonrió también cuando después de una ducha se miró al espejo y ya no estaba aquella chica de pelo rubio, ojos verdes, no. Ahora Barbaríta Méndez era una señora entrada en años, una mujer valiente que casi se había comido el mundo.


Cuando regresó a puerto los agapornis ya habián vuelto a tener más descendencia.

-Estos niños son la repera, se dijo. Se sentó al lado del timón y los dejó libres.

Me despido de ustedes mis chicos, mamá está cansada, dijo Barbarita Méndez.


Si, mamá, porque al fin y al cabo eran su familia….


Hoy en día Barbarita Méndez ya no se acuerda de nada, siquiera sabe quién es.


Con noventa y ocho años y tres meses come galletitas y compotas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...