Debió pensar que se encontraba en la amazonía. La incesante lluvia que se derramaba por entre las casitas. El camino embarrado, sólo el rumor de aquel río derramandose sobre todo.
La noche se hizo eterna. Los ojos de la mujer, que ya entrada la madrugada y casi al amanecer, permanecieron abiertos observando el diluvio. Había tomado café unas cuatro veces. Apurando un cigarro tras otro.
Tuvo tiempo de recordar cómo in extremis le había salvado la vida a Luciano. La operación duró ocho horas: un corazón maltrecho había sido sustituido por otro, sano, joven.
El hombre había tenido una vida bastante ajetreada: prisas, enfados, drogas, alcohol...
De modo que ella salvaba vidas, como quiera que sea que las personas se hayan cuidado o no. Muchas veces la vida se va por cualquier causa, o cosa.
La tristeza constante apaga cualquier corazón. Las penalidades, el hambre, las guerras. La voluntad de desaparecer de este mundo es un motivo que cada vez se acrecenta más.
Sumergida en esos pensamientos, y satisfecha por el resultado de la operación, el tener un corazón latiendo en sus manos, la evadieron por completo. De tal modo que no advirtió que el agua había llegado a los tobillos.
La casita se había anegado. Pero no se amedentró, al contrario, estuvo achicando agua toda la noche.
Sobre las siete de la mañana tuvo que salir al camino: el barro todavía fresco le llegaba hasta casi las rodillas. Avanzó lentamente hasta la furgoneta, rezó para que el motor no tuviera problemas. Veinte minutos tardó en conseguir que el vehiculo se pusiera en marcha. No tenía prisa. Estaba tranquila.
Si, definitivamente era la amazonía, pensó, mientras llegaba a la iglesia que fue refugio de los lugareños hasta que cesó la tormenta.
Armendia le ofreció unos panecillos y un zumo.
Ya tenía muchas ganas.
Tormentas y a veces sol, climas con lluvias excesivas,anegan todo, como en la vida.
ResponderEliminarBesos.
Gracias por pasar Amapola
EliminarBesitos.