Cierto es que la brillante luna, cual hada, permanece ahí pendiendo de ese gigante piélago de miles y miles de luceros…, Deben pasar horas para que nazca un bello amanecer; luego entonces pareciera que ese hada y esos luceros quisieran dormir plácidamente.
Acicalando redes; porteando objetos aquí y allá, las señoras lucen ambarinas caminando entre adoquines al lado del mar. Resoplan algunas y baten sus mandiles igual que las alas de las mariposas; sin embargo, sucede que otras señoras se muestran atrevidas y vanidosas…,
Ora tiendas de bellos objetos se exponen detrás de los escaparates, ora el sol con su trazo ocre atraviesa el cristal, cual magnánimo rey, y aborda cálido todo su interior. Entre idas y venidas se cruzan miles de pasos. Una señora protege su rostro que igual que la porcelana, adquiere una luz y un velo transparente, sutil,
Aquellas otras van descalzas con las sonrisas permanentes; con perlas adornando sus cuellos, perlas, perlas, que laboriosamente pulen, pulen al lado de aquella playa con su arena negra…,
¿Se cruzan miradas? No. Cada cual en su hilera de adoquines, cada cual haciendo esto o aquello…,
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