No es esa caja de clips, ni las notas amarillas que están sobre la mesa, realmente es el llegar hasta aquí lo que a una le sorprende. Aún en la penumbra de la madrugada las luces de los autos se vislumbran desde lejos, poco a poco se van acercando. Circulan en ambas direcciones cada cual a sus asuntos, a la cotidianeidad de los días.
Aquella señora se detiene ante el semáforo, mientras tanto ojea el móvil. El señor de corbata fuma un cigarro, parece inquieto, tiene prisa, quizás. El tranvía recorre las vías con el sonido de los tranvías de hoy en día: la señora de pelo negro con gafas lee un libro, aquel señor se atusa el bigote. Hay alguien durmiendo en la parte de atrás. Si hubiera sido el Swansea and Mumbles Railway cuando un coche que al atravesar las vías se quedó parado, quizás problemas de motor, o despiste, no hubiera pasado nada, porque el Swansea and Mumbles Railway era llevado por caballos, pero no fue el caso, de modo que el tranvía embistió al no poder frenar. El coche quedó destrozado. Durante un rato el silencio fue el protagonista. Siquiera un ave circundaba el cielo, ni una brizna de aire.
Los pasajeros rodaron por el suelo y se empotraron en la cabina del conductor, la señora que iba en el auto se había desmayado, tenía un fuerte golpe en la cabeza.
Las sorpresas no siempre llegan envueltas en papel de regalo, ni son abrazos, o besos. Hay sorpresas ingratas, dolorosas.
El caso es que ya he usado las notas amarillas y los clips. Es el trabajo cotidiano, pero realmente no es lo que a una le ha sorprendido.
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