El cobertor le rodea y ella encuentra un punto de apoyo en el viejo sillón. La brisa de la noche se cuela por la desvencijada ventana, acaricia su rostro. Es un beso venido desde lejos. Tararea entre susurros la música del viejo bistró. Una nota en la mesilla le recuerda en qué momento debe de tomar la medicación, y en un buró de caoba una carta de amor permanece infinitamente inmortal; le gusta releer la posdata: Misty, es la consigna por la que debían o no, volverse a ver. El funeral fue discreto. Ítaca la acogió en sus transparentes aguas.
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