Me causa dolor tan fiero, tan imposible de determinar, se dijo. Como sea que a pesar de que no estaba sola profirió tal frase que se dispararía de sus labios igual que una flecha hacia el exterior de la balconada, audaz, intrépida semejante a una larga bocanada de humo haciendo jirones. La señora alta que preparaba la merienda se encogió de hombros consintiendo lo que había oído; su deber pues era preparar las meriendas en las tardes ya fueren umbrías, ya soleadas. Abajo, en el pasillo rodeado de muros fríos y llenos de culantrillos dormía el baúl traído de la lejana tierra de Calcuta, contenía mas peso en el lomo de nogal, que lo que hubiese estado en su interior: camisas con blondas, vestidos de seda; mitones, etc. Prefirió el café, al té, las galletas de mantequilla, al pan tostado, sentarse en la tumbona del pequeño jardín, a ocupar una de las sillas de la sala. Las cartas que había escrito se amontonaban, algunas parecían servilletas bien colocadas, bien dobladas. Todo ello sobrepasaba el espíritu de ella, tan lleno de romanticismo y para nada escéptica; por lo tanto cada noche una carta, y la luz de un candil.
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